Home

Cultura

Artículo

Alejandro Santo Domingo supervisó personalmente el proyecto del Centro Cultural que llevará el nombre de su padre.

MECENAS

La magnitud del regalo

Este miércoles se inauguró en Bogotá el Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo, un edificio público único que la familia dona a la ciudad. Esta es la historia de un generoso proyecto de mecenazgo.

23 de mayo de 2010

Hace ocho años, en 2002, Cecilia María Vélez acababa de asumir su cargo como ministra de Educación del gobierno de Álvaro Uribe. En ese entonces, la ciudad estrenaba con justo orgullo tres megabibliotecas que superaban en ambición, voluntad política y diseño arquitectónico cualquier obra pública dedicada a la cultura y a la educación que se hubiera concebido en Colombia. Como ex secretaria de Educación de Bogotá, Cecilia María había estado a la cabeza del revolucionario proyecto lector de la administración Peñalosa, y se dio a la tarea de llevar a conocer las bibliotecas a distintas personalidades del país. Una de ellas fue Julio Mario Santo Domingo, a quien invitó a ver la biblioteca de El Tintal Manuel Zapata Olivella. Acompañados de su hijo Alejandro, de la hoy secretaria de Cultura, Catalina Ramírez -en ese entonces gerente de BiblioRed-, y de varios gestores culturales del sector público de la ciudad, llegaron a la avenida Ciudad de Cali.

Santo Domingo quedó tan impresionado con la magnitud del proyecto que insistió en conocer las otras dos megabibliotecas, y ni él ni su hijo llegaron a la junta que los esperaba en las oficinas de Bavaria. "Esto es más importante, que esperen", le dijo Julio Mario a su hijo cuando este le recordó la cita. Claro que a Santo Domingo lo impresionaron los edificios, pero mucho más la increíble magnitud de la gestión que en ellas se llevaba a cabo: el claro impacto que se traducía en salas llenas de niños y adultos, en una organización impecable, en la calidad de servicio y en una oferta cultural que rebasaba con creces la digna idea de la biblioteca como silenciosa contenedora de libros. Ludotecas, salas de cine, tertulias, talleres, música y salas de computadores, eran apenas algunas de las actividades y ofertas cuidadosamente programadas por BiblioRed, que sorprendieron a los Santo Domingo. Y tras cuatro horas de una visita pensada para durar apenas una, Julio Mario Santo Domingo le dijo a su hijo en el camino de vuelta: "Así es como salen los países adelante, con proyectos como estos. Tenemos que hacer algo así".

Desde un comienzo, el proyecto del alcalde Enrique Peñalosa incluía cuatro megabibliotecas, si bien a través de ellas se articulan veinte bibliotecas locales además de bibliobuses que llevan los libros a los bogotanos que por distintos motivos -sea porque están en centros de rehabilitación, en cárceles o en hospitales- no pueden acceder a ellas. La administración Peñalosa no contaba con los recursos para la cuarta, diseñada para estar ubicada en Suba y de la cual apenas contaban con unos primeros bocetos en papel.

Aquella visita fue el origen de una de las donaciones más deslumbrantes que se hayan hecho en la mínima historia del mecenazgo en Colombia. Hoy, ocho años después de ese día, el miércoles 26 de mayo, se inaugura en la avenida 170 con carrera 64, en San José de Bavaria, el Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo, cuyas dimensiones, arquitectura, ambición y proyección sobrepasan con creces y de manera francamente abrumadora la función de biblioteca pública.

El edificio

"Es la llamada de la vida de todo arquitecto", dice el arquitecto Daniel Bermúdez al referirse a aquella primera llamada telefónica de Santo Domingo para invitarlo a diseñar el centro. "Como cuando el mecenas renacentista llega al artista. Lo único que el artista no puede hacer es quedar mal. No hay excusas posibles: se enfrenta a la responsabilidad profesional en su máxima instancia". Bermúdez tenía claro el reto: hacer el primer edificio de la Bogotá del futuro. Como él dice, la arquitectura pública no se hace para el presente sino para durar siglos. Su primera obsesión fue el espacio. "La arquitectura sin espacio, sin tamaño no se puede hacer". Y este centro está diseñado para que haya multitudes entrando y saliendo. Del Teatro Mayor, del Teatro Estudio, de la biblioteca, de las salas de conferencias y talleres, de la biblioteca para niños.

Traducida a cifras, la ambición se cristalizó en un proyecto fabuloso: 23.061 metros cuadrados de construcción rodeados de 49.168 metros cuadrados de parques, para el cual la familia Santo Domingo donó la totalidad de los recursos de construcción y dotación, que suman 55.000 millones de pesos.

Por supuesto, una biblioteca puede construirse y dotarse con mucho menos dinero, pero el monumental edificio público de Suba no es solo una biblioteca: es el centro cultural más moderno del país. Tiene dos teatros de impecable sofisticación tecnológica: el Teatro Mayor, para 1.189 espectadores, en el que se puede representar sin problemas de espacio una ópera wagneriana, y el Teatro Estudio, para 390; una sala de exposiciones, una biblioteca para 980 lectores que puede albergar 150.000 libros, una sala de informática, una ludoteca, oficinas, tres salas múltiples y amplios espacios que ocupan los camerinos, una sala para la afinación de los instrumentos y hasta un cómodo cuarto de costura, para la tarea de ajustar y planchar el vestuario de actores, músicos y bailarines.

"La función principal de la arquitectura es la de proveer belleza. Pero la arquitectura tiene un compromiso adicional: va a ser utilizada por el hombre. Y por eso tiene que ser útil y estable -dice Bermúdez con mal disimulada pasión-. La belleza no es una cosa abstracta en arquitectura. No se puede sustraer del espacio. Todo incide: las proporciones, la volumetría, el confort lumínico y el confort acústico".

Y por eso pasó cinco años visitando teatros y reflexionando sobre las artes escénicas. "Un teatro es la casa del actor y del músico, es allí donde se expone ante quien se debe. Y un escenario es una fábrica de ilusiones, y es necesario que tenga todos los recursos técnicos y la comodidad que necesita para poder generar la realidad que ha imaginado".

Para la biblioteca, el trabajo de Bermúdez fue doble: había que comprender la calidad del silencio y la textura de la luz. "La biblioteca es silenciosa por el material acústico que utilizamos. La luz de Bogotá tiene una condición muy particular: la ciudad está cerca del ecuador, donde el sol es muy vertical, pero a una gran altitud. Y la biblioteca tenía que poder capturar esa luz cenital. Y lo que buscamos es un homenaje a la actividad de leer". El resultado es una estructura imponente, sencilla y monumental a la vez, a la que el concreto claro le otorga una luminosa sobriedad.

La ejecución del proyecto

Lo más interesante de un proyecto de esta envergadura es el modelo de ejecución y gestión público-privada. Los Santo Domingo no quisieron hacer un edificio para luego simplemente entregarle al Distrito la enorme tarea de administrarlo. Y si bien el compromiso capital del proyecto se debe a Julio Mario y Beatriz Santo Domingo, quienes coordinaron cada paso del desarrollo de la construcción y aprobaron las ideas que mes tras mes crecían en magnitud y dimensión, su desarrollo también se debe a la visión moderna de su hijo Alejandro, educado en el ambiente norteamericano demócrata y altamente filantrópico, propio de las familias multimillonarias de varias generaciones. "Tras la reciente crisis económica mundial, es claro que no es posible sacar las sociedades adelante sin el diálogo público-privado. Es una complicidad necesaria. Y este centro cultural es un ejemplo de que ese diálogo es posible", afirma Alejandro.

El convenio fue así: "Desde el punto de vista económico, la familia Santo Domingo donó los recursos para la edificación y dotación del centro cultural. Por su parte, el Distrito, a través del Idrd, aportó el predio y las obras urbanísticas, y el IDU aportó los recursos para la construcción de las vías y los parqueaderos. Y la propiedad final del inmueble es del Distrito", explica Carlos Arturo Londoño, presidente de Valórem y quien estuvo a cargo de toda la coordinación y ejecución del proyecto.

Pero ¿cómo lograr que la relación entre los sectores público y privado sea fluida y funcione, superando cambios de administraciones?. "Durante casi cinco años, el Distrito -continúa Londoño-, BibloAmigos y los donantes participaron activamente en la ejecución del proyecto, a través del comité de seguimiento quincenal, en el cual se impartían los lineamientos y directrices. Los donantes, que incluyen a la familia Ramírez Moreno, lideraban dicho comité, coordinaban la gestión y propusieron el modelo de operación del teatro. El Distrito, a través de todas sus entidades, adelantó todas las gestiones necesarias para la construcción y su correcto funcionamiento". 

Desde la otra orilla, la secretaria de Cultura del Distrito, Catalina Ramírez, afirma que "este va a ser un modelo replicable, y eso nos emociona de verdad, porque demuestra que el sector privado puede apostarle a la ciudad y a la cultura. Si toda la empresa privada entendiera que esto es posible sería extraordinario, porque exclusivamente con recursos públicos no es posible ofrecer todo lo que la ciudad se merece; por eso el compromiso de la empresa privada es necesario. Y el reto es demostrar que el modelo funciona, que puede ser exitoso. El impacto es real porque garantiza el derecho a la cultura y a la información de los ciudadanos".

El modelo de gestión

El centro cultural tendrá dos grandes ejes de actividad: por una parte están los dos teatros. Para su gestión se ha celebrado un convenio de asociación entre la Secretaría de Cultura, la Orquesta Filarmónica y el sector privado, representado inicialmente por la Fundación Cine Colombia pero con la posibilidad de vincular a más fundaciones del sector privado. El convenio nació de un estudio contratado y donado por la familia Santo Domingo para analizar las mejores alternativas de administración y operación del teatro, incluyendo el modelo administrativo, financiero y jurídico para su implementación. Utilizaron para ello los modelos de los teatros más importantes del mundo, como el Gran Teatro del Liceu de Barcelona. Y a su cabeza estará nada menos que el ex ministro de Cultura Ramiro Osorio, quien llegó de España para asumir su nuevo cargo y ya ha diseñado una ambiciosa programación para el primer trimestre.

El segundo eje es la biblioteca, cuya administración se entrega a la Secretaría de Educación, para que se integre a la Red de Bibliotecas Públicas, a cargo de BiblioRed, liderada por Sylvia Prada. "Es necesario entender que esta biblioteca tiene un enfoque metropolitano y no local -dice Prada-. Y tiene dos áreas de influencia muy grandes que son Suba y Usaquén, con 1,2 millones de personas, y en las que hay decenas de colegios tanto públicos como privados. La colección, para ser coherente con las actividades del centro, tendrá un énfasis en artes escénicas y plásticas, dramaturgia, arquitectura, diseño y arte, pero de los 36.000 títulos iniciales también tendremos 5.500 títulos sobre ciencia y nuevas tecnologías". Prada asegura que van a prestar especial atención a los jóvenes, que son los grandes desplazados de las actividades culturales de la ciudad. Y es que a veces se olvida que todos los menores de 18 años pueden sacar su carné gratis y llevarse hasta cinco libros a su casa cada día. Y para los mayores, la afiliación cuesta tan solo 5.000 pesos al año. También habrá cine y música del mundo, desde Irán hasta Brasil, y colecciones en braille. Además, la biblioteca, al igual que las otras tres -algo absolutamente atípico hoy en día en cualquier parte del mundo-, tendrá horarios de ocho a ocho y de domingo a domingo.

Se alza el telón

Inevitablemente, en el país del escepticismo, muchos se preguntarán si un centro cultural de semejante envergadura logrará tener impacto en los tiempos modernos, en los que la soledad de la pantalla doméstica de computador parece definir los hábitos urbanos. Basta escuchar a Róbinson Arellano, director de la Biblioteca Parque El Tunal, que atiende a seis localidades, para cambiar de opinión: "A esta biblioteca llegan 4.000 personas cada día, y en los fines de semana la cifra diaria sube a 5.000. El proceso ha sido largo, porque la biblioteca no está en el itinerario de la gente. En el contexto en el que nos desenvolvemos la cultura no forma parte de la agenda. La cultura es cara. Son caros los libros, los conciertos, el cine. Y esta biblioteca ha jugado un papel fundamental porque le ha dado alternativas a la gente y ha logrado cambiar su percepción. Su utilización cotidiana se da fundamentalmente por el boca a boca, y por un esfuerzo enorme para que los ciudadanos entiendan que esto no es un favor, que la biblioteca es para ellos, de ellos. Hoy, hemos logrado llegar a los jóvenes entendiendo sus intereses, las novelas gráficas, los juegos de rol, la música. Y a los abuelos, que son los grandes relegados de la sociedad. Con los niños ha sido más fácil porque aún tienen la capacidad de maravillarse".

Y Ramiro Osorio parece tenerlo claro desde el comienzo: el 3 de junio, Puerto Candelaria, uno de los grupos musicales más notables de la escena musical joven colombiana, lanza su último disco en el Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo. La audaz estrategia, que busca romper los clichés sobre qué es y para quién es la cultura, aunada a un proyecto de una generosidad apabullante, promete hacerle honor a la no por conocida menos hermosa frase del escritor Jorge Luis Borges: "Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca".