Home

Cultura

Artículo

"La mejor época de Botero fue "cuevista""

JOSE LUIS CUEVAS:

17 de julio de 1989

Polémico, encantador de serpientes, José Luis Cuevas es una de las figuras más importantes de arte mexicano y latinoamericano del presente siglo. Amigo entrañable de Marta Traba, crítico acérrimo de la tradición muralista de su país y serio contradictor da Fernando Botero, Cuevas decidió romper con los moldes en que se movia el arte mexicano y se abrió a nuevas busquedas. Todavía hay muchos que no se lo perdonan. Sus dibujos, sus grabados y sus acuarelas dan una visión tremenda del ser humano, en una obra en la que no hay cabida para la esperanza. Hoy, con 55 años, llega a Colombia por tercera vez, para exponer una serie de grabados en la Galería Diners. SEMANA habló con él sobre su obra, sobre la literatura que lo marca día a día y, por supuesto, sobre Botero, una de sus recientes obsesiones.

SEMANA: En general en Latinoamérica la deformación de la figura humana en la pintura es común. En su obra, ¿a qué se debe esa deformación?
JOSE LUIS CUEVAS: La deformación no se debe a razones psicológicas sino a lo que se conoce en arte como desdibujación. El expresionismo deforma y el arte contemporáneo está lleno de deformaciones desde el momento en el que ya no se practican las proporciones clásicas. Académicamente, sabemos las proporciones del cuerpo humano y cuando estudiamos dibujo seguimos esos principios. En el caso mío, pertenezco a una tradición de arte mexicano que viene desde el arte pre-cortesiano, donde abundan las distorsiones y deformaciones e incluso la descripción de las malformaciones congénitas.

S.: A proposito de arte mexicano, usted y Tamayo en algún momento rompieron con el arte que se hacía en su país. ¿Que representó para usted esta ruptura.? ¿por qué se dio?

J.L.C.: Fue una ruptura con lo inmediato, que era el arte de los muralistas y la Escuela Mexicana de Pintura, porque el nacionalismo de ellos era superficial, folclórico. No se trataba de apartarse de la tradición que emanaba del arte precolombino, sino de oponerse a una pintura ya muy desgastada y repetitiva que habían iniciado los llamados tres grandes del muralismo. Pertenezco a una generación llamada de la ruptura, y esto no solo se da dentro de la pintura, sino también dentro de la literatura

S.: En su obra se da una imagen desesperanzada y, a veces, horrorosa del hombre. ¿Ve usted alguna salida para esa pobre condicion humana?

J.L.C.: En mi obra no hay salidas, hay entradas y penetraciones. No hay señales que indiquen la salvación de una humanidad desesperanzada. La entrada es al interior del hombre de nuestro tiempo para escarbar y descubrir su angustia. Es la visión que los neoexpresionistas italianos y alemanes están dando después de los jugueteos abstraccionistas. Estamos a finales de un siglo convulso y la imagen del hombre de nuestro tiempo es una imagen distorsionada y torturada. Este siglo constituye, dentro del arte, la más excitante aventura a la que nos hemos enfrentado. Los pintores han sido políticos, psicólogos y ya no les ha importado mucho hacer buenas pinturas o dibujos. Es más, ultimamente el arte mal hecho no importa, lo que importa es el gesto, el gesto del pintor. La gramática en los escritos importa menos que el contenido. Yo hago buenos dibujos, pero no es ese mi propósito porque ni siquiera me doy tiempo para lograrlo.
Vivimos épocas de enorme rapidez que no nos permiten la perfección.
¿Comó buscar la perfección en un mundo imperfecto? No sé si, de haber nacido en otra época, hubiera sido pintor. Ser pintor de ahora representa estar sumergido en un mar profundo en el que se toca el fondo. Hay una contradicción en nuestra época: los artistas, a pesar de nuestra angustia, logramos un reconocimiento y somos tan populares como los astros del deporte.

S.: En algunas ocasiones ha hablado de su admiración por Kafka. Pero, ¿qué otras referencias literarias marcan su obra?

J.L.C.: Partí de Dostoievski y Kafka, y también pasé por Quevedo y Sade. De alguna manera me nutrí de la poesía de hombres como Ezra Pound. Pero ahora mi obra es el resultado de una propia literatura. De alguna manera escribo mi dibujo antes de hacerlo. Es como hacer guiones cinematográficos. Tomo nota de todo aquello que vivo y todo lo que vivo me interesa. Hay, pues, toda una literatura propia atras de mi creación plástica. Desde hace cuatro años escribo incesantemente páginas autobiográficas, que es lo mismo que trazar autorretratos. Pero no son escritos secretos, que mantenga ocultos. Al contrario, se publican en los periódicos o se recogen en libros. Y no es que ejerza dos profesiones, sino que el dibujo y la escritura para mí son lo mismo. Es caligrafía para explicar mi mundo. Para el que no entienda mis signos dibujados están las palabras. Tengo necesidad de estar explicandome siempre, de estar justificandome. Por eso tengo fama de hablar mucho.

S.: Si no estoy mal, en "Cuevas by Cuevas, usted afirma que su arte es incopiable...

J.L.C.: Lo dice Marta Traba en alguna parte.

S.: Lo dice de alguna forma en el texto que presenta su actual exposición. ¿Comó logra esa característica? ¿Comó puede ser incopiable?

J.L.C.: A esa conclusión puede llegarse cuando alguien ha sido tan copiado como yo. Obsérvese con qué facilidad los pintores copian a otros artistas. El mismo Picasso, siendo tan grande, tiene, espléndidos epígonos. Hacer un Picasso no es tan difícil, como no era difícil hacer un Diego Rivera y, sin embargo, como en algún momento lo señala Marta Traba, la imitación mía es una empresa imposible. Trataré de explicarlo: para copiar un dibujo mío no es suficiente saber dibujar, porque no existe la certeza de que un dibujo mío sea bueno o malo. Frente a un dibujo de Miguel Angel, alguién que conozca la anatomía humana y que además dibuje y domine la técnica del carboncillo, podría copiarlo. Pero frente a algo hecho por mí, esa destreza o conocimiento no es suficiente. ¿Cuál es la razón? La ignoro, pero así es.
S.: Hace algunas semanas en España usted afirmó que Fernando Botero es un farsante. ¿En qué se basa para tal apreciación?

J.L.C.: Mi affaire con Botero se inicia cuando (hace algunas semanas) él llega a México y declara a la prensa mexicana no saber de arte mexicano más que lo que produjeron los muralistas. Esta actitud de negación por parte de Botero me sorprendió y tuve que comentarla. Mientras Botero iniciaba su exposición en el Museo de Arte Moderno de Chapultepec, con una asistencia tumultuosa de las gentes más ricas de mi país, a poca distancia de ese lugar yo daba una conferencia en el Museo de Historia Natural frente a directores de museos de varias nacionalidades. Y hablé de Botero, en cuya muestra no había un solo pintor porque toda la propaganda de Botero se manejó en una sola dirección: los precios que sus obras alcanzaban en las subastas y sus propiedades en diferentes partes del mundo. O sea que los que fueron a ver su exposición fueron los millonarios, que querían conocer a otro millonario. Es como si hubiera llegado Howard Hughes o Paul Getty. Por otra parte, Botero evitaba cualquier asociación conmigo, porque quizás temía que se le recordara el saqueo que hizo de mi obra y de mis temas, cuando ambos comenzábamos y nos encontramos en Nueva York. Pero no pudo impedir que en una kilométrica entrevista televisiva se le interrumpiera constantemente para insertar la opinión de un crítico norteamericano que hablaba de la deuda que tiene conmigo. Botero, pues, en su exitoso paso por México, se encontró con un bache que de alguna manera nublo lo que hubíera podido ser una felicidad plena. Ese bache fui yo, que representaba su pasado.

S.: ¿Por qué no precisa más en qué consiste ese saqueo?

J.L.C.: A eso voy.¡Cómo olvidar los Boteros antes de Botero que yo hacía en Nueva York, las figuras voluminosas de los curas, dictadores niños, que yo representaba inflados grasientos, por imposiciones de los temas y no para fundar en ello un estilo! ¡Como olvidar los homenajes a Mantegna, el matrimonio de los Arnolfini o escenas de burdeles con cientos de colillas de cigarros por el suelo! Ahora Botero está lejos de mí, aunque persiste obsesivamente en la gordura. Pero su mejor época fue "cuevista". De las figuras vigorosas y amplificadas pasó a las formas fofas, que caracterizan a los ricos ociosos antes de descubrir los aerobics. La gordura de Botero no tiene sentido. Si en algún momento se pensó que podía haber crítica a una burguesía inútil y descerebrada, perdió toda intención cuando hizo grasientos a los toreros, a los críticos e, incluso, a los Quijotes. Es lamentable, porque ha sido un excelente dibujante, uno de los mejores de América Latina, pero lo perdió su vocación de magnate. Frente a la obra actual de Botero, la de los toreros, la única emoción posible es la de la sonrisa benevolente del espectador.

Colombia ha lanzado al mundo a dos grandes artistas: Fernando Botero y Gabriel García Márquez. Pero la distancia entre ambos creadores es muy grande porque el escritor sí es una figura de enorme valor, uno de los más grandes del siglo XX. Botero se ha inclinado más hacia lo blandengue de una fama que será efímera. Me causó extrañeza lo que declaró en México: dijo enfáticamente que no pintaba gordos. Es extraña esta opinión. A lo mejor se debe a que un problema óptico le impide pintar figuras delgadas, espirituales, a la manera del Greco, que son las que pueblan sus sueños y sus fantasías.

S.: Volviendo a su obra, pareciera que el color ocupa un lugar secundario. No es mucho el colorido. ¿A qué obedece esta característica?

J.L.C.: El color en mi obra lleva sólo la intención de crear una atmósfera. Pero de ninguna manera podría considerarme un colorista. Carezco de ese buen gusto que debe tener aquel que maneja los colores. Sería yo incapaz, incluso, de lograr una combinación acertada en los colores de la ropa que porto. Los colores de una corbata que yo escogiera posiblemente no irían con el de la camisa o el de los calcetines. Quizás todo el mundo viva en un mundo de colores y de ahí su preocupación por que las cortinas vayan bien con los muebles. Mi mundo es de formas, de ideas, no es un mundo en el que esté presente la sensualidad del color. Aun en lo erótico, el color para mí no existe. Se da la forma de una mujer pero no el tono de su piel. Podría, eso sí, darse la textura y no prescindiría de ella en mis grabados y dibujos. Yo no me enamoraría de una mujer por sus ojos azules o sus cabellos rubios, pero sí por sus formas. Lo siento pero mi mundo no es de colores.--