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Más bogotano que un Rock al Parque

El tradicional festival de rock bogotano celebra este fin de semana una nueva edición. Más allá de su éxito y del arraigo que hoy tiene entre los bogotanos, aún tiene tareas pendientes para terminar de consolidarse.

3 de julio de 2010

A comienzos de 1990 Bogotá acumulaba carencias en muchos campos, pero sobre todo en el afectivo. Era una ciudad sin los medios para mostrar sus encantos. Por suerte, las cosas empezaron a cambiar en 1995, año en el que surgió Rock al Parque como un espacio que, en clave de rock, ha llenado a los bogotanos de motivos para querer a su ciudad.

Dieciséis años después, este festival gratuito de rock ya hace parte del patrimonio de la ciudad. Sus tarimas han graduado a más de 2.000 bandas locales al tiempo que han sido escenario de 141 artistas y agrupaciones internacionales ya reconocidos, como Julieta Venegas, Fito Páez y Robi Draco Rosa. Es, junto al Festival Iberoamericano de Teatro, uno de los dos grandes hitos culturales de la capital.

Tanta acogida le ha permitido ser más que un concierto con 320.000 asistentes en sus tres días de programación. La convivencia pacífica de tantos bogotanos en un mismo espacio ha hecho de este “un espacio de aceptación de la diversidad, en el que se garantizan los derechos culturales de los bogotanos”, en palabras de María Claudia Parias, directora de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, entidad que lo organiza. En esto también hace énfasis una de sus creadoras, la antropóloga Berta Quintero: “Los jóvenes no tenían un referente propio para identificarse. Con Rock al Parque se ha logrado que ellos se identifiquen con algo que consideran suyo y que además logra transformar comportamientos al tiempo que los invita a pensar qué tipo de sociedad quieren construir”.

Conscientes de la fuerza del evento, sus organizadores han querido que este trascienda las presentaciones de las bandas. Para eso están los foros en los que se discuten temas ligados al ámbito rockero capitalino y las visitas que hacen los invitados de las bandas internacionales a barrios populares para tener contacto directo con sus seguidores. A esto se suman talleres con expertos en percusión, guitarra y técnica vocal. Este año, por ejemplo, vino de Nueva York la cantante lírica Melissa Cross, para dictarles talleres a los vocalistas de los grupos de metal. Otro de sus objetivos ha sido estimular la creación. Para este año fueron 310 las bandas que se presentaron a la convocatoria de la organización, motivadas, entre otros, por el estímulo de poder presentarse ante 90.000 personas y darse el lujo de compartir cartel con sus ídolos.

Un tema novedoso en el que se ha venido trabajando en las últimas ediciones es el del emprendimiento. Parias lo define así: “Queremos que Rock al Parque sea un espacio de promoción de la posibilidad de generar recursos y de vivir a partir del rock de una forma digna en Bogotá”. Pensando en esto, se han incluido en su programación ruedas de negocios y espacios para que los mánager de las bandas aprendan de expertos los secretos de cómo vender y posicionar sus bandas.

Rock al Parque goza también de gran reconocimiento internacional, sobre todo en la región andina. Para Félix Allueva, organizador del festival Nuevas Bandas de Venezuela, Rock al Parque “cuenta con mucho respeto, es el gran festival de Latinoamérica”, mientras que para Santiago Rosero, periodista ecuatoriano especializado en rock, se trata de “la gran vitrina para hacer conocer, a nivel suramericano, lo que se produce y suena acá”. William Padrón, crítico de rock venezolano, añade: “Las bandas venezolanas anhelan estar ahí, es su vitrina y plataforma, pero sobre todo un logro”.

Ante tanta evidencia, hoy es difícil cuestionar el lugar que Rock al Parque ocupa en el ambiente musical latinoamericano. No obstante, pensando en su futuro, todavía hay retos pendientes para que termine de consolidarse como un espectáculo masivo con un enorme potencial para generar no solo entretenimiento, sino también cambios sociales.

Lo primero que debe quedar claro es que Rock al Parque podrá seguir siendo el certamen rockero con mayor asistencia en el continente, pero que difícilmente podrá ser el de mejor cartel de invitados. En esto es enfática su directora: “A nosotros nos interesa generar un espacio para que gente de cualquier condición tenga acceso al goce de las bandas rockeras”. Aquí es clave entender su condición de festival gratuito con un fin social y no de lucro, y que si se quisiera tener a la élite del rock mundial en sus escenarios esto solo se podría dar cobrando la entrada.

Los retos están entonces por otro lado. Daniel Casas, crítico musical que ha hecho parte de la organización, identifica dos. El primero tiene que ver con una crítica frecuente: la de la gran cantidad de bandas nuevas que desaparecen una vez termina su presentación. Sobre este tema, Casas opina que “los jóvenes que hacen música en Bogotá ven a Rock al Parque como el fin último, pero este no debe ser ni el primero ni el último. Es un escenario como cualquiera, con la diferencia de que tiene mucho público”. En su opinión, muchas bandas creen que en Rock al Parque tendrán su gran “plataforma de lanzamiento” y que por el solo hecho de desfilar por ahí les abrirán puertas, olvidando que hace falta un trabajo continuo y riguroso que incluye tocar otras puertas y darse a conocer en muchos otros escenarios.

El otro gran reto, unido al anterior, tiene que ver con el acompañamiento a las bandas bogotanas que adopta el festival. Si bien en los últimos meses y con motivo de esta edición se ha avanzado en este aspecto a través del apoyo a los festivales de las localidades e invitando a los bares a ser escenario de las bandas locales, todavía se necesita que el esfuerzo no se limite a los meses que anteceden al evento. Al respecto, Casas encuentra una contradicción “entre lo grande que es Rock al Parque y la forma de hacerlo, lo que lo rodea. El resto del año no hay una continuidad. Tampoco una retroalimentación”.

Pero hay más desafíos. Su directora cree que es vital generar un modelo de alianza público privada que permita la llegada de nuevos recursos. Para esto, afirma, “la empresa privada debe entender que vincularse a un evento de carácter social implica un compromiso con la ciudad, que esto genera mejores condiciones para los bogotanos”. Héctor Mora, comentarista de la emisora Radiónica, coincide en esto, pero es un poco más pesimista: “Creo que el Estado no podrá seguir manteniendo a Rock al Parque por sí solo. Debe buscarse una alternativa de financiación mediante la gestión; darle un carácter bienal, además de centrarse en el apoyo a las propuestas colombianas, así no correspondan a los intereses de la empresa privada o al mundo del espectáculo comercial”.

Una combinación de políticas culturales claras y un mayor apoyo que en el marco de la responsabilidad social pueda dar la empresa privada, son dos elementos vitales para garantizar que Rock al Parque siga ofreciendo, al mismo tiempo, entretenimiento de calidad y gratuito, un proyecto de vida a los jóvenes rockeros y, sobre todo, razones de peso para que no se acabe el amor de los bogotanos por su ciudad.