Home

Cultura

Artículo

LIBROS

Lorenzo Jaramillo, maestro del color

Una muy completa recopilación del legado de un gran pintor y excepcional ser humano

Luis Fernando Afanador
23 de febrero de 2003

Lorenzo Jaramillo
Lorenzo
Seguros Bolivar, 2002
223 paginas

Lorenzo Jaramillo pensaba que la pintura era el color. Algo tan simple como poner una mancha de un color y al otro lado una mancha de otro color. Así le parecía, aunque sonara un poco tonto. Es que las grandes cosas son muy simples: el dibujo es la línea, por ejemplo. Sus pintores preferidos fueron los que usaban el color y tenían los colores más bellos.

Jugaba con el color. Pintaba bodegones porque le daban más libertad sin tener que preocuparse por los temas. "Los objetos están ahí, encima de una mesa. En el fondo lo que quiero es trabajar con pedazos de color, con manchas grandes". No creía que hubiera ninguna simbología en los tonos que empleaba; no tenía colores preferidos. Alguna vez acarició la idea de pintar en negro pero no pudo. "No me sale", dijo.

Los temas le parecían lo de menos. Lo importante, lo que buscó en sus cuadros fue crear una tensión. Sin afanes, sin apresurarse. Por eso no pintó mucho. Pocas exposiciones con pocos cuadros. "Podría haber hecho 25, aquí y allá y por todos lados, pero no, porque yo hago un cuadrito y después otro". No es fácil perseguir la luz pura, la luz sin sombras: la que sale de los colores.

Hizo una gran cantidad de retratos a lo largo de su carrera. Retratos de familiares y de personas muy allegadas. María de la Paz Jaramillo, Eduardo Ramírez Villamizar, Nuri Carulla y, por supuesto, el de su padre, el historiador Jaime Jaramillo Uribe que "con colores intensos y arbitrarios, muestra su evidente juventud intelectual y su carácter afectuoso". Como buen expresionista, sus retratos no se limitan a captar los rasgos físicos de sus modelos, sino que auscultan su mundo interior, afirma el crítico Germán Rubiano Caballero. Lorenzo Jaramillo creía, con Leonardo da Vinci, que para un pintor hay sólo dos grandes temas: el hombre y la intención de su alma. "Lo primero es fácil; lo segundo, difícil". Y es precisamente lo segundo, "la intención del alma", la que aquel capta extraordinariamente bien. No por azar, su maestro Juan Antonio Roda dijo que es uno de los pocos grandes retratistas latinoamericanos de fin del siglo pasado.

Fue también dibujante, ilustrador y grabador. Gran viajero y hombre de una vasta cultura. Se interesó por la música "fuente inagotable", la filosofía, la literatura, el cine y el teatro. Ha sido considerado el artista más importante de su generación. Y no que hay olvidar que se trata de una generación brillante. Nunca se dejó seducir por los cantos de sirena del arte conceptual (hacer "bolsas con basuras y cosas de esas"). No le interesaron las modas, ni los experimentos. Le parecía que la obra es únicamente un accidente, una circunstancia necesaria: "La pintura no puede ser sólo formal. Debe tener una cierta verdad para que valga la pena".

Como todo artista auténtico, dudaba de su trabajo. Pintar no le parecía fácil y sabía que entre mejor se es, los retos son mayores y más complicados. Que se vive en la incertidumbre, en el suspenso continuo, a tientas. Igual que en la ruleta. "El tiempo es el gran fantasma y el cuadro frente a él es su rastro... nada más". Dudaba y creía en sí mismo: como todo artista auténtico. A veces pensaba que iba a perdurar, que en la casa de alguna persona conocida quedaría algún cuadro suyo que continuaba siendo interesante, que se resistía al paso de los años. Para quienes no tenemos ese privilegio, nos queda el consuelo de este bello y completísimo libro.