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Más vivo que nunca

Setenta años después de la muerte de Carlos Gardel en un accidente aéreo en Medellín, la música porteña vive una segunda edad de oro. Colombia no es ajena a este fenómeno.

12 de junio de 2005

El 24 de junio de 1935 murió Carlos Gardel en el aeropuerto de Medellín en un accidente aéreo. Las causas de la tragedia son bastante confusas. Todo parece indicar que el trimotor Ford de la Sociedad Aeronáutica Colombiana (Saco), donde viajaban Gardel y sus músicos, intentó abortar el despegue y, al virar, se estrelló con el Manizales, de Scadta, que esperaba su turno para decolar. Gardel intentó salir por una de las ventanas pero el motor del ala izquierda explotó y le cayó encima, dejándolo totalmente desfigurado.

Lo cierto, en eso coinciden críticos e historiadores, es que murió el cantante y nació el mito. Setenta años después el tango está más vivo que nunca. Tras una época incierta (en parte a causa del rock' n roll) el tango se ha reavivado. No sólo el electrónico sino también el tradicional. Cada vez son más personas las interesadas en aprender a bailarlo y a escucharlo.

En Colombia el tango también es una pasión y por ese motivo SEMANA conmemora los 70 años de la muerte del 'Morocho del Abasto' con cuatro breves crónicas que dan fe de la pasión de los colombianos por el tango y por Gardel.

PEREIRA: 'CINCO CENTAVOS POR VER A GARDEL'
Por los pasillos de la casa de Gilberto Arango sólo se escucha tango. Su afición nació hace más de 45 años cuando una hermana le obsequió un disco y a partir de allí empezó una búsqueda por conocer más sobre sus letras, autores e instrumentos. Su pasión ha llevado a este pereirano a viajar a Argentina en dos ocasiones y en su estudio atesora más de 1.200 discos en acetato y CD de sólo tangos. Para este melómano, que en 1999 conformó el Club Cultural del Tango en Pereira, el tango comenzó siendo una música, después se convirtió en una expresión y hoy es una filosofía. "El tango expresa los verdaderos sentimientos de la gente, los tangos son historias de vida. No hay un género musical que exprese tanto la calidad humana".

Arango rememora así el paso de Gardel por el Viejo Caldas. Armando Defino, quien era el albacea en vida de Gardel, fue nombrado responsable para recuperar los restos del cantante y traerlos de regreso a Buenos Aires. A las 5:15 de la tarde del 18 de diciembre de 1935 le entregaron sus restos en Medellín para llevarlos a Buenaventura, de donde saldría luego hacia Nueva York.

A las 6 de la mañana del día siguiente el ataúd de Gardel y sus bienes partieron por tren desde Medellín hasta La Pintada. De allí salió una comitiva que llevaba el féretro en camión. Más de 20 mulas transportaron los objetos del difunto. Esa noche llegaron a Supía, Caldas, y los despojos quedaron en el Teatro Patria. La gente, al enterarse, corrió con la intención de ver el cadáver y la organización que llevaba a Gardel cobró cinco centavos por sólo ver el ataúd.

"Como Gardel había quedado desfigurado, el ataúd fue sellado y sólo se veía una caja en madera. Pero eso no importó, la gente hizo fila para verlo". Pasaron por Riosucio y Anserma hasta llegar a Pereira. "Se cree que Gardel estuvo en la estación del tren de Pereira la noche del 20 o la del 21 de diciembre a la espera de la salida hacia Buenaventura", señala Arango, quien afirma que existe una discusión sobre si los restos de Gardel estuvieron también en Armenia, pero sobre ese episodio no hay claridad. "Defino debió esperar seis días para recibir el cadáver en Buenaventura. Del puerto salió hacia Nueva York y el 5 de febrero, ocho meses después de su muerte, Gardel arribó a Buenos Aires".
Franklyn Molano

MEDELLÍN: EL SUEÑO DEL PIBE

En octubre de 1960 Leonardo Nieto llegó a Medellín para conocer el lugar donde había muerto su compatriota y estrella del tango Carlos Gardel. Han pasado 45 años y don Leonardo aún no ha podido irse, como tampoco se han ido de los bares y las calles de la ciudad esas melodías llenas de nostalgia.

"Se me fue la mano en la visita", dice Nieto, quien en febrero de 1972 fundó la Casa Gardeliana en el barrio Manrique. A los argentinos de su época les atraía visitar la ciudad donde colisionó el avión en que viajaba Gardel. Esa aventura lo llevó a convertirse años después en promotor y empresario del tango en Medellín, donde realizó en 1968 uno de los festivales internacionales más recordados de la historia de la música porteña. "Fletamos un avión de Aerolíneas Argentinas y trajimos a 80 músicos, entre ellos reconocidas estrellas. Una locura".

Él, que escuchaba en su infancia del barrio Liniers de Buenos Aires las historias de Gardel, el tango y su accidente aéreo, hizo una maleta de turista para 21 días, dejó sus negocios y tomó un DC-3, una especie de 'vuelo lechero' en el cual aterrizó en una decena de ciudades latinoamericanas antes de arribar a Medellín. Un par de meses más tarde logró convencer a su esposa, una maestra de preescolar, para que se instalaran definitivamente en Colombia.

En la memoria y el alma popular de aquella Medellín que conoció Nieto se había incrustado la imagen de Gardel, con su sombrero de ala blanco y su sonrisa brillante y eterna. Una Medellín que era un puerto seco del que salían colonos y a la que llegaban campesinos de todas las regiones de Antioquia y del país. Ellos confluían en el sector de Guayaquil, donde estaban el mercado de El Pedrero y la estación del Ferrocarril, rodeados por una decena de pensiones y bares donde los viajeros escuchaban las canciones con las historias de los inmigrantes del Río de La Plata.

El tango tuvo la fortuna de contar en el tiempo con la afición de las clases medias y altas de la ciudad y se abrió paso incluso en los clubes sociales más refinados como El Unión, a donde Nieto llevó con sus socios y festivales a las orquestas más reputadas del momento. El exotismo del baile y los mensajes de la vida urbana del gran Buenos Aires calaron como ninguna otra música popular entre los antioqueños y eso lo sabe Nieto, igual que tantos argentinos. "Existe una extraña empatía entre nosotros y los paisas, al fin y al cabo somos inmigrantes y aventureros".

Los tiempos cambiaron: igual que otros sitios de tango la Casa Gardeliana cerró sus puertas al público en 1992 y pasó a convertirse en museo, un museo por el que pasaron cantantes como Andrés Falgás y Armando Moreno, a quienes Nieto se encargó de pasear por el viejo Guayaquil, en donde eran los herederos de la fama y del aprecio que le tenían los medellinenses a Gardel. "Era tal la acogida que en las presentaciones en la plaza de toros llegamos a tener 12.000 personas y 2.000 más afuera, sin poder entrar", recuerda Nieto.

Nieto cree que Medellín puede aprovechar con incentivos a los turistas lo que significa para la historia del tango en el mundo. "Siempre se va a escuchar un tango que nos haga temblar la barbilla", dice Nieto, quien espera quedarse y morir en Medellín, con todo y sus huesos, a no ser que los paisas digan lo contrario.
Carlos Alberto Giraldo

CALI: MATRACA, LA CUEVA DEL TANGO
Como si estuviera inmersa en cualquier arrabal de Buenos Aires, la esquina sur del parque Obrero en Cali suena a tango. Allí queda La Matraca, un salón de baile estilo café, con el piso en mosaico de dos colores, una barra por donde sirven los tragos y un anaquel con más de 5.000 discos entre acetatos y compactos. La cueva del tango como le llaman popularmente se convirtió en un tradicional punto de encuentro para varias generaciones de caleños que, cansados de azotar baldosa con el frenesí de la salsa, se refugian los domingos a partir de las 3 de la tarde buscando sosiego para sus almas sensibles a través de tangos, milongas y valses.

Apiñados en la puerta de acceso varios curiosos disfrutan y admiran los pasos de Leyda Santa y Jaime Parra, propietarios del lugar, así como de Aymer Álvarez, Víctor Cuero y Nelly 'La Milonguera', asiduos clientes y bailarines consumados que han alternado, en noches de copas, con profesionales de la talla del campeón mundial argentino Miguel Ángel Soto o de reconocidos bailarines colombianos como Benjamín 'Mincho' García, de Manizales. Desde las paredes los rostros en sepia de Carlos Gardel, Héctor Palacio, Agustín Irusta, Mercedes Simone, Ada Falcon y Azucena Maizán no les pierden el paso.

Antes de ser un santuario de los aires porteños La Matraca era una tienda de barrio que fundó hace 40 años Clímaco Parra. Mientras vendía papa, arroz y carne, ponía tango y milonga de su colección privada, extendiendo su clientela entre los aficionados a esos ritmos argentinos. Hace 20 años cambió la tienda por una fuente de soda que hoy administra su hermano Jaime. Por eso cuando los aires del bandoneón se empiezan a escuchar en esa colorida esquina, la gente se agolpa en la entrada, como pidiendo pista. Allí en medio de la calurosa noche caleña y como detenida en el tiempo, espera a los tangueros del país La Matraca, el último baluarte del tango en Cali.
Fabio Posada

IBAGUÉ: TANGOLATRÍA...
En Tangolatría, un rincón donde reposan más de 5.000 discos, 2.000 casetes, un tocadiscos, fotos, enciclopedias, diccionarios, y un compendio completo de literatura del tango, pasa sus días don Luis Fernando Valencia Ruiz, pensionado de 71 años. Tangolatría, según el diccionario, significa adoración por el tango. Y es eso lo que este tangófilo siente: amor y pasión. Por eso lo define como una vivencia dulce y grata del existir. Una cultura que entraña música, poesía, calma, desengaño y esperanza.

En el bar Central de Líbano (Tolima) nació su afición. Allí, desde que tiene memoria, escuchaba la música que llegaba por Honda.

Todos los sábados de 10 a 11 de la mañana, en la emisora Ecos del Combeima, de Ibagué, don Alfonso se sienta frente al micrófono a hacer lo que más le gusta: hablar de tango, a través de su programa al que llama Tangolatría con el propósito de revivir el de la vieja guardia.

Tangolatría también se llama el club de gardelianos y tangófilos que fundó hace 25 años, integrado por personas entre 25 y 40 años. Entre quienes van llegando hay expertos bailarines pero pocos conocen la historia. Y es esa su labor, enseñar, en medio de música, charlas y uno que otro trago, todo lo concerniente a esta música.

Manifiesta que "ya casi todo está dicho de él", pero de su vida íntima poco. Por ejemplo, dentro de tantas historias y anécdotas halladas en sus libros, relata una que resulta muy simpática para él. Cuando su madre, doña Berta, le preguntó por qué no se había casado, Gardel le contestó: "¿Por qué voy a casarme haciendo desgraciada a una sola, si soltero puedo hacer feliz a tantas?".
Olga Lucía Garzón