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La revelación vivaldiana

Emilio Sanmiguel
24 de abril de 2000

Antonio Vivaldi es el más popular compositor del barroco musical, y eso no se discute. Sin embargo su popularidad apenas reposa sobre Las 4 estaciones, un ciclo de cuatro conciertos para violín que son el buen testimonio de su estilo inconfundible y exigente, que en la primera mitad del siglo XVIII fue una especie de atractivo turístico de la Venecia de la época, pues su música fue concebida para ser interpretada por las monjas del Ospedale della Pietà, la mejor orquesta de Italia y probablemente de Europa.

El compositor instrumental ha opacado al vocal y Vivaldi fue digno hijo de Venecia, la ciudad que en el siglo XVII hizo de la ópera un espectáculo popular al construir el primer teatro público del mundo, alcanzó renombre internacional y de paso actuó como su propio empresario.

De eso se trata The Vivaldi Album, la más reciente grabación de la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli para el sello Decca: sacar a la luz contemporánea momentos excepcionales de su obra lírica, concebida entre 1713 y 1735. Es un proyecto discográfico de amplio aliento artístico y editorial que involucra los buenos oficios del Coro Arnold Schoenberg y una de las grandes orquestas barrocas de la actualidad: Il Giardino Armonico, que despliega autoridad y virtuosismo instrumental.

Claro, la tentación inicial es caer en la tontería de alabar lo obvio: las formidables condiciones musicales de Bartoli, la bravura vocal y su justa aplicación al exigente estilo de la época y, claro, la amplia extensión, igualmente cómoda en el punzante sobreagudo que en la oscuridad del grave. Pero eso, repito, son apenas obviedades.

Lo que subyuga es la forma como canta a Vivaldi. En materia de agilidad ha ido más allá de lo previsible y con su técnica estratosférica parece alcanzar el paradigma interpretativo y sonoro del violín, que no en vano fue el instrumento más frecuentemente utilizado por el compositor a lo largo de su vida, lo que resulta evidente en arias de Dorila in Tempe (1734) y Farnace (1731), cuya música contiene temas de la Primavera e Invierno de Las Estaciones. Pero sobre todo hay que reconocerle que haya alcanzado auténticas cumbres dramáticas en esta selección de 13 arias, sin moverse un centímetro del estilo, lo que significa que no ha cometido el pecado de llevar el teatral siglo XVIII al dramático XIX, y en esto su interpretación de Gelido in ogne vena de Farnace es una magistral lección de ‘saber decir’ un aria de ópera.

Finalmente Il Giardino Armonico está a la altura de las exigencias, con su versatilidad asombrosa, desde la gran categoría en las cuerdas hasta sutilezas como los pasajes de salterio de Ho nel petto un cor sì forte de Giustino, escrita para el carnaval romano de 1724.

Efectivamente, un compacto que nos confronta con otra de las facetas del padre Antonio Vivaldi: su ópera.