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Las mullidas huellas del viento (izquierda), la última obra de Omar Rayo, fue testigo del vigésimo segundo encuentro de poesía de mujeres que se celebró en el Museo Rayo (derecha) del 19 al 23 de julio pasado

HOMENAJE

Los tercos de Roldanillo

Desde hace 25 años, el Museo Rayo se ha convertido en un centro cultural donde confluyen las artes plásticas y la poesía. La violencia del norte del Valle del Cauca nunca ha interrumpido su labor.

29 de julio de 2006

La terquedad de Omar Rayo hizo que Roldanillo dejara de ser un pueblo más del Valle del Cauca, uno más de esos pueblos adornados por bifurcados y explayados samanes que el visitante descubría motivado por un deseo particular de explorar, y no por una razón especial. De tanto insistir y tocar puertas, el nombre de Roldanillo se fue metiendo poco a poco en las cabezas de los colombianos como el lugar donde quedaba el Museo Rayo. Más allá de Zarzal, al otro lado del río Cauca junto a la cordillera Occidental, han llegado durante estos 25 años de vida obras de artistas como Picasso, Goya, Cuevas... Y por sus aceras estrechas por las cuales corre sin falta un viento fresco después de las 4 de la tarde, se han paseado grandes nombres del arte nacional e internacional. Ellos han tomado cerveza, jugado billar y comido sancocho en la plaza, al tiempo que han dictado charlas y talleres entre los habitantes, quienes han terminado por convertirse en unos buenos conocedores del arte contemporáneo.

Pero en Roldanillo el terco no sólo ha sido Rayo. Tanto o más que él ha sido su mujer, Águeda Pizarro, quien hace 22 años se inventó un festival de poesía de la mujer. Desde entonces, la gente de Roldanillo ya no sólo se acostumbró a relacionarse con las artes plásticas, sino que ha sido testigo de cómo la poesía femenina ha ido evolucionando en el país. El primer año si acaso asistieron 10 poetas, en la actualidad se congrega un promedio de 150 cada año. Durante cinco días de todos los meses de julio, decenas de poetas caminan, leen, bailan y cantan por las calles del pueblo. "Sí, poeta", "qué quiere poeta", "cómo está hoy, poeta", le dicen los lugareños a cualquier mujer diferente, poeta no, que vean por los alrededores del museo.

Águeda camina por las ardientes calles bajo el sol del mediodía. La siguen más de 30 mujeres del Pacífico colombiano que cada año llegan hasta Roldanillo a mostrar su arte. Entre ellas no sólo se encuentran algunas poetas que a través de sus versos dan testimonio de la dura realidad de una región muy azotada del país, sino que también hay cantaoras, algunas de las cuales cantan arruyos y hacen poesía a través de sus cantos ancestrales.

"La idea de este encuentro es que sea un espacio abierto para que todas las mujeres que escriben poesía puedan leer sus versos", cuenta Águeda, que reconoce que esto mismo hace que el festival de poesía sea criticado por varios puristas. "Pero esto también ha hecho que muchas de esas poetas hayan elevado su nivel a través de los años. Este es un espacio donde aprenden mucho y el progreso de muchas de ellas es evidente", agrega esta poeta de padre español y madre rumana que no ha perdido ese acento dulce que tienen extranjeros cuando hablan castellano. Para hacer un reconocimiento a estas mujeres que no se rinden ante la palabra, el festival ha creado un concurso anual cuyo premio es la publicación de la obra ganadora en Ediciones Embalaje, la editorial creada por el Museo para difundir estas obras.

Una pintura de Rayo hace que la discreta fachada de la vivienda de la familia no pase inadvertida. "Abran que llegué con mi negramenta", grita Águeda, al tiempo que organiza a las mujeres para que entren cantando y así alegrarle el día al maestro que por estos días se encuentra enfermo. "Estamos muy contentas y llenas de alegría, pues el maestro Rayo nos hace compañía", cantan las mujeres que miran hacia la parte alta de la casa donde Rayo las observa. Después de que pasaron todos los eventos conmemorativos de los 25 años del Museo, en el pasado mes de enero Rayo sufrió un infarto. Se recuperó, pero todos los días debe someterse a una diálisis que le ocasiona con frecuencia algunos problemas.

El de la visita resultó ser uno de esos días difíciles. "Yo estoy enfermo. Me estoy remendando. Estoy con una diálisis y anoche el aparato hizo ¡plum!", dijo horas más tarde, cuando asistió al museo a inaugurar una de las muestras. El objetivo del museo es mostrar la evolución de su obra. En esta oportunidad se exponía su época del maderismo, cuando utilizaba este material para realizar sus caricaturas de personajes que lo hicieron famoso en El Siglo y en las portadas de SEMANA, entre 1946 y 1948. Después se exhibirá su época del bejuquismo, su viaje por el sur de América y sus primeros grabados, hasta llegar a la obra geométrica.

La sala estaba llena a reventar. "¿Cuál fue a la que más empeño le puso?", "¿le pintaba tornillos sólo a los que estaban muy locos?", le preguntaban los asistentes en una conversación fluida que duró un buen tiempo. Dicen que siempre es así. A pesar de su enfermedad, todavía proyecta esa imagen de hombre fuerte, atractivo y con sentido del humor.

En esta oportunidad, las poetas también aportaron lo suyo a la conversación. Estaban presentes algunas de las que han sido llamadas por Pizarro como las Almadres, que son aquellas poetas colombianas que han apoyado el evento desde sus inicios, como Dora Castellanos, Marga López y Meira del Mar. Junto a ellas se encontraba la gran invitada del evento, la chilena Raquel Jodorowski, que luego de la exhibición hizo una memorable lectura de poemas.

Las obras de la última etapa de Rayo eran el acompañante perfecto para las palabras. La fuerza de los versos de la Jodorswki se mezclaba con las líneas tridimensional de Las mullidas huellas del tiempo, que parecían salirse de los lienzos para entrelazarse entre ellas hasta una sola obra. Los aplausos eran más fuertes después de cada poema.

Afuera, mientras tanto, la brisa corría y Roldanillo, ya acostumbrado a que a su pueblo vayan artistas y poetas, seguía el curso normal de una noche de un sábado. Cerveza, discotecas, chivas rumberas. Atrás quedó esa mala época que vivieron a comienzos del año, cuando la disputa por el cañón del valle de Garrapatas entre 'Don Diego' y 'Varela', los dos capos de la región, dejó varias decenas de muertos. Se dice que ya hicieron las paces y que la tranquilidad volvió. Pero ni en las épocas más difíciles el museo paró. Es la historia de un pueblo que dejó de ser igual a otros por la terquedad y el empeño de un artista y una poeta.