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León Ferrari tiene 90 años. Su vitalidad la transmite a una obra que parece de un artista joven.

EXPOSICIÓN

La potencia de Ferrari

Llega a Bogotá la obra de León Ferrari, uno de los artistas vivos más importantes del mundo. Un intento de censura disparó su fama hace cinco años y permitió que se conociera una obra que no admite medias tintas.

26 de marzo de 2011

A León Ferrari hoy no le faltan credenciales. El artista argentino, de 90 años, fue incluido por The New York Times en una lista de los cinco artistas vivos más influyentes del mundo. En 2007 recibió el prestigioso León de Oro en la Bienal de Venecia, mientras que en 2009 el Museo de Arte Moderno de Nueva York le abrió sus puertas para una exposición en compañía de la brasileña Mira Schendel.

Pero todo esto es reciente. Hubo un suceso que marcó un antes y un después en su carrera, gracias al cual pasó de ser reconocido solo por conocedores a convertirse en un personaje con niveles de popularidad en su país similares a los de un futbolista. Fue una retrospectiva suya en el exclusivo sector bonaerense de la Recoleta, en 2004, en la que se incluyó su serie Ideas para infiernos, compuesta por juguetes a los que les añadió íconos religiosos. Todo comenzó cuando los encargados del montaje avisaron en una iglesia cercana del contenido de la exposición que se avecinaba. La noticia llegó a oídos del cardenal Jorge Mario Bergoglio, obispo de Buenos Aires, quien a través de una carta invitó a la comunidad a no asistir a la muestra y a las autoridades judiciales, a clausurarla.

El llamado a la censura, como siempre, generó el efecto contrario y también uno tipo bola de nieve: la exposición y el artista estuvieron en el centro de la polémica y en la primera plana de los medios. El efecto fue inmediato: "El día de la muestra había 150.000 personas, colas de cuatro horas", recuerda Paloma Zamorano, nieta del artista y encargada, junto con dos hermanas, de la fundación que resguarda su obra. Además de las cadenas de oración hubo acciones legales. En una primera instancia, la muestra fue clausurada por orden de un juez; luego vino otro fallo que la abrió y sentó importante jurisprudencia sobre la libertad de expresión en Argentina. Pero el tema judicial no se agotó ahí. Los ofendidos también sabotearon dos de sus obras. Los culpables fueron judicializados y tuvieron que pagarle al artista una indemnización, que este donó a la comunidad homosexual de Buenos Aires. Fue, en suma, un episodio que le dio a Ferrari un reconocimiento que no tenían ni él ni ningún artista en su patria, mientras que su obra experimentó una súbita valorización.

Más allá de este suceso, que sin duda tuvo su dosis de amarillismo, está una obra sólida que trasciende esos 15 minutos de fama y que le ha permitido a Ferrari tener un lugar entre los imprescindibles de las artes plásticas hoy en el mundo. Ángela Pérez, subgerente cultural del Banco de la República, entidad a cargo de la muestra en Bogotá, -que se exhibe en el Museo de Arte del Banco de la República desde el 31 de marzo y hasta el 4 de julio-se refiere a él como "un artista que se ha destacado por su incansable búsqueda de nuevos medios, de nuevos temas. Permanece en eterna búsqueda y esto le ha permitido lograr un reconocimiento que pocos artistas han obtenido".

Ferrari, ingeniero que ejerció su profesión hasta los 56 años, se ha mantenido al margen de escuelas y de vanguardias pese a que sus obras de hace cuarenta años, como aquella del Cristo sobre un avión de combate, bien podrían ser exhibidas hoy como arte contemporáneo. "No sé si el término es válido, pero trato de no usarlo, está carcomido. La necesidad de renovación es eterna, en todas las manifestaciones del hombre, en todos sus niveles y aspiraciones está esa necesidad de hacer cosas distintas", dijo alguna vez sobre este asunto. También es autodidacta. Su nieta toma prestado de la psicología un adjetivo para referirse a cómo él concibe el arte: transpersonal. "Su obra tiene su propio poder. Es transpersonal. Llega a donde tiene que llegar, mueve cosas a nivel inconsciente. Amplifica la conciencia. No hay un límite, su obra no termina nunca".

No termina porque para él son tan importantes las obras como los "dispositivos performáticos", como él llama a la conversación y a las acciones que genera, incluso las violentas. Su prioridad es el mensaje que pueda transmitir con su trabajo: "Me interesa decir cosas y usar el medio que sea para ese fin". Y para esto recurre a materiales y técnicas diversas, pues sostiene que todo es materia prima para hacer arte. Con ellos inventa lo que él llama "signos plásticos y críticos que me permiten con la mayor eficiencia condenar la barbarie de Occidente".

Y es que si algo marca su obra es esa condena. Mediante juguetes, cartas (en 1997 le escribió una a Juan Pablo II solicitando que fuera desalojado el infierno) o collages, pone en evidencia la persecución de la civilización occidental a todo aquel que es diferente, bien sea con doctrina o con armas, con amenaza de fuegos eternos o con torturas como las de la dictadura militar de su país, responsable de la desaparición de uno de sus hijos y que tuvo que ver en su decisión de exiliarse junto a su familia en Brasil, en la década de los setenta. Una condena dictada a través de imágenes de una fuerza ante la que es imposible permanecer indiferente, presente sobre todo en las series de collages Nunca más y Osservatore Romano. La primera, sobre los indultos que a comienzos de los noventa se repartieron en su país y la segunda, una crítica a la postura de la Iglesia católica frente a la sexualidad y la prohibición del uso del condón.

También se ha expresado a través de heliografías, dibujos, botellas, libros de artista e incluso lenguaje braille. La composición estética basada en la línea abarca otra parte importante de su obra. "Es un canalizador de cosas que todos creemos, pensamos, pero no podemos sacarlo con palabras o dibujarlo", explica su nieta. Y para esto recurre al material que sea preciso: alambre, acero, guata, poliuretano e incluso estiércol de pájaros, como en Juicio final, el resultado de haber puesto a unos canarios a defecar sobre una reproducción de uno de los murales de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina.

La muestra bogotana es una completa retrospectiva que cubre toda su obra. La curaduría estuvo a cargo de la fundación liderada por sus nietas, con lo que se busca privilegiar la voz del artista. Todos los textos son de Ferrari, quien también participó en la selección de obras que, más que agradar, pretenden, en palabras de sus curadoras, "generar resonancias". "Puede que gusten o no, pero siempre producen algo, despiertan algo en la cabeza, como si León, más que un artista, fuera un chamán".