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LA OPERA DE TRES CENTAVOS

El montaje del "Barbero de Sevilla" no pasó de ser una caricatura plagada de horrores.

5 de junio de 1989


La ópera, espectáculo que día a dia gana más audiencias en el mundo, en Colombia logró sostenerse hasta la última administración de Colcultura del pasado gobierno. Fueron doce años de temporadas que invitaban a pensar, que así como se había formado una numerosa afición, entre los trabajadores de artes escénicas alguna lección había quedado. Sobre todo entre quienes estuvieron muy cerca de los profesionales europeos que vinieron al país. Pero a juzgar por lo visto en el teatro Jorge Eliécer Gaitán durante la presentación de "El barbero de Sevilla" de Rossini, espectáculo organizado por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo, muy poco se asimiló de aquellas experiencias.

Si desde el ángulo musical se logró casi el imposible de hacer insorportablemente tediosa, larga y monótona, una de las más deliciosas, ágiles y divertidas partituras del género, en el aspecto visual el mal gusto fue el leitmotiv. Unos mamarrachos de agresivos colores que nada significaban ni aportaban a la ambientación, configuraban el telón de fondo que enmarcaba una especie de pajarera, que hacía las veces de casa de Don Bartolo.
Y el complemento que servía para mover la escena, eran unos horrendos columpios, donde ridículamente y sin poder dominarlos, se mecían, subían y bajaban los protagonistas, mientras cantaban. Audacias innecesarias que le daban a un espectáculo serio la tonalidad de comedia barata de Vaudeville.

Como innovación había cuatro enormes pantallas colocadas en diversos puntos del auditorio, donde iba apareciendo la traducción del libreto. Este recurso bien manejado habría cumplido el propósito de guiar al público en la comprensión del argumento, pero minuto a minuto el sistema se descomponía y cuando volvía a funcionar, lo que se leía no coincidía con lo que ocurría en el palco escénico.

Sin embargo, la verdadera afrenta contra el público estuvo a cargo de la persona asignada para escribir los textos. ¿Cómo se le confía tal responsabilidad a alguien que no sólo desconoce la lengua castellana sino que además carece de las más elementales nociones de ortografia? Para la muestra he aquí varias perlas: para comenzar, la palabra orrible apareció tantas veces como el respetable se repitió cuán horrible era lo que acontecía. Reconosco, ostinais, escusar y avergonzo hacían juego con el verbo gular de ignoto significado. Enpesar, enbroyo y orror eran apenas pruevas de resistencia para el público, y el tecleador de marras, a falta de no poder felicitarse, escribía y repetía sin el menor pudor: ¡Brabo! ¡Brabísimo! para estupor de los sufridos espectadores.

Todo este suplicio estuvo adobado con vecindades que restregaban en forma compulsiva paquetes de papas, chitos y patacones, y una vez finalizado el comizo, se desgonzaban en el asiento para hacer feliz digestión, con ronquido incluido. ¿En qué teatro serio del mundo se permite la entrada de comida a la función?

Y si lo anterior ocurría en escena y auditorio, en el foso 40 músicos hacinados en un espacio en el que sólo caben 18, hacían llegar a los asistentes una circular en la cual se quejaban de falta de espacio para trabajar, falta de camerinos, de salas de ensayo, de sitios de descanso y salidas de emergencia, pero tales carencias están compensadas, decía el escrito, con sobrecupo de pulgas.

Magnífico comprobar que el interés por hacer ópera en Colombia no ha decaído. Se aprecia el esfuerzo de revivir el género, así como intentar habilitar ese elefante blanco de pavorosa acústica que es el teatro Jorge Eliécer Gaitán (a falta del verdadero teatro que requiere Bogotá). Lo que resulta inadmisible es abrir ese escenario a público y artistas, cuando aún no llena los requisitos indispensables para que pueda cumplir a cabalidad una función cultural.

¿Cómo presentar espectáculos tan exigentes como la ópera, cuando la amplificación del sonido aún es problema no satisfactoriamente resuelto? y ¿por qué entregar a gentes improvisadas, responsabilidades que sólo deben estar en manos de profesionales? Ahora, si no los hay, lo lógico es empezar por formarlos, y no frente al público que ha pagado por ver un espectáculo, no propiamente de corte experimental. En síntesis, lo que se vio fue una caricatura de la ópera, y lo que se alcanzó a oir, una mala versión de una obra maestra.--