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Gonzalo Mejía soñaba y luego materializaba progreso, razón por la cual recibió homenajes en vida. Arriba, junto al avión que bautizó como su hermana, Marichú. En París, en 1906, presenció los inicios de la aviación y se propuso traerla a Colombia. Lo consiguió.

CINE NACIONAL

Gonzalo Mejía, el 'gran antioqueño' redescubierto en el cine

La película 'Me llevarás en ti' rinde homenaje al prohombre paisa que impulsó el progreso de su departamento y del país con grandes hitos en la aviación, el cine y la infraestructura.

9 de noviembre de 2019

Por el peso social e histórico de lo que consiguió, a Gonzalo Mejía aún le ajusta perfectamente el apodo de fabricante de sueños. Y más de medio siglo después de su muerte, en 1956, parece más que relevante contar su historia a una gran parte del país que la desconoce y sufre de una crisis de referentes.

Mucho han escrito sobre él, y su historia ya estuvo en las pantallas. Pero Me llevarás en ti, de Iván Obando, ofrece una perspectiva distinta a una gran escala. El director se propuso hilvanar la vida del empresario antioqueño, sus aciertos, frustraciones e impresionantes logros, por medio de un amor frustrado que se desarrolla en Colombia y en el Viejo Continente.

Con una inversión de 2.700 millones de pesos, Obando quiso estar a la altura del personaje, de los muchos viajes que emprendió y de los sueños imposibles que materializó. El director, también empresario, se basó en el libro del mismo título que publicó en 2016 tras una investigación sobre Mejía que, curiosamente, empezó como un guion. Obando asegura que su cinta tiene un sólido piso histórico en lo que respecta a Gonzalo Mejía. Pero confiesa que tomó licencias creativas a la hora de desarrollar, con base en una carta real, el romance con la condesa polaca de la cual se enamoró de joven en Europa.

El director Iván Obando (de azul) apostó por una historia de amor de gran escala que se desenvuelve en el curso de varias décadas. Filmó su producción en España, Italia y Colombia, con una fotografía destacable.

Las audiencias no han sido ajenas a la propuesta y, al cierre de esta edición, más de 30.000 personas habían visto la película sobre el hombre que, entre muchas cosas, impulsó el cine en el país.

Prueba y error

En la literatura y el cine es mejor mostrar que contar. En varias ocasiones, Me llevarás en ti peca por apelar con insistencia a ambas. Esto, sin duda, nace del reto titánico de narrar desde la ficción romántica la vida real de un pionero de la aviación en Colombia, que llevó el primer automóvil a Medellín, rodó la primera película del cine nacional (Bajo el cielo antioqueño, 1925) e impulsó obras de infraestructura cruciales como la carretera que llegó a la costa Caribe y la que conectó a Medellín con Bogotá.

La película cuenta explícitamente una historia positiva. Retrata a un hombre que, con la gran fortuna que recibió, no se dedicó a amasar, sino más bien a soñar y a traducir esas visiones en avances que impulsaron a la sociedad.

En sus dos horas, la cinta enmarca la historia de amor imposible en los eventos de la turbulenta primera mitad del siglo XX. Lo hace a varios niveles: en las montañas de Antioquia y en diversos parajes de España e Italia, a donde llevó el rodaje para darle mayor autenticidad. Todo esto mientras destaca los logros de ese ‘indio suramericano’ (como le decía la madre de la condesa) llamado Gonzalo Mejía, un pionero que desde Antioquia llevó a Colombia al siglo XX con aviones y aeropuertos, cine, taxis, edificios icónicos y carreteras cuando nadie más se atrevía.

La película cuenta explícitamente una historia positiva con una figura fuerte, a la vez librada a la suerte. Retrata a un hombre que, con la gran fortuna que recibió, no se dedicó a amasar, sino más bien a soñar y a traducir esas visiones en avances que impulsaron a la sociedad.

Sin necesidad, el narrador en off proclama a la cinta como contrapeso y respuesta a tantas producciones locales que, por décadas, han centrado su narrativa en criminales reconocidos mundialmente como Pablo Escobar. En todo caso, cumple su misión de ofrecer un relato blanco, mezcla romance y emprendimiento. Por momentos la película se esfuerza demasiado por resaltar el genio de Mejía cuando ya lo ha mostrado, y a veces pierde el rumbo en su apología a la condición colonizadora y pujante del pueblo antioqueño. Pero el espectador la sigue por sus aciertos y porque Mejía es, sin lugar a dudas, un personaje enorme, de película.

Un océano entre dos

Gonzalo Mejía (Carlos Fernández) e Isolda Pruzinsky (Mariana Fernández), los enamorados que llevan la historia.

Me llevarás en ti comienza en Roma en 1906, donde coinciden Mejía (Carlos Fernández) e Isolda Pruzinsky (Mariana Fernández), la noble polaca. El destino comienza a jugar cuando Mejía debe regresar a Medellín. Se separan, juran escribirse y vivir un amor que supere los obstáculos. La química entre los protagonistas mueve el relato y permite ignorar detalles como los acentos extranjeros que siempre plantean un reto.

En el camino de Mejía de vuelta a Medellín, la película lleva al espectador al recorrido por el río Magdalena y lo sube a las embarcaciones de la época. Le cuenta también cuántos días tomaba llegar a Puerto Berrío (lo que sirve para establecer cómo Mejía revolucionó ese transporte con embarcaciones rápidas que llamó deslizadores) y cuánto había que cabalgar para llegar a esa capital. Estas escenas aprovechan los escenarios y testimonian de una era ya distante.

Temas como el clasismo salen a la luz por medio de personajes como Eduardo, el hermano de Gonzalo. Enamorado de una chica desaprobada por su familia, la pierde por nunca decidirse a hacerla su mujer. Se sumerge en una depresión que, con el tiempo, le quita las ganas de vivir. En una escena conmovedora, Eduardo, ebrio, busca a su hermano para decirle que sin amor nada vale la pena y, por eso, lo insta a volver a Europa a buscar a su Isolda.

Esta vive algo similar. Su madre y protectora considera a Mejía indigno de su hija y le hace la guerra. Esconde las cartas del paisa, lo sabotea. Pero por una noche el amor es más fuerte. Se vuelven a encontrar en Europa, viven una velada de sorpresas que incluye la aparición musical de un cantante representado por un muy digno Sebastián Yatra, a quien sin embargo el director le dedicó demasiados planos.

Después de esa noche, los amantes terminan separados por obra y gracia de la madre de la condesa y pierden la esperanza de un reencuentro. Desde ese punto la cinta emprende una narrativa paralela, pues, a pesar de sus promesas, ambos siguen con sus vidas: Isolda se casa en Rusia; Mejía también, en Medellín, con Alicia Arango, madre de sus hijos.

El mundo sigue rodando. Entran a jugar eventos como la Revolución rusa, que deja a Isolda viuda y, junto con su madre, de vuelta en Polonia. Allá la rubia, interpretada en una edad más madura por Géraldine Zivic, arma una nueva vida. Pero su madre, para quien vivir modestamente es imposible, le pide llamar al ‘indio’ que antes había rechazado tanto. En ese momento, Isolda lo considera a la vez su amor eterno y parte del pasado. Pero el destino, al menos el que tejió Iván Obando en su película, les tiene planeado un encuentro más.