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LA PASION POR HABITO

Con ilustraciones de Muriel Angulo y traducción de Ignacio Vélez Pareja sale a la luz la edición colombiana de las cartas de amor de sor Mariana Alcaforado.

23 de septiembre de 1996

El 4 de enero de 1669, con el título Lettres portugaises traduites en français y sin nombre del autor, el editor francés Claude Barbin tuvo a bien publicar cinco cartas escritas aparentemente por una religiosa de un convento de Portugal. Se llamaba Mariana y su pluma daba cuenta de un amor tan pasional como solitario, tan entregado como no correspondido, tan desgarrador como sublime. En una época en La que la proliferación de epistolarios amorosos narrados por mujeres iba creciendo al punto de que el género se iría a convertir, como lo comenta el traductor Francisco Castaño, en uno de los hallazgos formales más fértiles del siglo XVIII", la desbordada sinceridad de las cartas de Mariana, alimentadas por su confidencialidad, produjeron un éxito inimaginado.
Solamente entre 1669 y 1675 aparecieron 21 ediciones. El tono de las cartas, decididamente apasionado y desolador, sirvió para bautizar un estilo con el cual serían identificadas las epístolas de amor no correspondido. Surgió entonces la manera 'portuguesa', o 'las portuguesas', especie de glosas del más doloroso enamoramiento. Curiosamente las cartas de Mariana, en apariencia escritas en portugués a juzgar por su primera edición, nunca aparecieron, de manera que sólo se conocen a partir de su traducción al francés. Mariana, nacida en Beja, Portugal, en 1640 y muerta en el mismo lugar, en el convento franciscano de la Concepción, 83 años después, vivió entre 1666 y 1668 un amor que le marcaría la vida. Se enamoró perdida y clandestinamente de Noël Bouton de Chamilly, un oficial francés que la cortejó mientras hacía parte de la expedición de su país en Portugal. Y de ese amor náufrago, que se fue alimentando de su propia pesadumbre hasta desplazar el objeto mismo de la pasión, florecieron sus cartas. La difundida obra de quien arrojó su corazón a los brazos de un soldado francés que no tuvo reparo en abandonarla ha sufrido, sin embargo, una polémica histórica: la veracidad de las misivas. Con su publicación aparecieron también las especulaciones, y con ellas una discusión que 330 años después no ha podido aclararse del todo. A pesar de los innumerables estudios al respecto los especialistas no han podido ponerse de acuerdo. Los más incrédulos han elevado la relación entre Mariana y Chamilly a dimensiones mitológicas. Tanto que el traductor español Francisco Castaño, artífice de la edición en castellano de 1987 basada en los estudios que Bernard Bray e Isabelle Landy-Houillon publicaran en 1983, asegura que no hay lugar a dudas de que se trata de una falacia inventada por el escritor francés Gabriel de Lavergne, vizconde de Guilleragues, quien ideó el artificio cuidándose de permanecer en el anonimato para alimentar la curiosidad morbosa de los lectores de la época. Los más creyentes, al contrario, no han hecho sino impugnar semejante improperio, rescatando a Mariana de las garras de los maliciosos. Entre ellos se encuentra el cartagenero Ignacio Vélez Pareja, quien, fruto de un juicioso estudio iniciado en 1978, ha publicado por estos días, con la complicidad de Altamir Editores y el Centro Editorial Javeriano, el libro El hábito de la pasión, un lujoso y bello tomo con ilustraciones de la artista cartagenera Muriel Angulo, en el que no sólo el autor ofrece su propia traducción de las cartas de Mariana al castellano, sino un completo análisis de las investigaciones sobre las cuales fundamenta su defensa de la monja portuguesa. La base de su reclamo justiciero tiene origen en el estudio publicado por el portugués Luciano Cordeiro en 1888, en el cual el autor se encarga de verificar exhaustivamente la existencia de Mariana, la del oficial francés, la vida del convento, el lugar donde ocurrieron los hechos y demás minucias comprobatorias del idilio y sus consecuencias literarias. En última instancia Vélez concluye que la pugna en favor del vizconde de Guilleragues, iniciada en pleno furor a partir del siglo XX, ha sido alimentada quizá por un falso pudor religioso o una hipócrita mogigatería. Pero, aún así, es probable que ni el propio Vélez tenga los argumentos suficientes para comprobar a ciencia cierta que Mariana fue la artífice de unas letras sublimes que han sido comparadas con las de Eloísa a Abelardo. Más allá de la polémica, como bien lo anota Monserrat Ordóñez Vilá en el epílogo del libro, queda lo importante, el amor por el amor mismo, el amor doliente y desprendido de las cartas, la pasión devoradora de una mujer, real o ficticia, que le regaló al mundo y sin pudor unas de las páginas más conmovedoras y sinceras de un corazón derrotado.