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LAS CENIZAS DEL FENIX

EN EL INCENDIO DEL TEATRO LA FENICE, TEMPLO SAGRADO DE LA OPERA DE VENECIA, SE FUERON MAS DE 200 AÑOS DE LA HISTORIA LIRICA MUNDIAL

4 de marzo de 1996

En la madrugada del martes 30 de enero de 1996 y como antesala al carnaval anual, cientos de venecianos asistían impotentes a un evento que no tenía nada de carnavalesco. Por el contrario, el episodio era tan tan macabro como triste.Con ferocidad incontrolable las llamas terminaban de devorar el más importante escenario lírico de Venecia y uno de los de mayor trascendencia histórica en la humanidad. La Fenice, que había servido de cuna al nacimiento de obras como Rigoletto y La Traviata, se había transformado en escombros en cuestión de horas.El episodio, que tiene consternado al mundo cultural, parece una dramática repetición de la historia, porque ese teatro lleva con justicia el nombre del Fénix, el ave mitológica que renace de sus propias cenizas. Para los venecianos no dejó de ser una amarga ironía presenciar el retorno de la Fenice a los escombros de los que salió reconstruido tras un incendio en 1836, sobre todo por cuanto el teatro original fue levantado en el siglo XVIII en el mismo lugar donde un edificio se había incendiado. Y lo más paradójico fue el hecho de que el incendio lo hubiera ocasionado un corto circuito mientras el teatro se encontraba desde agosto del año pasado en reparación eléctrica para adaptarlo a las normas europeas contra incendios. Curiosamente, hace poco más de un año, y por el mismo motivo, el fuego devoró otra de las grandes casas de ópera de Europa, el Liceu de Barcelona.Después de conocer el incidente, el célebre comediante cinematográfico Woody Allen, quien estaba encargado de reabrir el teatro en marzo de este año con un concierto de su banda de jazz dijo: "Como yo tenía que tocar allí mi clarinete, no tengo ninguna duda de que se trató de un atentado de algún verdadero amante de la música". Pero la broma no ha sido suficiente para acallar el dolor de la comunidad lírica mundial. Ubicado cerca de la plaza de San Marcos sobre el canal del Rio della Vena, la Fenice posee quizás la trayectoria lírica más deslumbrante de la historia de la ópera. La Fenice era la única casa de ópera veneciana activa desde fines del siglo XVIII. De hecho, desde un siglo antes Venecia se había convertido en la capital mundial de la ópera. Y en una época en la que la ciudad contaba con oferta lírica suficiente como para satisfacer a 16 teatros, la Fenice se erigió como el más importante de todos. Obra del arquitecto Giannantonio Selva y levantado como continuidad del viejo teatro de San Benedetto, este templo lírico abrió sus puertas el 16 de mayo de 1792 en una noche fastuosa en la que la nobleza y la alta burguesía de la ciudad, vestidos con sus mejores galas, asistieron al estreno de Il Giuochi d'Agrigento, la ópera escrita por Paisiello para la ocasión. A partir de entonces la historia de La Fenice fue una cadena ininterrumpida de sucesos artísticos, pues para los compositores del siglo XIX siempre estuvo claro que triunfar en el primer teatro de Venecia era tan importante como lograr un suceso de la Scala de Milán.Para la Fenice, Rossini escribió dos de sus óperas más importantes: Tancredi, de 1813 y Semiramide, de 1823; Donizzetti compuso su Ana Bolena. Pero sin duda los estrenos que más profundamente marcaron su historia de noches triunfales corrieron por cuenta de Giuseppe Verdi, con el estreno de dos de las óperas de la llamada 'trilogía popular': Rigoletto, de 1851, y La Traviata, de 1853.Aunque durante el siglo XX la fama del teatro no corrió igual suerte que en los siglos anteriores, dos hechos habrían de dejar una huella en su escenario. El primero fue el lanzamiento al estrellato, en cosa de un par de días, del nombre de una cantante que, a fines de los años 40, hacía sus pinitos en los teatros italianos. Se llamaba María Callas y el 16 de enero de 1949 deslumbró a los asistentes de la Fenice cuando cantó La Walkiria, de Wagner, y tres días más tarde Los Puritanos, de Bellini. Que una cantante pudiese, en tan solo tres días, pasar del repertorio dramático al de las sopranos de agilidad era una proeza que los teatros de Europa no presenciaban desde el siglo XIX. Además, el teatro se cuidó de informar a los espectadores que la Callas había aprendido la espinosísima ópera de Bellini en apenas cuatro días. Comenzaba así una leyenda que aún vive.El segundo hecho memorable fue la celebración del bicentenario en 1992. Al frente del teatro se encontraba Italo Gómez, un colombiano de madre italiana de quien la prensa internacional dijo en ese momento que era el verdadero artífice del renacimiento de la Fenice. Gómez amplió la programación de una discreta temporada de cinco a 11 meses, reinstauró las óperas barrocas, alternadas con modernísimas puestas en escena y, sobre todo, logró algo que entonces parecía imposible: sacar de las temporadas a los cantantes impuestos por recomendación política para dar cupo a estrellas de categoría acorde a la tradición de la casa.Ese año fue glorioso. La Fenice abrió sus puertas durante 250 noches, 100 de ellas para presentar 19 títulos de ópera, 40 para el ballet y el resto en conciertos y recitales. La Fenice se había reinstalado en el lugar que la historia le había brindado, antes de que el incendio de la semana pasada se llevara el aroma de noches gloriosas.El nuevo renacer del fénix no será nada fácil. Aunque el Ministerio de Cultura de Italia ha encabezado una campaña por su recuperación, la reconstrucción del teatro puede costar más de 300 millones de dólares. El vicealcalde de Venecia, Gianfranco Bettin, ha asegurado que el teatro estará de nuevo en pie dentro de dos años. Lo único seguro es que después de 200 años de historia, a la Fenice le ha llegado el momento de hacerle de nuevo honor a su justo nombre.