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Los tramposos

Una comedia que se convierte, en manos del director Ridley Scott, en una brillante manipulación de nuestras emociones. **1/2

Ricardo Silva Romero
3 de noviembre de 2003

Titulo original: Matchstick Men (2003)

Director: Ridley Scott Protagonistas: Nicolas Cage, Sam Rockwell, Alison Lohman

Se siente una extraña felicidad mientras se ve Los tramposos. Las pequeñas obsesiones del personaje principal, un timador profesional llamado Roy Waller, vencen nuestras defensas desde las escenas del comienzo: su divertido drama, entre la espada de una gigantesca estafa que su socio acaba de proponerle, y la pared de la aparición de una hija adolescente que su primera esposa jamás quiso presentarle, lo han llevado al consultorio de un siquiatra comprensivo y le han hecho indispensable, más que nunca, el consumo de ciertas pastillas rosadas para los nervios. Como público, nos sentimos felices. Porque ¿qué tipo de ser humano podría ser insensible a un tramposo de oficio, de esos que sólo le quitan el dinero a despreciables individuos, cuando al mismo tiempo se trata de un triste padre en apuros?, ¿qué clase de persona se atrevería a ser indiferente a la música de Hans Zimmer, a la excelente actuación de Nicolas Cage, a las imágenes fascinantes de Ridley Scott?

Si tuviéramos que definir la carrera de Scott, un publicista inglés que se encuentra a punto de cumplir 66 años y que con el tiempo se ha convertido en uno de los realizadores más poderosos del mundo, tendríamos que decir que se trata de una suma de películas sumamente comerciales, sin angustias ni temas de fondo en común, que han sido filmadas como si fueran obras de arte imprescindibles. ¿Qué otras similitudes, aparte del buen pulso narrativo y de la extrema calidad de sus imágenes, podrían encontrarse entre trabajos tan brillantes como Los duelistas, Blade Runner y Thelma y Louise, superproducciones tan exitosas como Gladiador y Alien y salidas en falso tan desconcertantes como G.I. Jane, Hannibal y Tormenta? ¿Puede decirse que Los tramposos, una comedia triste que en verdad se centra en los conflictos invisibles de un tipo en crisis, es algo diferente a un buen guión filmado con una precisión que sólo se consigue después de 40 años de labores?

Quizá valga la pena advertir que quien ve este largometraje con las defensas abajo se expone a salir del teatro lleno de ira. Tal vez sea importante informar que, cuando se recupere la calma, se hará evidente que estábamos advertidos desde el principio: las estupendas actuaciones de Sam Rockwell y de Alison Lohman, que sostienen los excesos de Nicolas Cage -es cierto: desde El ladrón de orquídeas han vuelto a salirle bien-, y los diálogos cargados de ironía, adaptados por los hermanos Griffin de una novela escrita por el norteamericano Eric García, consiguen abrirle paso a un juego llevado a cabo con un gran sentido del humor, a un chantaje emocional lleno de suspenso y a una aventura que nos recuerda las emociones que debería producirnos siempre el buen cine comercial. Es importante recordar, pues, que se trata del engaño que nos merecemos.