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LITERATURA DE SOFA

"Episodios bogotanos": un libro conversado, hecho de los gozos del trato social

15 de febrero de 1988

A su manera Alfredo Iriarte con sus artículos frecuentes, publicados en la revista Diners, ha ido creando un estilo periodístico y exigente, flexible y elegante. Ha llegado allí después de un largo trajín: La Nueva Prensa, El Espectador, El Tiempo, Cromos, El Mundo, Diario del Caribe y Nueva Frontera.
Con lo que puede estar más cerca de una vocación -la literaria- que de una profesión, la del periodista, Alfredo Iriarte encontró su propia dimensión literaria y su propia demarcación estética, en un territoriow amplio como es el anecdotario de un país, adelantado a través de sus protagonistas. Ni crónica en el sentido estricto del término, ni historia académica, ni reportaje periodístico, el texto de Iriarte reconstruye en estos "Episodios bogotanos" (Oveja Negra, Bogotá 1987), anécdotas de los años 20, 30 y 40, conducido por testigos presenciales de la historia: Justino Mariño, José Domingo Dávila, Hernando Vega Escobar, Jorge Castaño, Enrique Caballero Escovar, Miguel Escobar López, Otto de Greiff, Jorge Manrique, Jorge Padilla, Próspero Morales Pradilla, José Francisco Socarrás y Ernesto Martínez Capella.
De tal manera, este libro discreto, rico en experiencias culturales, políticas, mundanas y artísticas, no es independiente del medio social que lo produce. Quizás, inevitablemente, sea una exaltación de la clase alta bogotana a través de la búsqueda de una de sus más peculiares características: su manifiesto sentido del humor. Movido por la atracción que el humor ejerce sobre el autor, éste aparece aquí como un cazador -nada furtivo- al acecho del chiste ilustrativo, del chispazo ingenioso, de la nota irónica. Sin embargo, el cazador locuaz, cuanto más empecinadamente sigue el rastro de su presa, en la frondosa demarcación de su territorio, ésta se le escapa: no todas las anécdotas resultan tan divertidas, ni el lance tan ingenioso, como el autor nos lo va anunciando. Y es que reproducir literariamente lo que en una conversación es un suceso atractivo, sobre el papel pierde su riesgo y su espontaneidad.
La circunstancia personal, el contexto, el hechizo del momento, la expresión del conversador, la faz oculta de la ocurrencia, son cosas que difícilmente puede remplazar la escritura.
De ahí que la tradición de la transmisión oral se encuentre más allá de las posibilidades literarias. El término "letra muerta" bien puede expresar su fuerza detonadora como dinamita puesta bajo el puente sobre el que se pretende hacernos transitar de un territorio a otro.
Digamos que como obra humorística "Episodios bogotanos" es un fracaso. Es un humor de segunda y de tercera mano.
Las afinidades de estos episodios se encuentra ligada más profundamente a otro sentido, el del testimonio histórico ilustrativo, el de la evocación de hechos y circunstancias, acaso pintorescas, realzadas con el encanto indiscutible, aunque a veces ampuloso, de una prosa nada ajena a una fuerte personalidad literaria.
Como un libro conversado, hecho de los gozos del trato social, este es un claro ejemplo de lo que se puede llamar literatura de salón. Hay en él simpatía derrochada a montones, anécdotas memorables, homenajes necesarios, exhuberancia verbal, ilusión de suspicacia, en una dispersión de partículas anecdóticas, que crean y recrean la atmósfera del libro y que si bien no lleva a ninguna parte, no tendrían porque hacerlo, están en el aire.
Enrique Pulecio