Llegó la ópera
'Turandot', más inscrita en la modernidad del siglo XX que en la estética del melodrama lírico italiano, abre la amplia oferta operística de la segunda mitad del año.
Encuentra aquí lo último en Semana
La inauguracion de la temporada de ópera de la Fundación Camarín del Carmen en el Teatro Municipal de Bogotá el próximo jueves 25 de julio, con una nueva producción de Turandot de Giacomo Puccini, es la punta del iceberg de un movimiento que dominará la escena capitalina a lo largo de los próximos meses.
Dada la capacidad de público se tomó la decisión de realizar los dos títulos en el Municipal y no en el Teatro Colón, que desde el siglo XIX ha sido el espacio natural para la realización de estos espectáculos. Sin embargo, en el tradicional coliseo de La Candelaria, a lo largo del segundo semestre habrá una actividad asombrosa alrededor de la lírica.
Cubre campos tan variados como la ejecución del 'Ciclo de talleres de canto del Teatro Colón', que hasta fines de agosto reúne a 84 jóvenes talentos que trabajan la Interpretación del Lied y la Canción francesa con la soprano Marina Tafur, las Operas de Mozart y Puccini con Lía Montoya, la Canción latinoamericana y el jazz con Claudia Gómez, Técnica vocal e interpretación de la música de cámara con David Pollard, que son algunos de los talleres encaminados a la adjudicación de la Beca Alianza 2002 para estudiantes de canto en Francia.
Por otra parte, está el laboratorio de investigación alrededor del fenómeno estético y su confrontación con la situación actual del país, al que se han vinculado facultades de artes, la Fundación Opera Estudio, entidades estatales y la mezzosoprano Marta Senn, que trabajan el concepto de la 'libertad' con miras, entre otros objetivos, a la puesta en escena de Carmen de Bizet en el Colón.
Y si a ello se agrega la presentación de la obra Pensamientos de guerra, con libretos de Héctor Fabio Torres, del Taller de Opera de Manizales; de la opereta de Franz Lehar La viuda alegre, de la Opera de Cali; la Gala de zarzuela, de la Fundación Jaime Manzur, y los conversatorios sobre El arte de cantar, con Valeriano Lanchas, Leonor González Mina y Marta Senn, pues no hay duda en el sentido de que la inauguración de la temporada de ópera del Camarín del Carmen es la punta de lanza de un fenómeno francamente sin precedentes en el medio lírico nacional.
La inconclusa de Puccini
Que la temporada de ópera 2002 se inaugure con Turandot de Puccini va más allá de la anécdota. De las obras de Puccini, ésta abiertamente desarrolla un concepto más en la modernidad del siglo XX que en la estética del melodrama italiano del XIX.
La iniciativa fue de Renato Simone ?quien junto con Giuseppe Adami fueron los libretistas? porque Puccini meditaba la posibilidad de un tema proveniente del Oliver Twist de Dickens. El tema original de Carlo Gozzi ya había sido trabajado durante el siglo XIX por Schiller y se inspiraba en el mito griego de las amazonas y en dos pasajes de Las mil y una noches.
Es de las óperas de Puccini ?siempre centradas en personajes femeninos? la única que desarrolla la idea de una protagonista que no se inmola inevitablemente por afecto sino que, por el contrario, realiza la redención por amor, cuando al final la princesa se erige triunfal en medio de la tragedia. Un tema nuevo para Puccini y definitivamente difícil de resolver. El proceso le tomó años.
En octubre de 1924 Puccini enfermó. Salió de Italia para someterse a un tratamiento de radioterapia en Bruselas, llevando consigo 36 páginas de apuntes para acometer la composición del gran dúo de amor entre la protagonista y el príncipe Calaf que ?él sabía? era el reto más sustancial de toda su carrera como compositor. Sin embargo, 25 días más tarde murió en Bélgica sin haber logrado su cometido. Lo que significa que Turandot quedó inconclusa ad portas de su momento más significativo e importante.
El estreno se había anunciado en la Scala de Milán para abril del año siguiente, 1925, con dirección de Arturo Toscanini, quien encargó al joven compositor Franco Alfano para poner en música el dichoso dúo y la escena final. Así ocurrió. En abril de 1926, cuando Toscanini dirigió el estreno en La Scala, detuvo la interpretación luego del cortejo fúnebre de Liù y explicó al público que en ese punto había muerto el maestro.
El final de Alfano, obviamente, jamás ha dejado del todo satisfechos a los expertos. De hecho, este año en España se estrenó un nuevo final, 15 minutos de nueva música encomendados al destacado compositor contemporáneo italiano Luciano Berio, que ya se ha escuchado en algunos teatros de Europa con comentarios aparentemente favorables.
Ajena al realismo
Turandot, en medio de su espectacularidad y solemnidad estática, resulta totalmente ajena al realismo: Adami y Simone, que trabajaban en ese momento libretos para cine, sabían perfectamente lo inconducente que resultaba trabajar dicha línea.
Contiene conceptos de un refinamiento asombroso, como el cómico trío de los ministros imperiales, que musicalmente se mueven vivamente por las escenas pero que en el fondo son apenas el reflejo patético de la incompetencia burocrática: todo cuanto cantan resulta siempre inútil dentro del tejido dramático.
Musicalmente, lo observa Fedele D'Amico, se aleja ostensiblemente de la dictadura del gran 'canto esplendoroso' del siglo XIX y se aproxima mejor a la modernidad. Es el caso de arias que el público percibe como de indudable vuelo lírico italiano, como la de Liù en el acto I, escrita con una técnica oriental que se funde magistralmente con las armonías occidentales de la orquesta; o la que canta en el acto final, cuyo tema tal cual se encuentra en la Biblia del primitivismo occidental que es la Consagración de la primavera, de Igor Stravinski.
Siempre reina la protagonista, omnipresente a lo largo de toda la partitura, a quien Puccini hace surgir en el momento culminante del acto I, acompañada de un tema que la orquesta desarrolla a la manera de un aria. Pero ésta no canta hasta el acto II.
Vale la pena recordar que la popularidad de Turandot es cosa relativamente reciente. Entre otras cosas porque resulta dificilísimo hallar la intérprete adecuada para la casi sobrehumana música que Puccini escribió para la soprano. En Colombia se representó durante la temporada 1981 en el Colón, con dirección escénica del alemán Willy Decker y diseños y decorados de Reinhardt Heinrich. Es, sin duda, la más recordada y aplaudida producción que haya visto la afición local. Volver a realizarla es un reto artístico de primer orden. Estará en escena en el Municipal hasta el 6 de agosto. Luego vendrá el turno para el segundo título: El barbero de Sevilla de Rossini. La temporada apenas comienza.