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LA IRREALIDAD DEL REALISMO

Diferencias insalvables entre la verdad y su apariencia.

EDUARDO SERRANO
21 de diciembre de 1998

En la galería Santafé de Bogotá del Planetario Distrital se presenta una exposición cuyo título, 'Irrealismos', es indicativo de sus objetivos y parámetros. La muestra, curada con manifiesta agudeza por Jaime Cerón, suscita reflexiones acerca de temas como la visión, el realismo, la obra de arte, e inclusive sobre la injerencia de determinantes culturales sobre lo que vemos y no vemos de la realidad. No debe olvidarse _explica el curador_ que el arte "está definido por la estructura de la sociedad a la que se dirige ni que se genera a través de los modelos que esa sociedad acepta como verdaderos".
En la muestra participan cinco artistas colombianos cuyos trabajos, a pesar de diferencias técnicas y conceptuales, podrían calificarse, sin mucho rigor, como realistas. El hecho de que todos sean pintores, y de que cuatro de ellos produzcan sus trabajos sobre bastidores tradicionales, hace claro que no es el medio en el cual se plantean las obras sino los argumentos que encierran y las posiciones que revelan lo que les otorga validez en la escena artística contemporánea.
El realismo, o sea la representación fiel del mundo visible, ha sido una meta de numerosos artistas desde cuando el pintor griego Zeuxis, por allá en el siglo V a.C., plasmó un racimo de uvas con tanta solvencia y precisión que los pájaros se acercaron a picotearlas. El realismo, sin embargo, ha tenido todo tipo de interpretaciones a través de la historia y lo único cierto es que por muy realista que sea una obra de arte, ésta no pasa de ser una ilusión que sólo los pájaros podrían aceptar como una versión objetiva de la realidad. Algunas de las obras de la muestra enfatizan este aspecto del realismo, otras obligan a mirar y remirar para descubrir la finura de sus planteamientos, y otras ponen de relieve que la veracidad de cualquier tipo de imágenes está en los ojos del observador.
El aspecto insano, enfermizo y lunarejo de los personajes que retrata Jorge González, por ejemplo, es indicativo de que su realismo se halla incrementado por su imaginación. En el caso de Beltrán Obregón, en cambio, las leves diferencias entre las representaciones de una mujer cuyos brazos en alto ocultan su cabeza _como si se negara a mirar_ pueden tomarse como una invitación a examinar la realidad cuidadosamente para que podamos percatarnos de sus sutilezas.
El realismo de las obras de María Clara Piñeyro no sólo radica en su calidad de sillas de verdad sino en las implicaciones feministas, aunque algo ominosas, de sus imágenes, en tanto que el realismo de Gustavo Turizo consiste en trasladar al óleo el carácter juguetón de ilustraciones que traen a la memoria la Alegría de leer. Esteban Villa, finalmente, representa figuras de porcelana que carecen del trascendentalismo que asumen con frecuencia las obras referidas a la realidad, pero que precisamente por ello permiten al observador concentrarse en los recursos pictóricos que conducen a considerar sus trabajos como representaciones imparciales del mundo real.