Home

Cultura

Artículo

T E A T R O

Los perros de la guerra

El montaje de Julio César por parte del Teatro Libre es una buena oportunidad para acercarse al gran texto clásico de Shakespeare.

Gilberto Bello
4 de junio de 2001

El asesinato de Julio César analizado con pasión y declaradas razones por expertos en ética, filósofos de la política y muchos investigadores de la condición humana suscita, aún hoy, enfrentamientos y agudas controversias sobre los sucesos ocurridos en el Senado de Roma. La tragedia del crimen, escrita por el dramaturgo William Shakespeare, también ha sido motivo de profundos análisis y diferentes posiciones. El Teatro Libre de Bogotá, bajo la dirección de Ricardo Camacho y con versión de Jorge Plata, acometió la tarea de llevar a escena una de las obras de madurez del vate inglés que se considera fundamental para entender las eternas contradicciones del poder, los excesos, las lealtades y las inclinaciones de los virtuosos cuando se asoman al universo de la adulación. Según los historiadores Shakespeare se dedicó a estudiar a Plutarco para componer sus episodios romanos, sin embargo, como todo creador, existe unanimidad en cuanto a la fuerza dramática que había alcanzado y a la poesía que transpira el texto y, especialmente, a la coherencia con la que enfrentó el autor el suceso trágico del dictador del imperio. Con tamaños elementos enfrentar la tarea de hacer Julio César demandaba conocimiento y madurez: procesos que se reflejan muy bien en la puesta en escena del Libre. Era preciso dejar en claro las motivaciones, las argucias, las maniobras de Casio y su retórica para convencer a Bruto, hijo adoptivo de César, para acabar con la vida del conquistador de las Galias. Camacho adopta como estructura básica la mirada clásica y logra penetrar en las motivaciones de los protagonistas a través de un meditado análisis del significado de las acciones. En este propósito se sumerge, junto con sus actores, en la dimensión plural de un acontecimiento que, hoy por hoy, se ha convertido en un epifenómeno de los excesos de poder. No siempre el equilibrio caracteriza a la pieza, empero, el hilo conductor se tensa de tal manera que la muerte de Julio César extiende sus brazos hasta atrapar en el escenario el arte creativo de Shakespeare. La puesta en escena privilegia el lenguaje y su riqueza y, con ello, las contradicciones más profundas del imperio. Con el apoyo del conjunto, sin posturas, ni artificios y llamados a la pretendida “moda Shakespeare, el montaje muestra claridad y continuidad para llamar la atención sobre las maniobras de las llamadas ‘razones de Estado”. Lo visto en el Libre de Chapinero no es una aproximación más o menos formal a Shakespeare, por el contrario, constituye un rescate de los elementos de la tragedia clásica para el teatro en Bogotá. Además la dimensión de la pesadilla que ocurre cuando los seres humanos, siguiendo las luces de Dante, toman el camino del infortunio para saciar sus instintos. Pero, también, da cuenta de la frustración y de la impotencia. Es decir, las conductas desviadas y siniestras: vengativos perros que arrastran a todos a la guerra en su ansiedad de vivir en lealtades deshechas o en búsquedas de poder que sacien sus apetitos de dominio: cualquier parecido con la realidad, es la realidad eterna del hombre.