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LA NUEVA CARA DE LA COMEDIA

Luego de una vasta tarea de readecuación, el Teatro Libre inaugura su nueva sede.

20 de junio de 1988

Se trata de otro gran regalo del arte. Luego de festivales, ferias, charlas y conferencias, Bogotá recibirá el próximo 25 de mayo uno de los presentes más especiales en sus 450 años. Ese día, luego de un año de trabajos continuos, el Teatro Libre de Bogotá estrenará su nueva sede en el antiguo Teatro La Comedia.
Todo empezó en diciembre del 86, cuando el Teatro Libre compró por 40 millones de pesos la vieja sala con la intención de cautivar al público del norte de la capital. La sede de La Candelaria, por problemas de ubicación, había dejado de ser atractiva para el grueso del público al que cada día le quedaba más difícil desplazarse en horas de la noche, hasta un sector inseguro y alejado, para disfrutar de una obra de teatro. Además, el polo de desarrollo de la ciudad se ha desplazado paulatinamente hacia el norte y se estaba perdiendo a ese público que, especialmente los fines de semana, salía de trabajar y decidía entrar al teatro antes de llegar a casa. De otro lado, la adquisición de la nueva sede, que gracias a la variedad de servicios que podrá prestar y a las 720 sillas con que contará -frente a las 204 del local del centro- podrá ser alquilada para todo tipo de espectáculos, permitirá que por primera vez en la historia del grupo, los actores sean remunerados y puedan vivir del arte.
Las labores de reacondicionamiento se iniciaron en mayo del año pasado. Lo primero que se hizo fue pasar revista a las estructuras de la edificación, lo que dejó al descubierto algunas fallas que se debieron atacar de inmediato. El Teatro La Comedia, que fue construido gracias al empuje del dramaturgo y teatrero Luis Enrique Osorio, desde que fue inaugurado, en 1953, poco mantenimiento había recibido. Luego de su estreno como escenario teatral, el local se fue dedicando a la proyección de películas y, finalmente, terminó por presentar lo que llegara. El duro trajín al que fue sometido por tantos años, dejó sus secuelas en las instalaciones. A esto se sumó que, un análisis de la distribución original de espacios, llevó a concluir que se necesitaba rediseñar y reconstruir casi todo el interior del edificio, para que quedara adecuado para los nuevos requerimientos.
Los cambios son notorios y agradables. El escenario se amplió y ahora cuenta con 110 metros cuadrados con cuatro trampas y 36 calles de tramoya. Hasta el momento, el escenario sólo cuenta con una entrada, por el lateral izquierdo, pero está planeado abrir una entrada más por el otro costado. La platea se rediseñó totalmente. Se redujo el número de sillas, se subió el nivel para que quedara a la altura del escenario y se suprimió un área sorda que había en la parte de atrás y que sirvió para ampliar el hall de entrada. La ubicación de las sillas, colocadas en semi-círculo, da la sensación de que todo gira alrededor del escenario. Además, la silletería original, que soportó los embates de los asistentes a las juergas de rock y yerba de hace unos años, pasó la prueba y ahora, con nuevo tapizado, está dispuesta para prestar sus servicios en la nueva etapa. Un foso con capacidad para 16 músicos complementa el área del escenario.
El servicio de camerinos tiene capacidad para 48 personas, con duchas, espejos, armarios y tocadores, fuera de dos camerinos individuales para invitados especiales. En el segundo nivel, donde también se ganó un buen espacio para los corredores externos, se hizo un bar-restaurante que podrá funcionar en días en que no haya funciones. Para el público se construyeron 20 baños, colocados en un sótano bajo la platea, que se abastecen de un tanque subterráneo. Teniendo en cuenta que originalmente el teatro no contaba con un sistema de ventilación, se hizo necesario diseñar y construir uno adecuado, que va adosado a las paredes de la sala y recubierto por placas de madera que, fuera de aportarle mucho a la decoración, cumplen una función acústica.
El puente de luces tiene capacidad para 96 reflectores, que son controlados desde una consola que tiene una memoria con capacidad para almacenar la iluminación de 200 escenas. Esta consola está ubicada en la sala de proyección, que fue readecuada, y que conserva los viejos equipos del teatro, que fueron reparados por Cine Colombia. La parte electrónica se complementa con los equipos de amplificación de sonido y con un sintetizador.
Claro está que, así como son de buenos los resultados, así también la inversión es grande. Aparte de los 40 millones que costó el teatro, del que sólo se conservó el cascarón, el Teatro Libre invirtió 200 millones de pesos en la remodelación del inmueble. De esa cantidad, 100 millones están ya cancelados y los restantes 140 millones se adeudan a entidades entre las que están el Banco Central Hipotecario (que prestó los 40 millones para la compra), el Banco Cafetero y el del Estado. Pero, de acuerdo con los proyectos que se tienen, los directivos están seguros de que no habrá inconveniente para saldar las deudas. El reto es grande, pero la movilización de público que desencadenó el reciente festival de teatro en la capital, puede dar una idea de qué tanto respaldo están dispuestos a brindar los bogotanos a un experimento que busca resolver, de una vez por todas, el dilema de si el teatro puede, aparte de ser un arte, ser un negocio rentable.