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La piscina: juegos perversos

El francés François Ozon se arriesga a entrar en la enredada cabeza de una escritora de novelas de misterio. ***

Ricardo Silva Romero
9 de mayo de 2004

Título original: Swimming Pool.
Año de producción: 2003.
Dirección: François Ozon.
Actores: Charlotte Rampling, Ludivine Sagnier, Charles Dance, Marc Fayolle, Jean-Marie Lamour. Imaginemos una nota al principio de este breve comentario: aclara, en letras rojas, que tratar de comprender lo que ocurre en La piscina puede producirnos agitación, mal genio, descontento; advierte, de una vez por todas, que la mejor manera de ver la nueva película del francés François Ozon, director de Gotas que caen sobre rocas calientes, Bajo la arena y 8 mujeres, es dejándose llevar por la misteriosa atracción (el erotismo, dicen los diccionarios, tiene algo de búsqueda en la oscuridad) que se despierta, noche por noche, entre las dos protagonistas de la historia; sugiere, sin revelar ningún detalle importante del relato, que aquel drama que gira hasta convertirse en una absurda trama de suspenso también puede ser tomado como el retrato de una escritora que resuelve cierto pasado en sus ficciones. Podemos ver La piscina como una simple anécdota de vacaciones: en ese caso se trata de una suma de clichés -la extrema rigidez británica, la novelista de misterio envuelta en uno, la mujer liberada versus la mujer culposa- que finalmente no valen la pena. Pero podemos verla, también, como el estudio sicológico incompleto (estamos, al fin y al cabo, frente a una ficción) de la vida de una escritora inglesa llamada Sarah Morton, especialista en textos de crímenes a lo Agatha Christie, señora incómoda dentro de su propio cuerpo, solterona hastiada de cuidar las noches de su viejo padre, que viaja a la casa de campo de su editor, John Bosload, con la esperanza de redactar un nuevo capítulo de las aventuras de su detective de siempre y que, forzada por la presencia perturbadora de la hija de Bosload, una joven de 17 años llamada Julie, se ve obligada a emprender una investigación que la conducirá hasta sus propios temores. Imaginemos, para que el círculo se cierre, una serie de pistas para no sentirnos tan perdidos a la salida del teatro. ¿Nos interesa volver a ver este largometraje a partir de su última escena?, ¿queremos llegar al misterio del final -nunca, creo, lo resolveremos del todo- un poco menos confundidos? Entonces tengamos en cuenta lo siguiente: no todo lo que vemos, en las arriesgadas obras de Ozon, sucede fuera de esos personajes que tiende a encuadrar en ventanas como si sólo fueran fotografías; la piscina no sólo simboliza lo que sucede en la cabeza de Sarah Morton (por ejemplo: está sucia mientras Julie nada sin ropa) sino que nos recuerda que tenemos todo el derecho de quedarnos en la superficie o de bajar al fondo de la narración; todos los personajes son padres o hijos que no han conseguido resolver sus traumas. Son pistas, repito, sólo para aquellos que estén dispuestos a interpretar estos juegos mentales. Pistas, quizá, para quienes hayan disfrutado la película. Ningún espectador está obligado -no debemos olvidarlo- a comprender el cine que lo aburre.