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LOS QUE ASOMAN LAS OREJAS

4 artistas comienzan a ganar terreno y exponen sus obras en galerías de Bogotá

13 de enero de 1986

OLIVIA MIRANDA (Galería Santa Fe)
Esas figuras náufragas en la orilla de su mestizaje, rayas a color limpio, amplias de modelado cromático, cuyos perfiles casi equinos revelan la estrechez y mezquindad de sus pensamientos, conforman el bestiario que Olivia Miranda muestra en la Galería Santa Fe de Bogotá. Este es el trabajo que ha venido elaborando durante el último aho, sobre telas de colchones y cretonas estampadas, cuyos motivos floreados quedan significativamente integrados al tema de los cuadros, y sobre lienzos y papel, partiendo a veces de figuras clásicas de la pintura histórica o de la sencilla observación de los personajes que pueblan nuestras calles. Pero siempre, en un caso u otro, haciendo que la visión de la calle, de nuestros mestizos urbanos y de nuestras circunstancias inmediatas dominen cualquier otro tipo de consideración para convertir estas afirmaciones estéticas en estudios de realidad impresionantes, por su verismo y por la manera poética por medio de la cual sacan a flote realidades profundas que se refieren a la conformación sicológica, a la configuración cultural y a las deformaciones estructurales que alrededor nuestro se dan constantemente como en riquísimo caldo de cultivo.
La Miranda entiende que su labor es revelar esos aspectos que no son evidentes a todo el mundo y quizás por ello muchas personas pensarán que lo que produce no es del todo agradable. Y ciertamente no podemos ir a las figuras de esta pintora para encontrar en ellas nociones convencionales de belleza. Por el contrario, en su obra, lo real, tremendo, desvencijado de muchas actitudes, se aloja en estos cuerpos, en cierto modo esplendorosos y plenos de movimiento; cuerpos que albergan mentes anémicas que se deshacen en gestos de amor, dolor, sensualidad, provocación, como de telenovelas vulgarizadas, o de rancheras.
Por obra y gracia de la intencionalidad con que están referidas, de la excelencia de la técnica con que han sido realizadas de la maestría de su ejecución, las imágenes en cuestión, mestizas de lo bueno y lo malo, logran sobreponerse a sus propias limitaciones temáticas y convertirse en ejemplos de arte dignos de ser tomados en cuenta por quienes quieren entender y cuestionar las manifestaciones atávicas de las actuales coyunturas colombianas.
ULPIANO FERNANDEZ (Galeria Ibarra)
Las impenetrables esculturas de Ulpiano Fernández, resultan del proceso técnico de modelar la greda, sin ahuecarla, para que así, maciza, exprese toda una serie de tensiones interiores que sólo pueden manifestarse somáticamente. Pero el origen representacional de estas figuras no está en el conocimiento que de ellas pudiera llegar a tenerse si se las hubiese visto antes de su proceso de fabricación.
Por el contrario, tienen su inicio en los años durante los cuales el escultor trabajó con formas abstraídas de una absoluta geometría que, sin embargo se regalaba con las curvas que implícitamente sugerían una sentida sensualidad. Quizás lo que más impacta de las figuras escultóricas de Ulpiano Fernández sea la sensación que generan al respecto de que no las hemos visto jamás hasta ahora, cuando las encontramos en el espacio del arte. Es por ello también que su acción estrictamente estética es asociativa en dos direcciones fundamentales. Una es la que se refiere a la posibilidad de leerlas como entelequias que resultan del puro discurrir mental a partir de silogismos ejercitados sobre lo estrictamente formal. La otra posibilidad de interpretación que nos brindan es que, por el contrario, resultan de la fuerza de la naturaleza después de actuar ciega y milenariamente sobre rocas o formas inorgánicas que, sin embargo, adoptan morfologías sensualizadas. ¿Mentales? ¿Factuales? No importa. Pueden ajustarse a ambas lecturas sin comprometer el misterio ininteligible que energiza la imagen que proyectan.
CARLOS MALLOL (Galería Ibarra)
Lo más impresionante de las cabezas que Carlos Mallol dibuja insistentemente, es su sentido inequívoco de verdad vista, que en efecto ha observado multitudinariamente por la calle, en ese viaje urbano por andenes, busetas, teatros, bares, en busca de expresiones recónditas, secretas, submundanas, que abran definitivamente la identidad del personaje. Como cazador que ha cobrado sus piezas después del viaje por la selva civilizada, Mallol anota rápidamente lo atrapado, para acabarlo de fijar, a manera de trofeo vistoso sobre el muro de lo dibujable: ¿cómo mira un ojo? ¿Cómo se insinúa una boca? ¿Qué quieren decir nariz y frente cuando, como en eclipse, se cruzan para oscurecer un gesto? Aún más: ¿qué hay realmente detrás de un gesto? ¿Cuáles perturbaciones son las que nos matan?
Su afán por revelar lo oculto de comportamientos fundamentales hace que el dibujo sea recto como golpe para abrir, en el momento menos esperado, el contenido y delatarlo ante los que, incrédulos aún, vemos cómo nos muestra esta especie de disección, trepanación más bien, de los aspectos menos vistos de la realidad visible.
Por ello la experiencia generada por su obra se sitúa en el límite mismo de lo estético, casi que más allá de tal territorio, en los confines de la provocación, ante los cuales los tímidos piden comprobaciones y demostraciones objetivas de eficiencia, como si este mundo que raja por el vientre y cuyas interioridades nos bota a la cara no fuese suficiente para confirmar tremendas expectativas ante ulteriores desarrollos de su visión, ya afiladísima.
CLAUDIO ALONSO (Galería Skandia)
A partir de motivos precolombinos, a veces orgánicos, como animales o plantas, y a veces simplemente geométricos, Claudio Alonso trabaja intaglios, que por su textura, y la limpieza del blanco contra los colores que sobre él aparecen ocasionalmente, pudieran recordar, y casi que inevitablemente lo hacen, la obra de Omar Rayo. Como también, inevitablemente, la presencia del componente prehispánico evoca a Grass, y a través de este último, inevitablemente, a Tamayo, el gran mexicano, quien a su vez recuerda, por razones obvias pero trascendentes, los frescos de Bonampak en la zona ítsmica maya de Tehuantepec. Con lo cual se quiere decir que en este mundo de interconexiones informacionales resulta difícil establecer cuándo una obra es derivativa, a secas, y cuándo está, por el contrario, culturizada. Lo cierto es que el trabajo de Alonso es nítido, limpio, transparentemente plagado de una inocencia difícil de encontrar en tráfagos como los que nos agobian. Quizás por ello la visita a su obra; a sus pericos, caballitos de mar y caracoles; a sus geometrías estratificadas, permite salir pensando que después de todo, las cosas no andan tan mal. --
Calaor Carbonell--