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La máquina de historias

Una magistral adaptación grafica de la novela ‘La ciudad ausente’, de Ricardo Piglia.

Luis Fernando Afanador
30 de septiembre de 2017

Ricardo Piglia y otros

La ciudad ausente

Libros del Zorro Rojo, 2013

89 páginas

La novela gráfica no deja de sorprenderme: Maus, Pagando por ello, Notas al pie de Gaza, Moby Dick, La vorágine y ahora La ciudad ausente, de Ricardo Piglia, que, para ser honesto, me había derrotado como novela y ahora recuperé gracias a la versión gráfica que de ella hicieron su autor en compañía de Pablo de Santis, como guionista, y Luis Scafati, como dibujante. Una afortunada creación colectiva, una obra maestra que no solo vuelve más accesible esa interesante narración, sino que la repotencia. Y por lo que he leído después, no estoy solo en esa apreciación. Dice el escritor Edmundo Paz Soldán: “La novela gráfica, reeditada ahora en España por Libros del Zorro Rojo, muestra que en el mundo de la adaptación literaria al cómic no todo son dibujos con viñetas. Scafati ha optado por dibujos expresionistas, a veces de toda una página, y De Santis por acompañar esos dibujos con texto en los costados o en la parte inferior de la página, como si lo suyo hubiera sido más un trabajo de condensación de la novela de Piglia. El resultado es fascinante”.

El libro se abre con un gran plano de Buenos Aires, que evoca una ciudad a la vez antigua y futurista, a la manera de Blade Runner. Ciencia ficción, sí, pero algo retro, con inventos caseros, que buscan inmortalizar recuerdos. El plano se cierra y estamos en la habitación de un hotel con Junior, el protagonista, un errante hijo de inmigrantes ingleses, que recalará en un periódico como encargado de investigaciones especiales y de controlar las noticias de ‘la máquina’. Efectivamente, hay una ‘máquina’ que produce historias, un Estado policial que la controla, pero ha ocurrido algo que pone en movimiento la trama: ‘la máquina’ se descompuso y tuvo que ser resguardada en un museo. Sin embargo, se alcanzaron a filtrar historias que circulan en el bajo mundo, como la del hallazgo de una fosa común –un mapa del infierno– y el suicidio de una mujer. Junior recibe informaciones, conoce extrañas mujeres, que lo encaminan en la búsqueda de ‘la máquina’, de sus creadores, y también de una isla en la que podrá encontrar la matriz de todas las historias. Ciencia ficción, investigación policiaca, metafísica y política. Dice su inventor: “Con Macedonio tratamos de construir una réplica microscópica, una máquina de defensa femenina, contra las experiencias y los experimentos y las mentiras del Estado”.

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La novela original, que se fragmentaba demasiado, encuentra acá un hilo narrativo más claro que la sintetiza sin empobrecerla. Dice Pablo de Santis: “Respecto de las historias, traté de convertir la novela en un relato más tradicional. Porque si a la fragmentación de la novela se le sumaba la fragmentación de la historieta, no se iba a entender nada, se despedazaría. Entonces traté de ver lo que había de narrativa tradicional escondida en el mismo libro, así que fue una especie de resumen del libro”. Y la verdad es que Scafati hizo el resto: trabajó cada una de las historias del relato con una técnica distinta. La historia de la mujer que se suicida es dibujada con punteado; la del infierno, con negativo de fotografía para volverla “siniestra y oscura”; los recuerdos y la memoria, con aguadas. Hay el recurso del afiche, del cartel, del aguafuerte y la xilografía; en fin, un trabajo gráfico admirable.

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No se pierde la esencia de la narración, que es un homenaje al escritor vanguardista argentino Macedonio Fernández y su Novela de la eterna, un proyecto desmesurado de eternizar la memoria de Elena, su esposa muerta: “Grabadas en los huesos del cráneo, las formas invisibles del lenguaje del amor siguen vivas y quizás es posible reconstruirlas y volver viva la memoria, como quien puntea en la guitarra una música escrita en el aire. Esa tarde, Macedonio concibió la idea de entrar en el recuerdo y de quedarse ahí, en el recuerdo de ella. Porque la máquina es el recuerdo de Elena, es el relato que vuelve eterno como el río”. Otro gran logro de la novela gráfica, otra razón más para dejar de subestimarla intelectualmente.