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LA REINA MARGOT

La novela de Alejandro Dumas asume en la lente de Patrice Chereau el rostro de la poesía.

9 de diciembre de 1996

Director: Patrice Chereau Protagonistas: Isabelle Adjani, Daniel Auteuil, Jen-Hugues Anglade, Vincent Perez, Virna Lisi, Dominique Blanc, Miguel Bosé. El pusilánime Enrique de Navarra no es el único que, según se rumora en París, huele a ajo, a cerdo y a sudor. En la corte francesa del siglo XVI todo apesta. El rey Carlos IX, delirante e inútil en su trono; su madre, Catalina de Médicis, astuta y siniestra en el arte de gobernar; su hermano Anjou, ávido de sangre y de poder. El hedor es el mismo en Notre Dame y en Louvre, en las calles del comercio y en los palacios de gobierno. Todo apesta y, sin embargo, todavía hay aire suficiente como para respirar y contener el aliento. Las guerras religiosas han azotado a Europa y católicos y protestantes franceses hacen el último intento por la reconciliación. La esplendorosa Margot, hija de Catalina y hermana de Carlos IX, es ofrecida en matrimonio al rey protestante de Navarra en un acto político que provocará una de las peores tragedias en la historia de Francia. El director de teatro Patrice Chereau, conocido por sus montajes alrededor de la obra de Bernard-Marie Koltés, se vale de la novela de Alejandro Dumas, La reina Margot, para llevar al cine uno de los más escalofriantes episodios en la lucha por el poder entre católicos y protestantes. Con la actuación de Isabelle Adjani en el papel de Margot, Daniel Auteuil en el de Enrique de Navarra, y Vincent Perez como La Möle, Chereau recrea con talento de artesano la tenebrosa noche de San Bartolomé, cuando cientos de protestantes fueron masacrados en las calles de París atraídos por el cebo de un matrimonio que estaba llamado a consumar la paz con los católicos. Pero, por encima de los tintes políticos, la película es ante todo una historia de amor. Inocente ante la fatalidad de los hechos, Margot se debate entre la fidelidad a su familia, la nobleza hacia su esposo y su irreprimible pasión por La Möle, un protestante a quien logró salvar de la masacre protegiéndolo en sus aposentos. La traición, la venganza, la codicia, el abandono, la hipocresía y el arrepentimiento van desfilando en los rostros de los protagonistas en una historia en la que nadie está a salvo. Chereau no descuida detalle en su intento por mostrar la magnitud del drama. Incluso, no es de sorprender que la película parezca una obra de teatro en su ritmo, en sus peleas dancísticas y en sus cuadros sobrecogedores, como la secuencia en la que La Möle, ensangrentado y en harapos, cae agónico en brazos de Margot y cree reconocer en ella a la virgen. O como la del rey Carlos IX, delirante en su fiebre arsénica, sudando sangre sobre el níveo vestido de Margot. Intrigante, compleja y desgarradora, La reina Margot asume en la lente de Chereau el rostro de la poesía, una oda colmada de símbolos que no hacen otra cosa que gritar las paradojas de una historia que todavía no se compadece con sus sobrevivientes.