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LA MUSA PECOSA

El fútbol no sólo ofrece emociones sino que inspira a maestros de la literatura.

14 de julio de 1986

Aunque muchos intelectuales se inclinan por minimizar el fútbol, por mirarlo de soslayo por calificarlo de enorme estupidez que hasta se juega con los pies, la literatura ha sabido respetar este deporte como un tema apasionante y son numerosos los ejemplos que se pueden citar de escritores encumbrados que se han ocupado de esa fiebre que cada cuatro años se recrudece con motivo del Mundial.

Albert Camus, por ejemplo, le sacó tiempo a su larga obra y a sus discusiones interminables con Jean Paul Sartre para describir la angustia de un portero ante el pénal. Salvador Allende, que era gran aficionado al fútbol y a la literatura, también tuvo rato para este deporte y de él quedan esas definiciones certeras de la felicidad y de la infelicidad: la felicidad, es el gol y la infelicidad es el autogol. En Colombia quizá el más sobresaliente escritor sobre fútbol es Alvaro Cepeda Samudio, al que llegó por del periodismo con un reportaje célebre al astro brasileño Garrincha.

Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Rafael Alberti, Desmond Morris y Roberto Fontanarrosa, son algunos otros de los literatos que le han dedicado tiempo de sus vidas y espacios de sus obras al fútbol. Este grupo es el que destacamos ahora en SEMANA, reproduciendo algunos apartes de cuentos, relatos, poemas o reflexiones dedicados a su majestad El Fútbol.

Mario Benedetti

En su libro de cuentos "Montevideanos", el uruguayo Mario Benedetti incluyó el cuento "Puntero izquierdo", un monólogo de un aspirante a estrella del balompié que sufre por sus altibajos su falta de gol y su deseo de volverse profesional. Un cuento en lunfardo, podría decirse, en uno de cuyos apartes finales dice:

"Allí no más terminó uno a cero y los muchachos me llevaron en andas porque había hecho el gol de la victoria y además iba a la cabeza en la tabla de los escores. Los periodistas escribieron que mi gol, ese magnífico puntillazo, había dado el más rotundo mentís a los infames rumores circulantes. Yo ni siquiera me di la ducha porque quería contarle a la vieja que ascendíamos a Intermedia. Así que salí todo sudado con la camiseta que era un mar de lágrimas, en dirección al primer teléfono. Pero allí no más me agarraron del brazo y por el movado de oro le di la cana a la bruta manaza de don Amílcar. Te juro que creí que me iba a felicitar por el triunfo pero está clavado que esos tipos no saben perderla. Todo el partido me la paso chingándola y tirando desviado o sea hipotecando mis prestigios y eso no vale nada. Después me viene el sarampión y hago un gol de apuro y eso sí está mal. Pero, ¿y lo otro? Para mí había cumplido con los sesenta que le había sacado de anticipo, así que me hice el gallito y le pregunté con gran serenidad y altura si le había hablado al delegado sobre mi puesto en Talleres. El coso ni mosquió y casi sin mover los labios porque estábamos entre la gente, me fue diciendo podrido, mamarracho, tramposo, andá a joder a Gardel, y otros apelativos que te omito por respeto a la enfermera que me cuida como una madre. Dimos vuelta una esquina y allí estaba el delegado. Yo como un caballero le pregunté por la señora y el tipo como si nada, me dijo en otro orden la misma sarta de piropos, adicionando los de pata sucia maricón y carajito. Yo penséla boca se te haga un lago, pero la primera torta me la dio el Piraña, aparecido de golpe y porrazo, como el ave fénix, y atrás de él reconocí al Gallego y al Chicle, todos manyaorejas de Urrutia, el cual en ningún momento se ensució las manos y sólo mordía una boquilla muy pituca, de esas de contrabando. La segunda piña me la obsequió el Canilla, pero a partir de la tercera perdí el orden cronológico y me siguieron dando hasta las calandrias griegas. Cuando quise hacerme una composición de lugar, ya estaba medio muerto. Ahí me dejaron hecho una pulpa y con un solo ojo los vi alejarse por la sombra.
Dios nos libre y se los guarde, pensé con cierta amargura y flor de gusto a sangre. Miré a diestro y siniestro en busca de s.o.s. pero aquello era el desierto de Zárate. Tuve que arrastrarme más o menos hasta el bar de Seoane, donde el rengo me acomodó en el camión y me trajo como un solo hombre al hospital. Y aquí me tenés. Te miro con este ojo, pero voy a ver si puedo abrir el otro. Difícil dijo Cañete. La enfermera, que me trata como al rey Faru y que tiene, como ya lo habrás jalviado, su bruta plataforma electoral, dice que tengo para un semestre. Por ahora no está mal, porque ella me sube a upa para lavarme ciertas ocasiones y yo voy disfrutando con vistas al futuro. Pero la cosa va a ser después; el período de pases ya se acaba, sintetizando, que estoy colgado. En la fábrica ya le dijeron a la vieja que ni sueñe que me vayan a esperar. Así que no tendré más remedio que bajar el cogote y apersonarme con ese chitrulo de Urrutia a ver si me da el puesto en Talleres como me habían prometido".

Roberto Fontanarrosa

Caricaturista de gran éxito en el continente y, además, autor de varios libros de cuentos y de novelas, Roberto Fontanarrosa es también un enamorado del fútbol. En su cuento "Memorias de un wing derecho" están presentes todas las exageraciones, los delirios de grandeza, mejor, de un jugador de la barriada. Pero está además, al final, una reflexión que resulta muy actual: el fútbol contra la moda de las maquinitas. Este es el final del cuento de Fontanarrosa:

"No hay mejor defensa que un buen ataque, mi amigo: eso lo sabe cualquiera. ¡Por favor! Ahora se meten todos abajo. Están locos. Tres pepas hice ese día. Y las otras tres se las serví al nueve, al morochón. Porque es morochón, ahora se le despintó el lope pero es morochón. Y no tenía bigotes. Lo que pasa es que algún mocoso se los pintó con birome para que se pareciera a Luque. Un gol, me acuerdo, un gol, la bola rebotó en el corner y se me vino. Ibamos perdiendo uno a cero, porque ¡ojo! habíamos arrancado perdiendo, y la hinchada bramaba. La puse debajo de la suela y casi la astillo. La empecé a pisar y me la traje despacito para el medio. El nueve se fue para la izquierda y el once también, para abrirme un buco. Yo la amasé y un par de veces amague el puntazo, pero el fullback me tapaba el tiro y no veía ángulo para el taponazo. Le cuento que yo no le hago asco a patear y cuando veo luz le sacudo. A mí no me vengan con boludeces. Pero el rubio que me marcaba me tapaba bien. Entonces yo agarro y la engancho de nuevo para afuera, para mi lado, como para meterle un derechazo cruzado, al segundo palo, a la ratonera. ¡Si habré hecho goles así! Y cuando el rubio me sigue para taparme y el arquero cubre el primer palo, de revés nomás, cortita, la toco para el medio. Y el nueve sin pararla ché, le puso semejante quema que abolló la chapa del fondo del arco. ¡Qué golazo! ¡Lo que fue eso! Yo lo había escuchado al Negro, lo había escuchado. Cuando yo me abrí para la derecha vi que la defensa se venía conmigo. Yo lo escuché al Negro que me grita: "¡Ah!". Y se la toqué. Lo mató al Negro. Lo mató.
La hacemos siempre a esa. Oiga que ya nos conocen. ¡Qué partido fue ese! Y para esta noche tenemos uno lindo. Si es que vienen los muchachos. Porque los escuché decir que iban a las maquinitas. Siempre hablan de las maquinitas. Vaya a saber qué es eso. Acá una vez al club trajeron una. Yo siempre escuchaba unos ruidos raros, unas cosas como "pluic" "plinc", "clun" y unas sacudidas. Unas luces. Pero después no lo senti más. Dicen que se le jodió algo adentro a la máquina, algún fusible y nunca hay guita para comprarlo. Son máquinas delicadas. De esas que hacen los yanquis. Por eso los muchachos siempre vuelven. Porque el fútbol es el fútbol. Esa es la única verdad . ¡ Qué me vienen con esas cosas! Son modas que se ponen de moda y después pasan. El fútbol es el fútbol, viejo. El fútbol. La única verdad.
¡ Por favor! " .

Eduardo Galeano

Uruguayo, autor de enorme éxito primero con "Las venas abiertas de América Latina" y consagrado con "Las memorias del fuego", es aficionado al fútbol, deporte sobre el cual ha escrito varios relatos. Galeano prolongó el libro "Su majestad, el fútbol" y este es un aparte de su escrito:

"Hay intelectuales que niegan los sentimientos que no son capaces de experimentar ni, en consecuencia, de compartir: sólo podrían referirse al fútbol con una mueca de disgusto, asco o indignación.

No es menos típica la búsqueda de chivos emisarios para expiar la propia impotencia, y el fútbol es ideal en este sentido; está allí, tan a mano del intelectual como de cualquiera, sin ganas ni necesidad de defenderse: el fútbol es, pues, cómodamente, señalado con el dedo indice como la causa primera y última de todos los males, el culpable de la ignorancia y la resignación de las masas populares en el Río de la Plata. La miseria no está escrita en los astros, suele pensar el intelectual de izquierda, pero si en el tablero del estadio donde se marcan los goles: si no fuera por el fútbol, el proletariado adquiriría su necesaria conciencia de clase y la revolución estallaría.

No creo que tanta perversidad pueda imputarse al fútbol con algún fundamento de causa. No niego que el fútbol empieza por gustarme, y mucho, sin que eso me provoque el menor remordimiento ni la sensación de estar traicionando a nada ni a nadie, confeso consumidor del opio de los pueblos. Me gusta el fútbol, si, la guerra y la fiesta del fútbol, y me gusta compartir euforias y tristezas en las tribunas con millares de personas que no conozco y con las que me identifico fugazmente en la pasión de un domingo de tarde. ¿Desahogo de una agresividad reprimida en el curso de la semana? ¿Merece uno el sillón del psicoanalista? ¿O bien se ha sumado uno a las fuerzas de la contrarrevolución? Los hinchas somos inocentes. Inocentes, incluso, de las porquerías del profesionalismo, la compra y venta de los hombres y las emociones".

Rafael Alberti

El 20 de mayo de 1928, en Santander, España, el poeta Rafael Alberti escribió sobre Platko, el portero de la selección húngara de entonces, considerado uno de los más sobresalientes del mundo. Este es el poema que se, llama simplemente "Platko":

(Santander, 20 de mayo de 1928)

Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie,
oso rubio de Hungría.

Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.

Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.

Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.

No, nadie, nadie, nadie.

Camisetas azules y blancas, sobre el aire
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.

Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiendo en la yerba de otro país .

¡Tú, llave, Platko, tú, llave rota,
llave áurea caída ante el portico áureo!

No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.

Volvió su espalda el cielo
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada,
tu salto temieron las insignias.

No, nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.

Fue la vuelta del mar.
Fueron
diez rápidas banderas
incendiadas, sin freno.
Fue la vuelta del viento.

La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.

Azul heroico y grana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas, rotas
alas, combatidas, sin plumas, encalaron la yerba.

Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.

¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría!

Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la
pelea, en el arco contrario el viento
abrió una brecha.

Nadie, nadie se olvida.

El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los
ojales, cerradas, por ti abiertas.

No, nadie nadie, nadie
nadie se oivida, Platko.

Ni el final: tu salida
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.

¡Oh, Platko, Platko, Platko,
tú, tan lejos de Hungría!

¿Qué mar hubiera sido capaz de no
llorarte?

Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.


Desmond Morris

Autor de gran éxito ("El mono desnudo" el que más), Desmond Morris ha escrito "El deporte rey", que es una reflexión antropológica sobre el fútbol. Uno de sus apartes -"El fútbol como batalla estilizada"- es el siguiente:

"Sin embargo, es incontestable que existe un elemento bélico en cada encuentro de fútbol, y que ello agrega también, inevitablemente, emoción al lance. Es preciso reconocer que al final del partido hay un ganador y un perdedor, y que esta característica no guarda relación con el simbolismo de la seudo-caza. Si el partido de fútbol no fuese nada más que una caza ritual, lo único que importaría a un equipo y a sus seguidores sería cuantos goles (es decir, cuántas presas) han marcado ellos, independientemente de los que ha conseguido el adversario. Evidentemente, no ocurre tal cosa. Lo que importa por encima de todo es la diferencia entre el número de goles marcados, y es mucho mejor ganar por 1-0 que perder por 3-4. Así pues, aunque la secuencia del juego y su "ritual apuntar a una seudo-presa" se basan en la analogía de la caza, el resultado final hace referencia al simbolismo de una batalla. Ambas facetas son activas y contribuyen a la emoción que experimentan los espectadores.

A juzgar por sus comentarios en el curso de los encuentros, a algunos de ellos presumiblemente les gustaría que se produjera un cambio brusco de la secuencia de la caza a la confrontación directa de una batalla campal. "Dale leña", "quítale de en medio", "arrásalo", son expresiones que se gritan en los graderíos con alarmante frecuencia. Si el árbitro castiga una entrada obviamente salvaje, los partidarios del jugador que la ha perpetrado aullarán con toda probabilidad protestando por lo que consideran un abuso. Esos mismos vociferantes espectadores llegarán incluso a aplaudir una acción violenta mientras un miembro del equipo contrario se retuerce en el suelo. Es preciso decir que el fútbol suscita a menudo grandes oleadas de emociones violentas entre los espectadores. Pero, en cambio, nunca las apacigua".