Home

Cultura

Artículo

LIBROS

Los caudillos caucanos

Una obra que recuerda la importancia de Mosquera, Obando, Julio Arboleda y José Hilario López en los albores de la república.

Luis Fernando Afanador
23 de octubre de 2010

Víctor Paz Otero
Entre encajes y cadenas
Villegas editores, 2010
311 páginas


Este es un libro bizarro. No es una novela histórica, aunque se permite abundantes licencias poéticas y escenas literarias. No es un libro de historia -me imagino el ceño fruncido de los historiadores-, aunque posee rigor y erudición. Abundan las anécdotas personales y familiares y, de pronto, adquiere un tono reflexivo de ensayo político. En fin, se trata de un texto barroco -¿influencia del mundo contradictorio del cual se ocupa?- que sin embargo no deja de ser interesante.

Entre encajes y cadenas, dice su título. Una historia de esclavos y señoritos, aclara el subtítulo. Y es cierto: de ahí no vamos a salir. Así la narración a veces sea sinuosa y reiterativa, a veces se demore caprichosamente en unos personajes y unos hechos en cambio de otros. No hay equilibrio, echamos en falta la mano del editor. Pero llegamos a buen puerto, al final queda bien retratada la orgullosa y esclavista sociedad payanesa del siglo XIX, con sus señoritos cultos, guerreros, sanguinarios, lascivos, incestuosos, clasistas, pusilánimes y valientes. De cualquier manera, y más allá de los adjetivos, protagonistas de primer orden en la naciente república de Colombia luego de la convulsionada gesta de independencia.

Qué personajes. Y qué contrastes. José Rafael Arboleda Arroyo, terrateniente y dueño de minas, casado con Matilde Pombo O' Donell, descendiente de nobles y príncipes irlandeses, será toda la vida un culposo y dubitativo esclavista, acosado hasta la muerte por el recuerdo ambiguo -atracción y repulsión- de una de noche de placer con la esclava Berenice: "Noche caótica e infinita, tormenta desquiciante de múltiples asombros y de arrasadoras sensaciones creyó haber vivido en esas horas José Rafael". La gran paradoja es que, además, será el padre de don Julio Arboleda, el más convencido defensor de la esclavitud y uno de los personajes más reaccionarios que haya dado la historia de Colombia. Es extraño que la derecha, ahora en ascenso y triunfante, no lo haya reclamado como uno de sus precursores: "Él creía con fe exaltada que la tal república era extemporánea y fomentadora de anarquía. Creía que toda república acabaría siendo propiciadora de socialismos e igualitarismos destructores de las jerarquías… De Bolívar sólo respetaba su momento dictatorial, pero en secreto lo acusaba de ser, en últimas, el despiadado promotor de todo el inmenso caos que se había engendrado como consecuencia de la epopeya libertadora". Por cierto, don Julio, como le gustaba que lo llamaran, con su engolado acento de puro español que diferenciaba perfecto la c, la s y la z, había nacido en la selva chocoana.

No es menos extravagante Tomás Cipriano de Mosquera, casado con Mariana Benvenuta Arboleda, hermana de su primo José Rafael, y luego con una sobrina de ella, María Ignacia Arboleda: "Endógamo e incestuoso hasta el último suspiro". Mosquera, admirador ferviente de Bolívar, a quien acompañó de cerca en la expedición al Sur, terminó haciendo un primer gobierno muy liberal que envidiaría el propio general Santander, que no era precisamente santo de su devoción. A su segundo periodo de gobierno -derrocó al dictador Melo- llegó gracias a la ayuda de José María Obando, su primo bastardo y una de las personas que más odió en su larga vida. No tuvo problemas morales ni ideológicos con el esclavismo salvo para disfrutar de los arreboles y las vacas en sus grandes haciendas y de sus incontables amantes esclavas que preñaba sin un ápice de remordimiento: "Expresó que él aceptaría quedarse sin esclavos pero no sin esclavas, pues las negras tenían algo que las mujeres blancas nunca llegarían a tener: el más placentero demonio entre las piernas".

Contradictorio también José María Obando: con sus guerrilleros del Patía le abrió a Bolívar el camino del Ecuador y del Perú y luego lo combatió y le mató a su mejor amigo, el mariscal Sucre. Y qué no decir de José Hilario López: sin muchos estudios, ni educación -como sus aristocráticos paisanos- presidió un gobierno que todavía se recuerda porque mostró que la sociedad colonial y los privilegios no se habían acabado con la independencia.