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La Madonna de Bogotá

Una apasionante historia sobre el descubrimiento de un cuadro de Rafael Sanzio en una vieja casa de Fontibón.

Luis Fernando Afanador
27 de junio de 2009

Santiago Martínez Concha
El lío de la Madonna
Grijalbo, 2009
247 páginas

La historia es muy buena: una bellísima Madonna, original del pintor renacentista Rafael Sanzio de Urbina, es encontrada en un pueblo de la sabana de Bogotá; la novela, en cambio, no es tan buena: una mezcla de thriller histórico, novela romántica, biografía y autobiografía.

De verdad, la historia, además de ser real, es cautivante. En 1938, el arquitecto y pintor Santiago Martínez Delgado -padre del autor del libro-, va con su esposa en un automóvil Ford. Al pasar por el pequeño poblado de Fontibón, su esposa, que se encuentra embarazada, necesita un poco de agua y de reposo. Se detienen frente a una casa pintada de blanco donde venden pandeyucas, obleas y masato. La casa pertenece a una distinguida familia bogotana que se empobreció con las guerras civiles del siglo XIX. De pronto, cuando están disfrutando las colaciones y descansando, Martínez Delgado observa al fondo del salón "la pintura más hermosa que haya visto en el país". Y el hombre sabe del asunto: trabajó con el famoso arquitecto Frank Lloyd Wright, estudió en la Escuela de Bellas Artes de Chicago y es un reconocido muralista (uno de sus murales adorna el Salón Elíptico del Congreso Nacional).

A pesar de la suciedad y el mal estado del cuadro, puede apreciarse la maestría de la línea y el uso de la técnica del esfumato, utilizada por Leonardo Da Vinci en la Mona Lisa. Martínez Delgado recuerda haber visto recientemente una Madonna muy parecida en el Museo del Prado. Pero, sin duda, es mejor esta de Fontibón. ¿Cómo vino a parar ahí semejante obra de arte? La dueña -una viuda con dos hijas- le cuenta que un monje agustino, pariente de su esposo, se la dio a guardar para protegerla de los saqueos a las iglesias durante la época de las guerras civiles. Martínez Delgado le propone entonces a la dueña "comprarle" el derecho a estudiar la pintura hasta autenticarla y restaurarla. En los archivos de la iglesia de San Agustín en Bogotá encuentra alguna información sobre la Madonna y una vinculación con el conquistador Gonzalo Suárez Rendón, una persona muy rica y amigo personal del emperador Carlos V. Las pruebas incipientes que hace con rayos X le confirman los "trazos típicamente rafaelianos con base en círculos concéntricos". Para dar a conocer las conclusiones de sus análisis históricos y artísticos hace una exposición pública en el foyer del Teatro Colón. Todo un acontecimiento en la provinciana Bogotá de 1939. Aplausos, polémica, avalúo millonario y lo que no podía faltar: intento de robo. Un periodista de El Espectador, que firmaba Lucas, publicó un artículo con el título 'El lío de la Madonna'. No sabía que había inventado un dicho popular en lengua castellana.

Agotada la escena local, Martínez Delgado, decide llevarla a la Academia de Bellas Artes de Chicago, la cual, apoyada por el Brooklyn Museum, confirma la autenticidad del cuadro que es incluido en el catálogo de las piezas de Rafael Sanzio de Urbino como la Madonna de Bogotá. Ese mismo año -1939-, el cuadro es restaurado por Leo A. Marzolo. Aparece de nuevo en escena la dueña del cuadro y sus dos hijas -Clara y Emilia-; aparece un judío con intenciones de compra, Moisés Espenstein, y un extraño personaje de la Alemania nazi, Klaus von Shulze, en busca de obras de arte para un viejo proyecto de Hitler y Göring de organizar en Berlín el más importante Museo de la historia. En 1945 la Madonna de Bogotá se pierde y Martínez Delgado muere en 1954.

¡Qué historia! Parecería que no hay que inventarle nada, que sólo hay que contarla en clave real. ¿Qué tal el periplo mismo del cuadro? Rafael se lo testa a su amante, la Fornarina; la amante se lo vende a Francisco I, quien es derrotado por Carlos V en la batalla de Pavía; Carlos V lo obtiene como botín de guerra y se lo regala a su querido amigo, el futuro conquistador Gonzalo Suárez Rendón; sobrevive a un naufragio en las islas Azores, a un terremoto, a varias guerras, al riesgoso viaje en mula de Santa Marta a Bogotá. Pero no. Al hijo no le pareció suficiente y decidió añadirle fuego al fuego. Se le ocurrió un thriller policíaco en la laguna de Sisga -en plena Semana Santa, por Dios- salpicado de romance, diálogos poco creíbles y Renacimiento para principiantes. Es muy divertido cuando hablan los personajes históricos. Y es francamente cursi cuando hablan los contemporáneos: "Mi mayor tesoro no es la Madonna sino el haber encontrado a Elsa mediante esta historia".

Si alguien que no es escritor profesional llega donde un editor con una buena historia -envuelta en una mala novela- y el editor no lo impide, ¿de quién es la culpa? Ay, los editores: siempre forzando las novelas, buscando su Código Da Vinci. De haber encontrado el género adecuado, tendríamos un gran libro. En fin, lo importante es que la intriga no decae y hasta el final queremos saber cómo va a resolverse el misterio de la Madonna. Por fortuna, Santiago Martínez Concha tenía la necesidad -y acaso el deber filial- de contarla.