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LA SONRISA DEL "FENIX"

El último montaje del Teatro Libre divide las opiniones

29 de septiembre de 1986

Al final, cuando ya los tres actores se han ido y vuelve a quedar desnuda la sobria y misteriosa escenografía del escultor Ramírez Villamizar, el murmullo del público que sale se vuelve voz en la calle: "Yo esperaba más", declaran. "Es que del Libre uno siempre espera más", agregan. "A mí me gustó pero poquito", confiesan. "A mí mucho", afirman. "Yo me divertí", confirman. "Se pinchó el Libre", insisten.
En todo caso, esa diversidad de opiniones habla bien del Teatro Libre de Bogotá que presenta ahora "Un fénix demasiado frecuente". Y habla bien porque detrás de cada concepto hay un buen conocedor de la vida y obra de este grupo desde cuando su sede no era nada más que una sala de casa con dos docenas de butacas en vez de sofás.
En realidad, esas opiniones se dividen sólo en dos grupos. El primero (que no el más numeroso necesariamente) es el que frunce el ceño para lamentar que el último montaje no siga la tradición de un teatro de esos que sirven para fruncir el ceño. De esos donde el espectador sale más aburrido que como entró. De esos donde sale revolcado por dentro y vestido por fuera de un aire de tragedia como si acabara de salir de una cámara de tortura. En la oportunidad del "Fénix...", este primer grupo tiene otros motivos para decir fo: que es obra vanal, que es recitadita como en los actos públicos de colegios de pueblos y que el Libre es algo más, mucho más, serio. El segundo grupo (que no el más reducido necesariamente) es el que sale agradecido por haber pasado un rato agradable. Una hora y diez minutos sin esas amarguras de todos los días. Ese público que no quiere ir a teatro a sufrir, que tampoco le gusta el cine para sufrir, porque para sufrir ahí está la vida de todos los días.
Y es que lo que menos se hace en "Fenix..." es sufrir. La obra es ligera, cierto, y parecería que a propósito después del montaje anterior de este grupo, "Sobre las arenas tristes", que resultó un bocado exquisito para la audiencia de ceño fruncido. Fue esa una oportunidad magnífica para vestirse de intelectual muy preocupado por el rumbo que lleva esta vida. Y también parecería que es a propósito esa manera de recitar los parlamentos cargados de palabras, cierto, pero en ellas la poesía muchas veces y el humor casi siempre. No se sufre allí. Ni siquiera el dolor inicial de la viuda (Laura García) se toma en serio por que para tamizarlo está su llanto cantado y está también ese quejido estupendo por gracioso de su criada (Carlota Llano). Al contrario, en "Fénix..." se divierte. No hasta la carcajada, pues no es humor fácil ya que tampoco es que llegue a los límites del café concierto, pero se pasa bueno con esa historia que adaptó para el teatro el británico Albert Fry en 1948. Y se va lejos porque la historia es en realidad uno de los capítulos de "El Satyricon", de Petronio, que en español se ha conocido siempre como "La viuda de Efeso".
La magnífica actuación de Carlota Llano, seguida de cerca por Laura García, ambas con buenos trabajos de gestos y de voces, dejan un tanto relegado al hombre del trío, Carlos Alberto Pinzón. Es la cancha de ellas, quizás, las que lo opacan. Los tres, sobre ese misterioso escenario de Ramírez Villamizar y con un vestuario exquisito diseñado por Pilar Caballero, logran buen clima y buen ritmo en una obra donde la música de Juan Luis Restrepo complementa diálogos y acompaña situaciones con acierto.
Porque el tema, la forma y la intención de "Un fénix demasiado frecuente" la hacen muy distinta a los anteriores montajes del Teatro Libre y resulta incomparable. A esta obra ligera se le debe mirar de manera independiente, sin nostalgias de ese teatro a veces falsamente dramático.
Para ellos, quizás, no es esta obra que de alguna manera es la resurrección de la sonrisa en medio de tanto drama en la vida y en el teatro.