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La terminal

Steven Spielberg se vale de una comedia para opinar sobre el estado del mundo. ***1/2

Ricardo Silva Romero
19 de septiembre de 2004

Título original: The Terminal.
Año de producción: 2004.
Dirección: Steven Spielberg.
Actores: Tom Hanks, Catherine Zeta-Jones y Diego Luna.

No se debe menospreciar, por ser una comedia sentimental, ligera y bienintencionada, esta nueva película de Steven Spielberg. No se les debe creer a los maestros del cine cuando tratan de convencernos de que uno de sus trabajos es sólo una divertida obra menor. Ni se debe confundir a Spielberg, el productor que funda estudios, el hombre más poderoso de Hollywood, la marca registrada con patas, con el cineasta capaz de filmar el desencanto de La lista de Schindler (1993), con el artista de fondo que ha cedido a las mismas obsesiones durante los últimos 30 años (aunque ¿todavía pensamos que el éxito es inversamente proporcional a la calidad?, ¿por qué se tiende a menospreciar el cine que se hace pensando en el público sólo porque se hace pensando en el público?): en cualquier caso, La terminal nos hará pasar dos horas felices con su atmósfera de cuento inocente, pero también nos revelará, si queremos, algo significativo sobre el mundo en el que estamos viviendo.

Más o menos inspirada en el caso del señor Merhan Karimi Nasseri (un iraní medio mitómano que desde 1988 duerme en un rincón del aeropuerto Charles de Gaulle de París), este largometraje nostálgico cuenta la historia de un hombre bueno, Viktor Navorski, que de un día para otro se ve forzado a vivir en una abandonada sala de abordaje del John F. Kennedy de Nueva York. Los oficiales de inmigración hacen lo que pueden para explicarle que su pasaporte ya no vale nada, porque en su país, Krakozhia, otro pequeño vecino de Rusia, ha sucedido un golpe militar mientras su avión iba de un continente al otro, y él, con su inglés de tres palabras, les sonríe como si fueran un amable comité de bienvenida. Pronto comprenderá lo que está ocurriendo. Y desde entonces, atrapado en un mundo de paso, se dedicará a descubrir que la vida está en todas partes -la milagrosa actuación de Tom Hanks, la increíble escenografía de Alex McDowell, la luminosa fotografía de Janusz Kaminski: todo refuerza esa idea- al tiempo que la música de John Williams lo sigue como si no quisiera que nadie olvidara que esa historia tiene algo de cuento de hadas.

Y Spielberg, que en las primeras escenas ha presentado la llegada a Estados Unidos como la entrada a un campo de concentración, que ni siquiera esta vez ha logrado deshacerse de hijos perdidos que sólo quieren volver a sus casas, entonces establece un diálogo cinematográfico con la obra de Frank Capra. Y en vez de hacerle un homenaje a la idea de que "el norteamericano es un buen hombre si no olvida los valores de sus ancestros", presente en trabajos de Capra como Caballero sin espada (1939), les entrega toda la humanidad del relato a una serie de extranjeros que nos dicen de muchas maneras, si queremos, que Estados Unidos, más allá de sus políticos con sangre de políticos, es un buen país. Pero que nadie debe olvidar que no es el único.