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LAS MUJERES DE CARLOS LLERAS

El ex Presidente de la República las ama a todas: desde Mesalina hasta la Bella Otero.

25 de agosto de 1986

Desde hace muchos años es cosa sabida que al ex presidente Carlos Lleras le apasiona la literatura erótica. Más famosa que su reforma constitucional del 68 es la enmienda picante que propuso alguna vez para el remate de un soneto que en su opinión resultaba falso por demasiado pudibundo: "Di ¿te resistirías?", proponía el eminente hombre público en vez del original "di ¿te despertarías?". Y no se trata de un capricho fugaz, sino de un interés sostenido que ha acompañado toda la vida al ilustre ex Presidente. Hace tres años, en una entrevista que concedio a María Mercedes Carranza para su revista Nueva Frontera, el doctor Lleras rastreaba las raíces adolescentes de esa doble atracción por el erotismo y la literatura. "Cuando yo trabajaba en El Tiempo en el año 25 -cuenta allí- y recibía un sueldo mensual de quince pesos, los invertía, salvo en una que otra distracción a la cual es mejor que no me refiera, en la compra de libros". Y añade que "si no fuera porque recibi tan buena educación cristiana me habría perturbado mucho esa inclinación por la poesía erótica". Pero a pesar de que todo eso era sabido, no deja de causar cierta sorpresa que ahora el ex Presidente publique recogidos en volumen -y no en uno, sino en dos volúmenes- una docena de crónicas sobre mujeres de vida fragosa originalmente escritas para Nueva Frontera.
El doctor Lleras se inclina con pasión (¿literaria?, ¿histórica?, ¿erótica? ¿Quizás entomológica?) sobre la desaforada actividad sexual de "ciertas damas", como las llama el título, que han pasado a la historia precisamente por su frenesí carnal. Bajo la pluma infatigable del memorialista resucitan los amores promiscuos de Mesalina, "la meretriz augusta" por sobre cuyo cuerpo de quince años pasó media Roma imperial, desde el viejo emperador Claudio hasta el último de los gladiadores y de los pretorianos, dejándola "cansada pero no harta"; los amores familiares de Lucrezia Borgia con su padre el Papa Alejandro y su hermano el duque César, los amores diplomáticos de la condesita de Castiglione con Napoleón III, con Cavour, con Bismark, con Victor Manuel de Saboya; los amores snob de la bella Otero, que una noche se dio el lujo de poner a comer en el mismo plato (un plato de Maxim's, naturalmente) a los reyes de Bélgica y Montenegro, el emperador de Alemania y el príncipe de Gales, el de Mónaco y el Gran Duque Nikolai de Rusia. Y todos esos amores están narrados con lujo de detalles explícitos. El doctor Lleras se explaya sobre el sexo de Mesalina, "candente y recorrido, manchado por diez, por veinte hombres, todos diferentes y todos iguales", se exalta al anotar que las relaciones de la bella parricida romana Beatrice Cenci con un prelado de la corte papal la dejaban a ella "tocando el cielo" en un éxtasis que "no se debía tratar, ciertamente, de impulsos místicos"; se sorprende, él, hombre formado en las severas disciplinas económicas, de que el precio de una noche con una de las más famosas cortesanas venecianas del Renacimiento, Verónica Franco, fuera "incomprensiblemente bajo: sólo dos escudos". El lector concluye que es el propio doctor Lleras quien marca con lápiz rojo los pasajes más escabrosos de las biografías femeninas que comenta. Los señala quizás con una "f", como anotaba en su diario la bella condesita de Castiglione sus orgasmos con reyes y emperadores. A veces la condesa los marcaba con dos "f" seguidas. Y asi el doctor Lleras apunta que "resulta grato leer y releer" las páginas en que se cuenta "la triple demostración de sus ardores" que le hizo Alfonso D'Este a Lucrezia Borgia la noche de su "battaglia del marito".
Y todo eso, decimos, causa cierta sorpresa. ¿Cómo? ¿El venerable ex Presidente, tantas veces retirado de la política y ya en el ocaso de su edad, sigue todavía en esas? SEMANA, como es natural, quiso aclarar con el propio doctor Lleras algunas inquietudes que suscita la lectura de sus crónicas galantes. El consideró, sin embargo, que eso era "mejor no meneallo", como dice el viejo refrán, y rechazó cortésmente la entrevista pedida.
Eran cosas sencillas, pequeños interrogantes de humana curiosidad. Queríamos saber, por ejemplo, si alguna vez el doctor Lleras ha perdido la cabeza por alguna bella Otero del Frente Nacional, y si hubiera estado dispuesto a jugarse por ella una guerra con un país vecino o a entregarle para sus trapos las rentas, por ejemplo, del Insfopal, como tan a menudo sucede en sus reseñas. Queríamos saber, por ejemplo, si el ex Presidente no considera de una frivolidad reprensible dedicar sus desvelos a la lectura atenta y el comentario extenso de una tórrida biografía de Mesalina o de Diana de Pointiers cuando tantos informes de contralorías departamentales y tantas memorias del superintendente de sociedades anónimas están esperando su análisis severo. O a falta de eso, que es útil pero árido ¿por qué no leer más bien y comentar a espacio algún texto edificante? ¿Una biografía, digamos, de la madre Teresa de Calcuta o de Santa Teresita de Lisieux? En la ya citada entrevista que dio a María Mercedes Carranza el doctor Lleras defiende sus gustos diciendo que él "ha sido poco mojigato en materia de lecturas". Las tres obras de la literatura española sobre las cuales "se ha detenido más, y ha leído y releído sin cesar" son, según cuenta, el "Libro del buen amor", la "Celestina", y el "Cantar del Mío Cid". Sobre los dos primeros no hay misterio. Pero en cuanto al tercero SEMANA tenía una curiosidad. ¿El doctor Lleras lo ha releído entero, o sus constantes relecturas van con predilección al fragmento en que las hijas del Cid, doña Elvira y doña Sol, son azotadas por los infames condes de Carrión en el robledal de Corpes?
El ex Presidente no quiso satisfacer la curiosidad de esta revista. Otra vez será. Pero entre tanto, del texto escueto de los dos tomos publicados por la Fundación Guberek es posible sacar ciertas conclusiones interesantes. No tanto sobre el erotismo del doctor Lleras, que la verdad sea dicha se muestra muy discreto, muy lejano, digamos, de los excesos exhibicionistas de un Henry Miller: apenas encontramos allí la descripción fugaz de "un cuerpo esbelto que los flancos ligeramente redondeados a la altura de los riñones hacen más atrayente", o una alusión fugaz, apenas fetichista, a la camisa de dormir con que la Castiglione recibió su primer homenaje nocturno de Napoleón III. Sino sobre la visión que Carlos Lleras tiene de la historia, y sobre la que tiene del poder.
Si hemos de juzgar por sus lecturas, el doctor Lleras se hace de la historia una idea "a la antigua": pre marxista e incluso pre ideológica. La historia, en su opinión, no la hacen las vastas fuerzas ciegas de la economía o de la demografía, ni el choque de las ideologías o de las civilizaciones, ni el desarrollo silencioso de las técnicas o de los intercambios. La historia la hacen las aventuras galantes de los grandes hombres. La unificación de Francia obedece a la fijación erótica de Enrique IV en la trenza rubia de Gabrielle d'Estréss. La caída de la Tercera República ante la invasión nazi tiene su origen en la rivalidad entre la condesa de Portes, amante de Paul Reynaud, y la marquesa de Crussol, amante de Paul Daladier. El Risorgimento italiano sale de la desnudez dorada de Virginia de Castiglione, como la caída de media Italia bajo la dinastía de los Austrias tuvo su origen en la impotencia de Giovanni Sforza con la turbadora Lucrezia Borgia.
Sobre el sentido del poder, las lecturas del doctor Lleras también responden de manera enfática a la célebre pregunta de Darío Echandía:"¿El poder para qué?" Pues para fornicar. Los poderosos cuyas vidas reseña el doctor Lleras no parecen tener tiempo ni ganas para otra cosa, desde el emperador Claudio hasta Benito Mussolini: no piensan sino en eso.
La tesis implícita en las lecturas del doctor Lleras puede ser discutible. Pero es sin duda refrescante en este país acartonado de mojigatería, que para el caso recibe el nombre noble de "austera sencillez republicana". Una austeridad republicana rota solamente una o dos veces por siglo por algún escándalo o algún chisme: los devaneos de las Ibáñez, el matrimonio morganático de doña Soledad Román, el secreto que sabía Mamatoco, alguna fiesta en Cúcuta... En esa tradición de hipocresía republicana no sólo es agradable, sino saludable la tarea de divulgación erótica que ha emprendido el ex Presidente Lleras Restrepo. Sólo cabe recomendarle que siga en esas. Y ojalá que los próximos capítulos de la serie formen parte de esa larga crónica que publica en Nueva Frontera bajo el título de "Memorias de mi propia vida".