Home

Cultura

Artículo

Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares el 29 de septiembre de 1547. | Foto: AFP

HALLAZGO

La nueva novela del cuerpo de Cervantes

El posible descubrimiento de los restos del autor de ‘Don Quijote’ tiene en vilo no solo al mundo de la literatura, sino al de la ciencia.

21 de marzo de 2015

Ni la cabeza, ni las piernas, ni las manos. Los maxilares llevaron a creer a un grupo de antropólogos forenses que podría tratarse de los restos de Miguel de Cervantes Saavedra: “Pueden ser perfectamente”, dijo Francisco Etxeberria, uno de los líderes de este hallazgo. Esta afirmación desencadenó esta semana una apasionante historia que tiene en vilo no solo a los amantes de la literatura.

El posible descubrimiento de  los despojos mortales del autor de Don Quijote de la Mancha se convirtió en tema universal por la magnitud del personaje, por la forma como aparentemente aparecieron y por el relato que existe de cómo habría llegado  el cuerpo a ese lugar: la cripta del convento madrileño de las Trinitarias Descalzas en el barrio de Las Letras.

La historia comenzó el 28 de abril de 2014 cuando Fernando de Prado, historiador y abanderado de este proyecto, se fijó con su equipo una meta: explorar cada centímetro del monasterio con un georradar, equipos 3D y localizadores infrarrojos capaces de encontrar todo lo que estuviera bajo tierra. De descubrir los huesos, los enviaría a un laboratorio para analizarlos. El proceso tomaría meses.
 
Y, como en las buenas novelas, había que seguir unas pistas y en este caso las habría dejado el propio Cervantes. Se sabía que a los 24 años perdió el movimiento de su mano izquierda en la batalla de Lepanto, que la Liga Santa, en la que militaba el escritor, le ganó a la armada del Imperio otomano. Como no usaba esta extremidad, sus huesos lo delatarían. Otro rasgo que lo haría identificable entre los 17 cadáveres que estarían junto al suyo eran las huellas de dos disparos con arcabuz que recibió cerca al pecho. Se presumía también que era desdentado y encorvado. A esto se sumaba que el dato de su edad, unos 70 años, también ayudaría.  Al fin y al cabo, como dijo Prado hace un año, “antes no existían medios tecnológicos y científicos para diferenciar un esqueleto de otro, pero cuando empecé a oír hablar de estos avances, pensé: ‘¿Por qué no lo intentamos?’”.

Cervantes murió el 22 de abril de 1616 y fue enterrado un día después en un lugar del convento que muy pocos conocieron. Y como el monasterio fue reconstruido a finales del siglo, trasladaron sus restos a una nueva ubicación, lo que con el paso de los años y el deterioro ahondó el enigma.

Siempre se argumentó que el escritor pidió ser inhumado en el santuario por que esa orden religiosa ayudó a liberarlo cuando fue secuestrado por un grupo de piratas. En su biografía se cuenta que en 1575, cuatro años después de Lepanto, la nave en la que se dirigía hacia la península fue atacada por una banda de saqueadores berberiscos que lo confundió con un noble español. Por su rescate pidieron algo más de dos kilos de oro, cifra que su familia jamás podría reunir. Después de muchos intentos de fuga y de cinco años de castigos y cautiverio, unos sarcedotes trinititarios pagaron por su libertad.

Sin embargo, el diario El País de Madrid añadió otras razones por las que Cervantes estaría enterrado allí: era vecino del barrio; se trataba de las monjas protegidas del conde de Lemos, a quien Cervantes dedicó El Quijote y en el convento estaba su hija natural, Isabel de Saavedra, que tomó el nombre de sor Antonia de San José.

La semana pasada el historiador Fernando de Prado, diez meses después de comenzar su aventura, pareció estar cerca de la meta. En los últimos días su equipo localizó una bolsa con huesos que pertenecerían a seis niños y 11 adultos, entre ellos estarían los de Cervantes y su esposa, Catalina de Salazar. En enero de este año las investigaciones ya habían empezado a obtener resultados cuando se encontró un ataúd con las iniciales del autor, MC, hechas con tachuelas.

El martes el forense Francisco Etxeberria manifestó en una rueda de prensa: “No podemos hacer una verificación matemática en términos de certeza absoluta, por eso somos prudentes y al mismo tiempo estamos muy ilusionados internamente. Estamos convencidos de que en esos fragmentos (bolsa de huesos) hay algo de Cervantes”.

A este rastreo, sin embargo, no le han faltado enemigos: algunos critican su costo, unos 120.000 euros.  A otros, como Francisco Rico, miembro de la Real Academia Española (RAE)  les parece simplemente una “tontería”. Y a unos más no les cuadra que las señales de los disparos en el pecho o la lesión de la mano no aparezcan en los supuestos restos del autor de El Quijote. Y hay quienes se resisten a creer que uno de los grandes indicios sean sus maxilares, como dice Etxebarria, con el argumento de que solo le aparecen seis dientes.

Por ahora no será fácil demostrar que los huesos hallados en las Trinitarias de Madrid sean los del escritor. El único recurso que queda es la prueba de ADN, pero por los años y la condición del osario los resultados no serían del todo fiables. La otra opción sería cotejar su información genética con la de su hija o con la de su hermana, Luisa, pero hallarlas sería incluso más difícil que encontrar los restos del propio príncipe de los ingenios.

Restos con historia

Despojos de otros ilustres que también han sido noticia.

Galileo Galilei:
en 1737 le robaron tres dedos y el único diente que tenía al cadáver del astrónomo, filósofo y matemático. En 2009 aparecieron en un relicario que compró un coleccionista.

Tutankamón:
en 1968 se descubrió que el pene del faraón no estaba en su lugar. Al parecer, lo habían tomado los mismos investigadores que habían encontrado la momia en 1922. La leyenda dice que todos ellos murieron trágicamente.

Albert Einstein:
el patólogo Thomas Stoltz Harvey le extirpó su cerebro siete horas después de su muerte, en 1955, y lo conservó en un frasco. Solo en 1978 se reveló esa circunstancia. Hoy se preserva en el Departamento de Anatomía de la Universidad de Kansas.