Home

Cultura

Artículo

Los maestros hablan

Eduardo Ramírez Villamizar y Enrique Grau, dos de las figuras cumbre del arte colombiano del siglo XX, conversaron como dos viejos amigos.

21 de agosto de 2000

Llevan más 60 años dedicados a la pintura y a la escultura y esperan que sean muchos más. Sus talleres siguen siendo su mejor refugio. Saben que desde hace mucho tiempo, y con méritos de sobra, se han convertido en un referente obligado del mejor arte de Colombia. Junto con Fernando Botero, Alejandro Obregón, Antonio Roda y Edgar Negret, entre otros, forman parte de una de las generaciones más importantes de la historia del arte colombiano.

Pero eso no les importa. Hoy trabajan con la misma intensidad que los caracterizó en los años 40 y 50, cuando apenas se daban a conocer. El maestro Enrique Grau, a sus 80 años, acaba de terminar una ardua labor en el Teatro Pedro de Heredia de Cartagena y ya lleva más de 18 meses trabajando en un nuevo monumento a San Pedro Claver, un bronce compuesto por dos figuras de más de dos metros de altura que pondrá en la plaza que le rinde homenaje al defensor de los esclavos.

Eduardo Ramírez Villamizar advierte con orgullo y cierto tono de humor: “En estos últimos seis meses he producido 20 esculturas, un buen promedio, creo yo. Eso quiere decir que estoy más vivo que nunca”.

Los dos son grandes amigos y por ello hacen un alto en el trabajo para reencontrarse, tomar un café y hablar de los viejos tiempos: siempre será un buen pretexto para suspender sus compromisos, aunque sea por un par de horas. Ambos acudieron a la Galería La Cometa, en Bogotá, donde se exhiben algunas obras de su autoría que, de una u otra forma, recibieron influencia del bestiario de Picasso. Precisamente, después de un cálido abrazo, la conversación comienza en torno a la exposición del pintor malagueño.

Grau: ¿Viste la muestra de Picasso? A mí me habían dicho que no era muy buena porque estaba compuesta por obras de pequeño formato, pero me encantó, me pareció maravillosa. Las obras son una belleza.

Ramírez: Lo que hicieron para los niños fue sensacional. El cuarto cubista me encantó.

Grau: La retrospectiva de Tamayo también es muy buena.

Ramírez: Tamayo es un artista que siempre he admirado, pero fui a verlo después de ver la exposición de Picasso y se me aflojó. Perdió una importancia increíble al lado de lo de Picasso. No sé por qué. Me sorprendió muchísimo eso.

Un catálogo de la muestra del artista mexicano les permite comentar sobre sus cuadros preferidos. Grau busca afanosamente en las páginas una pintura que llamó especialmente su atención. Ramírez Villamizar, por su parte, confiando en su memoria, destaca la imagen de una mujer que está hablando por teléfono. Cuando Grau ubica la pintura que lo había impresionado Ramírez se da cuenta de que se estaba refiriendo a la misma. Pero no se trataba de una mujer en el teléfono sino de un ‘rocanrolero’. Sueltan la carcajada.

Ramírez: Yo creí que esto era un teléfono (es un micrófono)... Como yo soy de otra época, para mí el teléfono sigue siendo una novedad.

Es una amistad muy grande y cuando desempolvan sus recuerdos el humor sigue intacto. No atinan a determinar con exactitud cuándo fue el momento en que se conocieron. Saben que fue por 1945 ó 1946.

Ramírez: Lo que pasó es que Enrique y, en general, todos los artistas salieron al exterior primero que yo. Enrique estuvo en Nueva York, Obregón estuvo en España y nos conocimos cuando ellos regresaron a Bogotá.

Grau: Yo regresé de Estados Unidos en 1945. Primero conocí a Alejandro porque sus padres eran amigos de mi papá. Cuando llegué a Bogotá el primer artista que conocí fue a Hernando Tejada. Cuando llegué no sabía cómo buscar colegas, me sentía como fuera de centro. Yo hice una exposición en la Biblioteca Nacional con toda la obra que yo había pintado fuera de Colombia. Tejada me buscó y me dijo que también era pintor. A través de él conocí a Lucy, su hermana.

Ramírez: La que nos juntó mucho fue Cecilia Gómez en su galería El Caballito.

Grau: Lo que sí es seguro es que el 9 de abril ya nos conocíamos…

Ramírez: Por supuesto… El 9 de abril yo tenía una exposición con Negret en la Sociedad de Ingenieros en la calle 19 con séptima.

Grau: Claro, después expuso allí Alejandro (Obregón) y después yo…

Ramírez: De milagro la exposición no se nos quemó. Nos avisaron a tiempo y entonces vinimos y sacamos las esculturas y las pinturas. Las paredes ya estaban hirviendo. Era una exposición con 10 obras de Negret y 10 mías.

Grau: Yo después expuse con ustedes dos en Nueva York, pero eso fue más tarde. A la hora de la verdad pocas veces hemos estado los tres juntos. Estábamos todos tan activos, tan productivos y tan amigos. Se fundó la Escuela de Bellas Artes, estaban las exposiciones de la Biblioteca Nacional, que era la galería más importante de ese momento, y se hizo una exposición muy grande que marcó una pauta, que fue ‘El Salón de los 26’.

Ramírez: Ese salón fue en 1957.

Grau: Se llamó ‘El salón de los 26’ porque éramos 26 artistas, y fue una especie de un encuentro generacional.

Ramírez: Tuvo un director que se llamaba Jaime Guillén Martínez, un escritor interesado en las artes plásticas. Fue el primero que escribió sobre arte, aparte de Casimiro Eiger, quien nos apoyaba mucho con sus charlas en la Radiodifusora Nacional.

Grau: Casimiro fundó la galería muy honestamente renunció a ser crítico de arte.

Ramírez: Una lástima, porque lo necesitábamos más como crítico que como vendedor.

Grau: Hubiera sido un contrapeso a Marta Traba. Es que cuando Marta Traba se presentó en el escenario nacional ya había un movimiento consolidado. La gente confunde que Marta organizó todo esto y así no es.

Ramírez: Ella ayudó a empujar y logró con su talento y con su belleza que el público apreciara el arte y lo respetara. Logró poner de moda las artes plásticas.

Grau: Ella hizo algo muy importante, que fue organizar la secuencia del arte en Colombia. Fue bastante injusta con la generación anterior a la nuestra, la ignoró. A Ignacio Gómez Jaramillo, a Alipio Jaramillo. De todas maneras Marta hizo una gran labor de difusión.

Ramírez: Una de las cosas importantísimas de esa época eran las fiestas que organizaba Grau todos los sábados en su taller.

Grau: Hacíamos ‘happenings’, eso fue por los 50. Era un ambiente muy activo. Fueron tiempos de efervescencia. El teatro también se inició en esa época.Eduardo tenía un estudio muy bello en La Perseverancia. Allí iba Marta Traba, iba Luis Vicent.

Ramírez: Fueron los años en que se estaba iniciando el grupo de ‘Mito’, con Gaitán Durán y Cote Lamus.



La vida es bella

Se refieren con nostalgia a aquellos años pero también son conscientes de que todavía les queda mucho por hacer. No se preocupan por cuestionar su obra. “Cuando la obra que se produce es buena no hay porqué discutirla. Eduardo siempre ha sido excelente, lo mismo que Negret y Obregón”, advierte Grau. Pero, ¿qué piensan cuando se enfrentan a obras suyas ?

Grau: (Sonríe). Hay obras que uno ve y dice: “Eso sí que estaba bueno ¡ah!”. Pero también hay otras que uno dice “yo le hubiera puesto esto o lo otro”, como el desnudo que hice de una amiga. Después lo vi y me pregunté: “¿Por qué no le puse una máscara?”. Pero en general todas esas obras viejas que uno vuelve a ver pienso que están bien.

Ramírez: Yo por ahí me encontré un cuadro mío que era horroroso y me lo estaban ofreciendo para que lo comprara. Era el retrato de un joven, y en los ojos del joven había una mirada tan descarada que yo creo que estaba reflejando la mirada del pintor. Me pareció que la pintura era vergonzosa y me la ofrecieron para exhibirla en mi retrospectiva en el Museo Nacional que hice hace poco. Desde luego que no la puse porque era demasiado realista y yo tiendo a ser abstracto.

No les preocupa la muerte. Por el contrario, gozan de una salud inmejorable.

Ramírez: Yo sólo le tengo miedo al dolor. Pero siento que he vivido plenamente y que tengo la suerte de seguir gozando de todo. Estoy releyendo libros que había leído hace 20 ó 30 años y los leo con un gusto increíble, mejor que la primera vez. Cada vez que amanece y que abro mi ventana y veo el sol quedo maravillado. Y si eso sigue así, pues al diablo con la muerte.

Grau: A mí me pasa algo similar. Tengo estudios en Nueva York, en Bogotá, en mi finca y en Cartagena. Donde yo voy tengo mis cosas puestas, mi caballete, mis papeles. En Cartagena yo bajo y allí, al lado, tengo la playa. Todo está activo, todo funciona, no estamos en un cajón, estamos vivitos y coleando.

Ramírez: Y además nos vamos a morir muy felices porque nos dijeron que ya no hay infierno. O sigue la felicidad o nada.

Salen a la calle, se abrazan y vuelven a sus estudios para retomar sus actividades. Saben que ya son una institución en la plástica de América Latina. Pero no les importa. Sólo les interesa eso: trabajar.