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La leyenda del jinete sin cabeza

Una historia de horror que ha calado en el imaginario norteamericano.

Por Juan Manuel Pombo A.
20 de marzo de 2000

Detrás de las leyendas de espantos suele ocultarse la historia de un desalojo o una violación (o ambas) que, una vez grabada en la memoria elefantina de un niño (o varios), generaciones después se convierte en folclor popular. Al parecer La leyenda del jinete sin cabeza, basada en un relato de Washington Irving (1783-1859), es una de las historias de horror que más profundamente han calado en el imaginario colectivo estadounidense y no sorprende, por tanto, que sus orígenes yazcan alrededor de los mercenarios hessianos que lucharon al lado de los británicos en contra de la independencia de los estados yanquis. Con todo, lo que sí sorprende es que siempre que se trata de la hagiografía secular del Siglo de las Luces, apenas si se mencionen personajes americanos de la talla de Benjamín Franklin o el mismo Irving, éste último predecesor en más de un sentido no sólo de Poe, Mary Shelley (Frankenstein) y Stevenson (Dr. Jekyll) sino de Freud y toda esa imaginería que hoy califican con el adjetivo de ‘gótico’ y que cubre cosas tan dispares como Cruela de Ville, Batman, la moda punk, la familia Monster y el grabado de Goya en el que advierte sobre los demonios que se despiertan cuando duerme la razón.

Un joven alguacil, Ichabod (Johnny Depp), convencido de que no hay efecto sin causa, es enviado a esclarecer una serie de decapitaciones extrañas en Sleepy Hollow, un hueco (como su nombre lo indica) que da fe del proverbial ‘pueblo chico, infierno grande’, en donde tendrá que enfrentarse no sólo contra los prejuicios y las intrigas de los notables de la localidad, sino contra sus propios fantasmas de infancia… y los del amor. Tim Burton dirige con temple de matador lidiado en muchas plazas y, acompañado de un reparto que es casi un Quién es quién de las tablas británicas, hubiera cortado orejas y rabo a no ser por una actuación demasiado afectada de Depp que, a pesar de todo, no logra hacerle mella a una producción que vale lo que quiera que hubiera costado realizarla. Se trata de una película fantástica en el mejor sentido de la palabra: una imaginación arraigada en natura, el hombre y sus temores conscientes e inconscientes.