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Lo grande y lo chiquito

Simultáneamente aparecen dos discos de Café Tacuba. Uno es un concierto frente a 40.000 personas, el otro, un recital íntimo frente a un centenar.

Juan Carlos Garay
2 de octubre de 2005

Hace poco, el grupo Café Tacuba celebró sus 15 años con un par de conciertos en Ciudad de México. Hubieran querido invitar a todos sus fanáticos, pero el Palacio de los Deportes sólo les da cabida a 40.000 espectadores. Cada concierto duró cuatro horas porque revivieron prácticamente todo el material que han hecho en vivo desde su aparición. El cantante Rubén Albarrán ofició de maestro de ceremonias con tanta soltura, que parecía entrenado por los mejores animadores televisivos.

Corte. Regreso al pasado: hace 10 años, el grupo juvenil Café Tacuba presentaba un recital acústico para el programa de televisión Unplugged. En el estudio no había más de 100 personas (aun contando los camarógrafos y todo el equipo técnico). Rubén Albarrán estaba tan nervioso, que en un momento le confesó a su público que se le ponía "la gallinita de piel".

Lo llamativo es que estos dos momentos, distintos en su forma y distantes en el tiempo, acaban de ser publicados por dos sellos diferentes y en fechas muy cercanas. Craso error, dirán quienes ven la música sólo como el negocio de venta de discos. Pero los fanáticos no opinan igual: la coincidencia hace que se vuelva más fácil apreciar la evolución de Café Tacuba. A tiempo que fueron pasando todos estos años se sumaron escenarios en la hoja de la vida, se fue perdiendo el miedo escénico y pudieron enfrentarse a públicos descomunales.

Un viaje, el álbum que registra la celebración de sus 15 años, es un estupendo resumen de su carrera. Empieza con María, que fue la canción que los dio a conocer cuando lanzaban tímidamente el primer disco, y llega hasta Eres, que a la fecha es su último éxito. En el medio hay espacio para recordar todos los álbumes. Incluso aparecen tres temas del disco Revés, aquel experimento instrumental que a fue a la vez su trabajo más osado y menos vendido. Dirán los detractores que el disco terminó haciéndole honor a su nombre, pero hoy vuelve uno a escuchar esas piezas y sospecha que lo único que sucedió es que los músicos se adelantaron a su tiempo.

En Unplugged el sentido era otro. El grupo había grabado apenas dos álbumes y se trataba de ofrecer una selección granada con un sonido nuevo. En tiempos en que la gente creía que el rock y el folclor eran imposibles de mezclar, Café Tacuba acompañó sus canciones con jaranas (esas pequeñas guitarras de ocho cuerdas que se usan para tocar el son jarocho) y exhibieron unos arreglos vocales tan armoniosos, que por segundos uno creía estar escuchando algún grupo clásico como los Zafiros o los Cinco Latinos.

Cuando, hace seis años, salió el álbum Yo soy, me sorprendió sobremanera la letra de la última canción: la primera estrofa habla del viaje lento de una oruga por el borde de una hoja; la siguiente estrofa describe un cometa veloz que cruza el espacio colmado de estrellas. En 10 segundos saltan de lo microscópico a lo intergaláctico. Le pregunté al guitarrista Joselo Rangel de dónde habían sacado la idea para ese efecto, y me respondió: "Tú terminas dándote cuenta de que adentro es lo mismo que afuera".

Que es en esencia lo mismo que pasa con estos dos discos. Son extremos opuestos en la categoría de concierto: uno frente a 40.000 personas y con todo el voltaje eléctrico; el otro, íntimo y acústico. Ambos imprescindibles, porque desde hace mucho tiempo Café Tacuba sabe que los opuestos en el fondo se parecen mucho.