Título original: Les infidèles
País: Francia
Año: 2012
Directores: Alexandre Courtès, Jean Dujardin, Michel Hazanavicius, Jan Kounen, Eric Lartigau, Gilles Lellouche, Emmanuelle Bercot y Fred Cavayé.
Guion: Nicolas Bedos, Philippe Caverivière, Jean Dujardin, Stéphane Joly, Gilles Lellouche.
Actores: Gilles Lellouche, Jean Dujardin.
Duración: 109 min.
Esta es una película con nueve episodios independientes. Nueve historias breves, algunas más que otras, centradas en lo que indica su título: infidelidades. Además de eso tienen en común el punto de vista masculino y, en particular, el de los dos actores que se repiten en casi todos los episodios: Jean Dujardin y Gilles Lellouche. Hay una sola mujer infiel retratada con algún detalle en la película, pero incluso ella es una respuesta a la infidelidad masculina.
Al final de Los infieles, cuando llegan los créditos, es curioso notar que se trata de una película con varios directores, porque no hay personalidades muy definidas en ninguna parte. No hay altibajos y da la sensación de que todas podrían haber sido hechos por la misma persona (o por nadie).
No estamos acá ante unas de esas películas episódicas de los años cincuenta o sesenta que reunían las miradas distintivas de los grandes autores de esa década, los Fellinis, Antonionis, Godards y Viscontis, o de los proyectos recientes sobre Nueva York, París o Tokio donde participan los equivalentes contemporáneos.
No, Los infieles ofrece una visión coherente, profesional y poco sorpresiva de su tema central. El atractivo, más que los directores, son Dujardin y Lellouche (que también escribieron algunas de las historias) y su sentimentalismo y sentido del humor fácil y accesible.
Los nueve episodios comparten la visión simplista del patetismo masculino. Los hombres, insiste cada uno de los episodios, no pueden hacer nada para frenar los deseos que los abruman y que los empujan a la infidelidad. Es una idea que se hace explícita en el primer segmento: “Somos animales programados para perpetuar la especie. Salir, cazar, fornicar… No puedes evitarlo, es genético”, dice uno de los personajes. Y como es genético e inescapable, no hay ningún suspenso.
Y, de nuevo, como es una condena, no queda campo para pensar que las personas, a pesar de esos impulsos, son capaces de procesarlos de distintas maneras al actuar, que son también seres morales.
Al ignorar esta dimensión, Los infieles se convierte en un festín de viñetas semigraciosas que dejan ese saborcito amargo característico de los chistes de humillación y patetismo.
Desde el hombre cuarentón que sale con una muchacha de bachillerato, hasta el ebanista seducido por una mujer fatal en un barsucho campestre, pasando por un grupo de apoyo para infieles empedernidos o por la historia de un vendedor de fertilizantes excesivamente solitario en una convención regional, cada episodio no deja pasar la oportunidad de acentuar lo patético y ridículo.
Hay un curioso ausente en todos estos procedimientos y es el amor. No hay cariño por ningún lado. Las esposas son unas cantaletosas, los tipos unos escurridizos, los hijos unos fantasmas. Es un lamentable estado de las cosas tratado con despreocupación y ligereza.
CARTELERA
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