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Luna llena

La Galería Diners expone la obra más reciente de Luis Luna.

Fernando Gómez
1 de octubre de 2001

El arte contemporáneo trae algunas contradicciones. Los artistas, en buena parte, en gran parte, están más atentos a las noticias de los diarios, a los conflictos de su país, a lo que pasa aquí y allá que a los libros de historia. Están atentos a lo que dicen las publicaciones de arte más prestigiosas del planeta, saben cuál es el artista que marca la pauta en Alemania o en Eslovenia, pero rara vez leen una novela. Pertenecen a un conjunto llamado cultura pero, de una manera misteriosa, también están lejos de ese conjunto. Eso no está bien ni está mal: finalmente las obras que producen logran su cometido, conmueven y no se puede acabar con la obra de alguien porque no ha leído las obras completas de Joyce o no sabe quién demonios es Ring Lardner o Raymond Radiguet, la pareja del último gran cineasta, literato, dibujante y dramaturgo: el francés Jean Costeau. No es del todo importante. Sin embargo hallarse frente a un artista que no sólo maneja la información de la revista Art News resulta gratificante.

La obra de Luis Luna tiene otros incentivos. Sus cuadros esconden un grupo de referentes que se hallan por fuera de la pintura pero que en sus manos se convierten en una sola cosa. A Luna le gusta explorar las grafologías antiguas. Le gusta meterse en los libros de crónicas de Indias y apropiarse de frases para convertirlas en símbolos o en algo tan emocionante para la pintura como un trazo. Le roba la jerarquía a las palabras y una frase tan exótica como “el bachiller Juan Berdejo, primer cura de la catedral, trajo las primeras gallinas”, sacada del libro El Carnero, de Rodríguez Freile, cobra tanto sentido en la pintura como un manchón azul. Luna, frecuentemente, manda a fabricar sellos de hierro, como los que se utilizan para marcar reses, con estas frases. Esos sellos, por supuesto, llegan a ser tan útiles como sus pinceles. Pero su función no es exclusivamente pictórica.

Uno de los autores de cabecera de Luis Luna es William S. Burroughs, autor de novelas como El almuerzo desnudo y Nova Express, y uno de los grandes innovadores de la literatura del siglo XX. Uno de sus principales aportes fue un método que bautizó como cut up. El ex yonqui y cabeza intelectual de la generación beat tomaba fragmentos de textos de libros y revistas y los unía arbitrariamente. El resultado eran escritos inquietantes que cada quien interpretaba a su manera. Luna hace un poco eso con sus pinturas. Las carga de color y texto y el espectador no sólo se queda con una imagen sino con una gama extrema de posibles contenidos.

Ahora, más allá de todas estas lecturas ‘semánticas’ sobre su obra, hay otros aspectos pictóricos en los que vale la pena detenerse. En los últimos años Luna ha explorado varios materiales como base de sus pinturas. Hay vidrio, madera, plástico, hierro, y por supuesto, lienzos. Pero los vidrios, tal vez, son el material que más trabajo le han dado. En sus últimas muestras la obras hechas sobre vidrio aparecían en un rincón, tímidas, esperando tener un lugar más relevante. En esta muestra lo tienen. Hay unas cuatro obras hechas sobre este material y el resultado es alucinante.

Está bien ver los reflejos de la pintura en la pared o, en algunos casos, en los que están pintados con esmalte y en la parte de atrás con una placa de hierro, ver cómo funcionan como espejo. La lectura, en ese caso, puede llegar a ser bastante rica. Al utilizar textos históricos el espectador está frente a lo que fue o a lo que es.