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La inspiración no existe

Con ‘Instinto de Inez’, su nueva novela, Carlos Fuentes deja a un lado el trasfondo mexicano para narrar dos historias de amor no sin antes dejar al descubierto su pasión por la ópera.

6 de agosto de 2001

Considerado uno de los pioneros del llamado boom literario en Latinoamérica, Carlos Fuentes es uno de los autores más leídos en la actualidad. Entre sus novelas se destacan La región más transparente, Terra Nostra,

La muerte de Artemio Cruz y Los años con Laura Díaz. Fuentes acaba de publicar Instinto de Inez, una novela que narra dos historias de amor que se desarrollan en momentos diferentes. Pero también es el encuentro con la música, con la ópera, en especial La condenación de Fausto, de Berlioz, gracias a que uno de sus protagonistas, el director de orquesta Gabriel Atlan-Ferrara, vive obsesionado con ella. Como también está obsesionado con un sello de cristal que será el símbolo de un encuentro imposible con Inez, una cantante que lo ha impresionado. SEMANA habló con Carlos Fuentes, vía telefónica, sobre su obra.

SEMANA: En ‘Instinto de Inez’ la ópera es uno de los elementos principales. ¿De dónde viene su interés por ella?

Carlos Fuentes: Yo vivía en Buenos Aires de adolescente durante la Segunda Guerra Mundial. Fue un momento en que todos los grandes músicos europeos huían de la guerra y de la persecución nazi y habían buscado refugio en las Américas, muchos de ellos en el Teatro Colón de Buenos Aires. Allí fue donde, por primera vez, escuché ópera y desde entonces me empecé a entusiasmar con ella a tal grado que hoy me sé cinco óperas de principio a fin, incluso los papeles secundarios. Siempre quise escribir algo sobre ella pero todo esto me tomó muchos años. El tema musical siempre me ha acompañado pero nunca había sufrido esa traducción imaginaria que se requiere para expresarla en una novela.

SEMANA: ‘La condenación de Fausto’, de Berlioz, está presente durante toda la novela. ¿Es su ópera favorita?

C.F.: Es una de mis favoritas porque siento que Berlioz fue un genio que se anticipó enormemente a su tiempo. Produjo unas rupturas importantes en continuidad, como en Fausto, donde los cantantes van por un lado y la orquesta por el otro —la orquesta no acompaña a los cantantes—, la orquesta es un contrapunto para ellos, y viceversa. Todo lo que en ese momento se consideraba armonía es dislocada y rota por Berlioz, sobre todo al momento de la cabalgata al infierno. El es el gran antecedente de Stravinsky y de otros grandes del siglo XX.

SEMANA: Muchos escritores suelen confesar que el ritmo de algunas composiciones musicales se asemeja al de las novelas que escriben. ¿A usted alguna vez le ha ocurrido lo mismo?

C.F.: Hace poco hice una lectura en Madrid de un capítulo de la novela con la música de fondo de Berlioz y había un acoplamiento perfecto entre el ritmo de mi lectura y la música. Yo acompañaba la música, había una hermandad profunda. Yo escribí esta novela con La condenación de Fausto todo el tiempo y en muchos momentos me dejaba llevar por el ritmo de la ópera y eso logré transferirlo a la literatura.

SEMANA: ¿De dónde nace el director de orquesta Gabriel Atlan-Ferrara, protagonista del libro?

C.F.: Gabriel Atlan-Ferrara está inspirado en el gran conductor de orquesta rumano Sergiu Celibidace. El estuvo en México en los años 50, no habíamos visto un director de orquesta comparable, por lo menos en nuestra juventud. Un hombre que dirigía sin batuta, sólo con las manos. Era muy impresionante físicamente, era muy moreno, con una enorme melena, grasosa, negra, con una mirada penetrante, con una crueldad inmensa que también podía dibujar rasgos de ternura. Lo odiábamos mucho los jóvenes de entonces porque nos quitaba todas las novias. Era un director que nunca dejó que lo grabaran, nunca grabó oficialmente. Inez, la otra protagonista, sí es imaginaria.

SEMANA: ¿El dirigió ‘La condenación de Fausto’, de Berlioz?

C.F.: No, nunca lo hizo. Pero sí otras obras fabulosas. Cuando dirigió la Filarmónica de Berlín al final de su vida se hicieron algunas grabaciones subrepticias que hoy se pueden encontrar en el mercado y que son una maravilla auténtica, como la Patética, de Tchaikovsky, para convertirla en una obra prácticamente religiosa, desnuda como una hostia.

SEMANA: En la novela hay muchos diálogos. ¿Siente facilidad en el momento de poner a hablar a sus personajes?

C.F.: Depende del tema. También hay novelas mías en las que hay poco diálogo. Alejo Carpentier, por ejemplo, prácticamente había exiliado el diálogo de sus novelas. No le gustaba y no creía en él, de manera que lograba darles una dinámica a los personajes en una forma puramente narrativa. Pero casi no hay novelas sin diálogo. Yo necesitaba del diálogo en este libro porque si iba a tener una narración que sucede en dos tiempos diferentes uno de ellos es mudo. Y en el otro los personajes hablan todo el tiempo.

SEMANA: ¿Antes de escribir ‘Instinto de Inez’ ya tenía clara la estructura?

C.F.: Sí, en términos generales uno piensa la novela como si fuera un río, aunque ¿dónde está el puente entre las dos riberas? Tengo que decirle una cosa: a veces el puente también está claro pero uno no sabe cómo va a transitar ese puente, con qué pies, con qué sueños. El desplazamiento onírico interviene mucho en la creación literaria, de tal suerte que hay lo previsible pero también hay la maravilla, se lo subrayo, de lo imprevisto.

SEMANA: En la novela usted dice que “la creatividad es cotidiana” y que “el artista que espera la inspiración se muere en la espera”. ¿Cree poco en la inspiración a la hora de escribir?

C.F.: Para mí escribir es un trabajo cotidiano La inspiración no va a llegar. Lo decía claramente Oscar Wilde: “La creación es 10 por ciento inspiración, 90 por ciento transpiración”. Hay que sentarse a trabajar, los libros no se quedan en conversaciones de café. Yo siempre les digo a los escritores jóvenes: “Lee mucho pero también escribe mucho y varias horas al día”. La escritura es un hecho solitario, tiene momentos de angustia, de sufrimiento, de soledad, pero al mismo tiempo es un acto en el que uno se revela a sí mismo por los sueños, por la experiencia.

SEMANA: Los críticos siempre dicen que cuando un escritor publica una novela corta, como en este caso, es porque detrás viene una novela mucho más ambiciosa. ¿Es cierto?

C.F.: No necesariamente. Ahora estoy terminando una trilogía que llamé La edad romántica y que empecé con La campaña, libro que narra las guerras de independencia de Argentina, Chile, Perú, Venezuela y México. Pero no siempre un libro es el paso para otro.