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Imagen muestra el momento en que Ulay visita sorpresivamente a Marina en la única obra inédita de la muestra.

ARTE

Marina Abramovic: el centro del universo

En sus memorias, la “abuela del ‘performance” habla de sus años en la Yugoslavia comunista, de sus amores, de la soledad y de cuándo descubrió en el arte una liberación. Semblanza de una figura enorme y controversial del arte contemporáneo.

3 de diciembre de 2016

Esta semana, Marina Abramovi´c cumplió 70 años. Nació en Belgrado el 30 de noviembre de 1946, de padres partisanos en la Segunda Guerra Mundial. Una vez finalizada, ambos se convirtieron en héroes nacionales y ocuparon cargos en el gobierno. “Nunca tenían tiempo para mí y todo era disciplina. Vivía en una especie de régimen militar. No había amor, no recuerdo a mi mamá abrazándome. Me pegaba. Yo odiaba ese control. Años después me dijo, como si fuera evidente, que no me besaba para no malcriarme”, dice.

Vivió con sus abuelos los primeros seis años de su vida. Su abuela era una mujer muy religiosa. “Ella sí era cariñosa y espiritual. Pasaba mucho tiempo en la iglesia. Yo soy el resultado de esa espiritualidad, y de la disciplina comunista”.

Walk Through Walls, sus memorias publicadas en octubre, comienzan con un memorable paseo que Abramovi´c hizo por un bosque junto a su abuela cuando tenía 4 años. Vio algo en el camino, se acercó a tocarlo y la anciana le gritó porque era una serpiente. La ansiedad en la voz de ella fue para Marina lo más aterrador del episodio. “Es increíble cómo el miedo se construye por cuenta de los que te rodean”. La artista hace unas preguntas en la primera página que atraviesan toda su carrera: ¿cómo aprendemos a temer? ¿Y cómo desaprendernos de ese miedo?

Décadas más tarde, en un performance con el artista alemán Ulay –su colaborador y amante durante 12 años–, trabajaría con una pitón viva. El acto dura cuatro horas y solo termina porque la serpiente se aleja.

El recuerdo del reptil y su relación con esa pieza reflejan muy bien lo que hace Abramovi´c con esta autobiografía: iluminar su propia obra con el relato de su vida. Con ello la artista vuelve a ponerse en el centro; doblemente en el centro, pues ya no solo lo hace con su cuerpo como materia prima de su arte, sino con su vida como objeto de la escritura. En la vida de Marina Abramovi´c , y en sus obras, todo versa sobre sí y ella es la absoluta protagonista.

Su primera pieza es de 1973. Se titula Ritmo 10 y consiste en clavar 20 cuchillos rápidamente en los espacios entre los dedos de la mano extendida, sin importar los errores motrices y las cortadas. Mientras tanto graba el procedimiento, que luego repite tratando de reproducir los mismos errores. Desde ese primer performance, Abramovi´c marca una ruta: la exploración de los límites físicos y psicológicos, la resistencia al dolor durante tiempos extendidos y la idea de alcanzar un estado mental que le permite resistir y tener control sobre su cuerpo.

Con los años, a estos lineamientos se les fueron sumando otros. En su obra más emblemática, Ritmo 0 (1974), Abramovi´c pone a prueba a los demás en una especie de intervención sobre su propio cuerpo en la que ella asume un papel pasivo. En una mesa hay 72 objetos. Unos producen placer y otros infligen dolor: una pluma, un látigo, aceite, una rosa, un bisturí, una pistola, una sola bala. Durante seis horas la audiencia hace lo que quiera con ellos. La artista termina con cortadas en el cuello, con mensajes escritos en el rostro, con la ropa rasgada, hasta que un hombre le apunta en la frente con la pistola cargada y otro se la corre. Ritmo 0 es casi un experimento social que revela la naturaleza humana. Lo que choca es lo pronto en que las personas pueden convertirse en bestias si se les dan las herramientas y el permiso.

En 1976 Abramovi´c se trasladó a Ámsterdam y allí conoció a Ulay, con quien empezó una intensa relación afectiva y laboral que dio origen a las que se conocen como The relation works, que exploran las dinámicas del amor entre hombres y mujeres sin dejar de lado el cuerpo puesto a prueba. Antes de ellas no hubo nada parecido en el performance. En una pieza corren el uno hacia el otro hasta estrellarse con fuerza. En otra mantienen sus bocas juntas, pasándose mutuamente el aire, hasta que la falta de oxígeno los hace desmayarse. Y en una de sus más reconocidas, Nightsea Crossing (1981-1987), permanecen sentados, frente a frente, completamente quietos, hasta por 90 días. “En nuestra sociedad el silencio está desacreditado, así como la inactividad y el pasar hambre”, dice Ulay. “La pieza combinaba esos tres elementos. Yo aguanté menos que Marina. Perdí 22 kilos en el proceso”.

Su última creación juntos fue The Lovers (1988), en la que caminaron el uno hacia el otro durante tres meses, hasta encontrarse, por la Gran Muralla China. El culmen de esa última pieza colaborativa fue el fin mismo de su relación. Ulay había dejado embarazada a la traductora que lo acompañó en el camino.

Dejaron de verse por 23 años y se reencontraron en 2010 en la exposición más importante que ha tenido Abramovi´c en su carrera: la retrospectiva The Artist is Present en el MoMA, de marzo a mayo de 2010, sobre la que después HBO hizo un documental homónimo. Homónima también era la única obra nueva que Abramovi´c presentó en la muestra. Consistió en permanecer sentada ocho horas al día, seis días a la semana, por tres meses en una silla de madera (con una bacinilla escondida), mirando a los ojos a quien se sentara al frente, sin moverse ni musitar palabra. “No sé por qué trato siempre de correr el límite, de ir más allá. Esa pieza exige todo de mí. No hay objetos que esconder, no hay historia que contar: nada. Solo la pura presencia y la propia energía”. El performance se convirtió en la vida misma. Y el tiempo, en un factor determinante. Era el cuerpo contra el tiempo, o a pesar de él. Los actos de Abramovi´c son toda una prueba de resistencia.

Por eso insiste en la importancia de alcanzar la disposición adecuada. Una vez pasa el umbral del dolor, dice alcanzar un estado mental que ni siquiera ella misma puede explicar. Es como si el cuerpo llegara a su límite, pero al traspasarlo encontrara otra forma de existir más elevada. Es algo así como correr: al principio el cuerpo se cansa, y luego encuentra cierta estabilidad en el cansancio. “Hay que entrenarse para ser capaz de estar en el presente, en el aquí y el ahora. Tarde o temprano sale la emotividad. El artista debe ser capaz de conquistar otras realidades, y también a sí mismo y sus debilidades”. Sin embargo, el porqué de ese arte es una pregunta que Abramovi´c no ha podido responder.

Después del documental, la artista pasó a convertirse en una especie de celebridad. Se le vio haciendo un video con el rapero Jay Z, proyectos con Lady Gaga, colaboraciones con James Franco. Se convirtió en una estrella pop excéntrica, y, por supuesto, el blanco de las críticas de aquellos que la creen superficial y megalómana. Incluso resultó envuelta en un escándalo relacionado con un correo dirigido al jefe de campaña de Hillary Clinton, que WikiLeaks sacó a la luz, sobre una supuesta comida satánica. Ella se defendió diciendo que su frase había sido sacada de contexto y que se trataba de un chiste privado.

Aunque su faceta pop sea relativamente nueva, no cabe duda de que Abramovi´c siempre ha sido, de alguna manera, una celebridad, a pesar de que según ella en sus performances deja a un lado el ego. Al contrario de figuras contemporáneas como la escritora Elena Ferrante, que intentó a toda costa esconder su identidad para que sus lectores leyeran su obra sin la referencia del autor, Abramovi´c ha sido desde sus inicios, tanto desde su propia materialidad corporal como desde sus palabras, el punto de partida y de llegada. La única estrella en el universo.