Home

Cultura

Artículo

LOS NUEVOS BEVERLY RICOS

Sobre las fortunas del mítico barrio, el taquillero Paul Mazursky presenta su nueva película.

4 de agosto de 1986

Beverly Hills, esa zona de Los Angeles donde viven algunos hombres y mujeres que son envidiados por los turistas que pasan junto a los jardines y miran, alelados, la fila de Rolls y Mercedes y BMW y choferes con uniformes oscuros y criadas con delantales muy blancos, Beverly Hills, es el escenario de la nueva película del director norteamericano Paul Mazurski, una comedia de humor negro que destroza una serie de figuras, convenciones y mitos sociales y culturales relacionados con la riqueza de quienes viven en ese barrio: "Un loco suelto en Beverly Hills", la película número once en una carrera cinematográfica que dentro de poco llega a los veinte años, con obras maestras como "La mujer descasada", "Moscú en el Hudson", "La tempestad", "Bob y Carol y Ted y Alice", " Harry y Tonto", entre otras.
En Beverly Hills hay quienes viven detras de esos muros y jardines, como los Whitemans, mientras otros van de parque en parque, de callejón en callejón, de playa en playa, hurgando entre las basuras sofisticadas con la esperanza de encontrar un poco de vino francés de buena cosecha y una latica de caviar rojo a medio consumir, como el vagabundo Jerry Baskin.
Los Whitemans son nuevos ricos o sea, no han heredado esa inmensa fortuna que tienen ni se ganaron una lotería ni la obtuvieron en las apuestas de caballos: el padre, Dave (Richard Dreyfuss), fabrica perchas para la ropa, esas perchas o ganchos que se enredan y ofuscan a cualquiera. Con el producto de esas ventas millonarias de ganchos, Dave ha construido una mansión que tiene piscina y jardines y muchos empleados, y ahí está su mujer, la rubia Bárbara (Bette Midler), aburrida e insatisfecha porque nada le falta, sin imaginación y apegada a un perro llamado Matisse, que sufre de frecuentes crisis emocionales y siempre tiene a mano un siquiatra que lo ayuda en todo. Apelando a emociones místicas, sin nada que hacer, histérica con todo, despreciando a quien no le hable de millones, Bárbara se la pasa criticando al marido, quien no se le parece en nada, un hombre que sí sabe cuánto cuesta un dólar, que viene de abajo, que siente una pizca de solidaridad por los demás. Los Whitemans tienen dos hijos, ya crecidos: Jenny (interpretada por Tracy Nelson), intensa, infeliz, reprimida, no come, sufre de un agotamiento crónico, y Max (interpretado por Evan Richards), andrógino, loco por el cine, se la pasa filmando en video todo cuanto ocurre en esa casa de locos, sin preocuparse por nada de los demás y completamente irresponsable.
A ese mundo de siquiatras para perros, piscinas, sesiones espiritistas y otras excentricidades, llega el vagabundo de Beverly Hills, Jerry Baskin (el actor Nick Nolte), con un perro que se llama Kerouack (homenaje al poeta), y que lo abandona a la primera propuesta de una comida mejor. Es vagabundo porque quiere, prefiere la soledad, el aislamiento, detesta a los demás, odia la ropa, la comida buena, las camas tibias y ya está curtido ante las muecas de asco que los demás hacen cuando se les acerca en busca de una moneda para comprar vino. Este vagabundo con sus teorías sobre la libertad, el sexo, la conciencia y otras nociones muy personales sobre la muerte, irrumpe en la vida de los millonarios y es ahí donde, en ese encuentro, en ese choque de dos formas de civilización, la película de Mazurski cobra más intensidad, más violencia, más erotismo también porque las mujeres de esa mansión (la esposa, la hija, la sirvienta latina que es la amante del señor), descubrirán otras sensaciones, una forma salvaje de la vida mientras todos los valores morales, religiosos, filosóficos, económicos, sociales, culturales y hasta políticos de los Whitemans se vienen abajo mientras el vagabundo, obviamente, también sufre un golpe profundo.
El humor negro, las situaciones ridículas, los personajes desesperados y solitarios que intentan reconstruir y enderezar sus vidas, constituyen una marca en las películas de Mazurski. En el cine norteamericano pocos realizadores han logrado armar un auténtico lenguaje del humor, un verdadero estilo de la risa para burlarse para montar toda una ironía amarga contra ciertos mitos y signos sociales norteamericanos. Acostumbradoa que la mayoría de sus películas sea un fracaso comercial, Mazurski se encoge cínicamente de hombros cuando le citan las cifras de "Un loco suelto en Beverly Hills" (más de 80 millones de dólares recaudados), y dice que la gente mira su película porque, millonarios o no, se sienten reflejados en esa ansia de poder de una mujer insatisfecha que manipula al marido, quien, jubiloso, descubre una mañana que en el mundo hay otra forma más deliciosa y entretenida de gastar el dinero: pagando los caprichos y los gastos de ese desconocido que irrumpe en su jardín y le abre los ojos.
A los 56 años, Mazurski es uno de los realizadores norteamericanos más respetados y aplaudidos por los críticos en todo el mundo y aunque hasta ahora sus películas no daban sino pérdidas, nunca ha cambiado de estilo, nunca ha cedido en su afán por mostrarle al espectador esa otra cara de una Norteamérica aparentemente feliz y satisfecha. Por eso, sus peliculas golpean, duelen, lastiman y al salir del cine, el espectador se siente incómodo porque ha mirado cómo funciona el mecanismo necesario de la infidelidad conyugal en "Una mujer descasada" o cómo las diferencias políticas son mentirosas en "Moscú en el Hudson" o cómo el hombre, por más libre que se sienta, por más autónomo que pretenda ser, siempre regresa al redil en "La tempestad". Lo mejor de todo esto es la forma como Mazurski encara la fama: "Cuando estoy escribiendo una película, cuando la concibo a partir de cero o de mis experiencias personales, jamás pienso que estoy haciendo algo importante, decisivo, y si lo siento entonces es la señal de que algo no funciona. Comienzo de nuevo. Por encima de todo siempre busco contar la verdad, partir de hechos verdaderos, de situaciones reales y en ocasiones me arriesgo, como en esta película". Mazurski sabe por que lo dice: es la primera película para mayores financiada por Walt Disney a través de su sello Touchstone; los actores que escogió venían de serias situaciones personales: Dreyfuss, acusado de drogadicción, Bette Midler con un gran fracaso comercial y Nick Nolte, prácticamente desocupado. El riesgo resultó .
Mazurski se inspiró por un clásico de Jean Renoir de 1932, "Boudu salvado de las aguas" y para trabajarlo echó mano del enorme sentido del humor que el director encuentra en todo: comenta cómo en cualquier momento del día, encuentra humor negro, sentido del absurdo y ridiculez en las cosas que lo rodean: "Si uno logra que la gente se ría y llore con las cosas que ellos están mirando todos los días, es una victoria enorme sobre el aburrimiento".
Con los millones que está ganando con su nueva película, Mazurski ya no tendrá que sufrir cuando busque financiación para un nuevo proyecto, aunque en el fondo, él nunca se ha preocupado, como Woody Allen, si sus comedias resultarán o no: "Pienso que el principal problema del negocio del cine actualmente no está en la competencia del betamax, sino en las malas películas. Las malas películas vienen de guiones pésimos, mal escritos. Pienso que por encima de todo hay que buscar nuevos guionistas, que escriban con frescura, con humor, con ganas, porque la gente ya no está dispuesta a gastarse cinco dólares en la entrada a una película que está mal contada, donde no hay una historia interesante".
Por supuesto, Mazurski vive en una mansión como ésta en Beverly Hills pero austeramente, nunca da fiestas; no recibe invitados frecuentes y su mayor diversión es la misma desde hace trece años, cuando no está filmando: todos los miércoles, a las siete de la noche, se sienta con el mismo grupo de amigos a jugar póker. Ellos, por supuesto, no están en el cine.