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La vida no vale nada

Con su reciente muerte, la obra del austriaco Thomas Bernhard vive un boom inusitado.

1 de mayo de 1989

De poder hacerlo, Thomas Bernhard estaría divertido y se sentiría incómodo con el auge escandaloso que sus libros están viviendo, en todos los idiomas, a raíz de su muerte ocurrida el 12 de febrero pasado, a los 59 años. Una muerte que, como todo lo suyo, también estuvo rodeada por el misterio porque fue anunciada cuatro días después, cuando sus restos iban camino del cementerio. Considerado el mayor fustigador de la sociedad austriaca, ahora está siendo reeditado masiva y rápidamente (en castellano, entre otros por Anagrama, en su Panorama de Narrativas y con la excelente traducción de Miguel Sáenz), para que lectores en todo el mundo sigan asombrados con este moralista genial, con este rebelde que llenó sus obras de imprecaciones contra ese país al que amaba y odiaba al mismo tiempo.

Los interesados en descender al infierno de este escritor de novelas, cuentos y piezas de teatro tienen algunos de sus libros a la mano: "Helada", "La calera" y "Corrección", en Alianza; "Trastorno" y "El imitador de voces", en Alfaguara; "Si", "El origen", "El sótano", "El aliento", "El frío" y "Un niño", en Anagrama. En estos libros el lector se topará con este ajuste de cuentas de un hombre con su país, al cual calificaba de degenerado, un Estado ridículo y un pueblo lamentable, para colmo con aires musicales; un país horrible, horroroso y ridículo; esa perversidad y prostitución permanentes en forma de Estado; una vileza de patria que persigue y destruye a sus mejores hijos; un cementerio de fantasías e ideas en el que han degenerado y decaído y han sido aniquilados mil veces más genios de los que realmente han salido a la luz.

Para Bernhard, Austria era un pueblo de suicidas, con el más alto porcentaje de suicidios del mundo, compuesto por una monstruosa comunidad de moribundos que toman la vida sólo como una escuela en la que todos aprenden a morir pronto: "Todo es suicidio. Lo que vivimos, lo que leemos, lo que pensamos, son instrucciones para suicidarse". Y agregaba que Austria "es lo único estéril que hay en el mundo. No sirve para nada. No se puede cultivar. No se puede comer. No es materia prima para nada, salvo para ella misma, es que la vida es una desesperanza pura".

En medio de esa desesperación profunda, nadie debe extrañarse de encontrar en las obras de Bernhard sólo a los más pobres entre los pobres, vagabundos, mineros, obreros, campesinos, presidiarios, criminales fabricados por los austriacos y luego castigados por ellos mismos, y estos personajes miserables sólo pueden escapar de ese infierno con el único recurso que son capaces de inventar: encerrarse en ellos mismos, aislarse, cerrar toda entrada y toda salida, toda esperanza, tal como lo hizo este hombre que dejó instrucciones para que nadie, nadie absolutamente, se enterara ni se interesara por su muerte solitaria.

Este escritor que no redactaba libros para nadie, ni siquiera para él mismo, que no estaba interesado en comunicarle nada a nadie, alcanzó a protagonizar en noviembre último uno de los mayores escándalos políticos en Austria al estrenar su pieza "Heldenplaz", escrita para la conmemoración de los 50 años de la anexión de Austria por la Alemania nazi y en la cual los vieneses aparecen como verdugos: se cuenta el regreso de una familia judía a Viena luego de haber emigrado durante la ocupación nazi. Encuentran la ciudad igual que siempre y el padre acaba suicidándose. Los austriacos se enfrentaron en dos bandos, los que estaban dispuestos a asumir y responsabilizarse del pasado y los que preferían olvidarlo. Una campaña virulenta contra Bernhard siguió al estreno de la obra en el Burgtheater, especialmente por parte de los periódicos derechistas, y el escritor llegó a ser agredido en la calle. Lo cierto es que todos sus actos estaban dirigidos a provocar el escándalo y el rechazo.

Hijo de un carpintero a quien nunca conoció (realmente nació en Holanda, en 1931, pero fue llevado a Austria muy pequeño), y de una empleada doméstica que jamás estaba con él, Bernhard fue criado por el abuelo materno, Johannes Freumbichler, también escritor y quien murió cuando Thomas tenía 19 años. Enfermo de los pulmones, tuvo que internarse en un sanatorio. Por esa época ya escribía poesía y trabajó como reportero en un diario de Salzburgo. Entre 1955 y 1957 se hizo popular con sus crónicas judiciales, muy pintorescas. En los sesenta comenzó a escribir y publicar, rodeándose de una extraña leyenda, de tal alcance que tuvo que publicar su autobiografía en cinco tomos. Nunca tuvo teléfonos. No se veía con otros escritores. No se veía con nadie y durante 35 años vivió con una mujer a la que nadie conocía. No tuvo hijos y la muerte de su compañera lo afectó profundamente, más de lo que ya estaba. Tenía una explicación: "Con sobrevivir ya estaba contento. No podía pensar en fundar una familia. Nunca fui saludable. Si fui bueno o malo no lo puedo decir. Fue una forma de vida y la vida conoce millares de distintas formas de existencia".

Ahora sus libros están siendo reeditados y el boom de Thomas Bernhard es un hecho irreversible que durará varios años, mientras todos recuerden su pensamiento amargo rebelde y lúcido.-