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MAESTRO DE MAESTROS

Aparece en español la obra del norteamericano Ring Lardner, inspirador de genios como Hemingway y Faulkner.

6 de febrero de 1989

Con tres libros de cuentos y centenares de artículos y reportajes periodísticos, el escritor norteamericano Ring Lardner, nacido en Michigan en 1885 y muerto en Nueva York en 1933, ha sido rescatado en los últimos años del olvido en que se encontraba. Ahora los lectores en castellano tendrán la oportunidad de conocerlo, gracias a la edición de su escasa pero significativa obra, además de los nuevos estudios que confirman lo que ya sus admiradores sabían: la presencia inocultable de Lardner en los primeros trabajos de cuentistas como Hemingway, Scott Fitzgerald y el mismo Faulkner quien en alguna ocasión lo comparó con dos auténticos maestros del género, Mark Twain y O. Henry.
"Campeón", la antología de relatos que ha sido editada por Montesinos con una agradable y justa traducción de Horacio Vásquez Rial, es una muestra del agudo sentido del humor, la ternura y la comprensión que Lardner siempre mostró hacía los seres humanos, especialmente los que se hallaban en situaciones desesperadas, violentas, ridículas o solitarias. Se trata de esos seres que él conocía demasiado bien, cuando los viernes por la noche se mezclaba con el público que asistia a las peleas de boxeo y era testigo de la sangre, el dolor, el sudor y las lágrimas que después producirían un cuento que puede considerarse un modelo, así como lo son "Los asesinos" de Hemingway o "Muñeca reina" de Carlos Fuentes o "La Trama" de Borges. El cuento se llama, precisamente, "Campeón" y el primer párrafo ya anticipa la naturaleza trepadora, cínica, destructora y antisocial del protagonista: "Midge Kelly consiguió su primer knock-out cuando tenía 17 años. El noqueado fue su hermano Connie, tres años menor que él y lisiado. La bolsa fue de medio dólar, dado al menor de los Kelly por una dama cuyo automóvil había estado a punto de arrebatarle el alma a su frágil cuerpecito".
De ahí en adelante asistimos a un auténtico huracán. El muchacho escapa de la casa. Se gana sus primeros doce dólares noqueando a Demon Dempsey a los seis rounds de una pelea preliminar. Se hace amigo de los camareros de los bares y consigue tragos y comida gratis a cuenta de futuras bolsas y victorias. Comete la equivocación de bailar y hacer el amor con Emma Hersch, a quien también noqueará para poder zafarse del compromiso sentimental. Acepta ser tumbado porque está muriéndose de hambre y durante cierto tiempo es proscrito de cuerdas y encuentros. Se convierte en un paria que recuerda al personaje que Paul Newman interpreta en "El audaz", la película de Robert Rossen, realizada treinta años atrás y que inspiró a Scorsese para retomar la historia en "El color del dinero".
"Campeón" es como un resumen de todos esos desesperados que sobreviven como pueden y el cuento de Lardner lo va siguiendo en subidas y caídas, en victorias y derrotas hasta cuando el escritor, sentado ante un espejo, se desdobla en la figura de ese cronista encargado de escribir la historia oficial del campeón y lo convierte en un héroe. No busca las fuentes de información auténtica y prefiere idealizarlo porque, como dice otro de los personajes, así es como la gente lo prefiere, convertido en un ganador, un campeón absoluto, aunque por dentro haya perdido la pelea con la vida y lo que es peor, la pelea con él mismo, desde hace mucho tiempo.
Lardner tiene una eficacia asombrosa para contar, para manejar el tiempo. En unas pocas líneas es capaz de describir un personaje o una situación y en esta prosa limpia de adornos, totalmente desnuda de artificios, que va hasta el hueso, uno anticipa al reportero deportivo de Kansas, que después iria a pelear con los republicanos en España y a cazar elefantes en las verdes llanuras africanas. Todos los cuentos incluidos en este libro son magistrales y en algunos, su humor negro, su sentido de la burla --especialmente para mostrar las situaciones ridículas en que caen las mujeres cuando quieren llamar la atención de los demás--, son elementos que se imponen. En "Zona de silencio", por ejemplo una enfermera que sólo quiere coquetear con hombres apuestos y desconocidos, y bailar hasta cuando los pies estén completamente hinchados, mantiene un monólogo terrible sin tener en cuenta el dolor y la soledad de ese paciente a quien supuestamente debe ayudar y reconfortar. En otro cuento, "¿Quién da?", los otros tres jugadores de una partida casera de bridge tienen que soportar a una recién casada parlanchina, quien no sólo entorpece el juego, no sólo hace avergonzar al marido, no sólo aburre a la otra pareja sino que juega pésimamente. Esta visión de una noche estropeada es concebida a partir de ella, de su monólogo. Los otros nunca intervienen en la historia, pero el lector siente su fastidio y sus ganas de estrangularla para que se calle para siempre.
Lardner es un maestro de los diálogos. Lós personajes hablan con frases cortas y directas. Es un lenguaje simple, doméstico, sin trampas literarias; la gente no hace filosofía ni poesía cuando habla, se refiere a las cosas de todos los días y cuando toca temas como el amor o la muerte río emplea la trascendencia. "Nido dé amor", una burla sangrienta contra los nuevos ricos de Hollywood, un cuento construido básicamente con diálogos entre un millonario, el periodista que quiere escribir sobre su vida y la esposa encerrada en esa jaula dorada, es un ejemplo de la eficacia de unos diálogos naturales, en los que el cinismo y el veneno abundan, especialmente cuando el reportero descubre el otro lado del escenario.
Son ocho cuentos los que componen este libro y si el lector interesado en la narrativa norteamericana de los últimos sesenta años quiere encontrar sus verdaderas raíces, basta con que abra al azar "Campeón" y lea cualquiera de estos relatos, con la seguridad de encontrarse con más de una sorpresa, en todo sentido.