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MENOS PALABRAS, MAS ACCION

El festival Internacional de Teatro de Manizales dejó claro que en la dramaturgia moderna los diálogos cada vez importan menos.

30 de septiembre de 1991

NACIO ANTES QUE LA LITERATURA, que el cine, que la televisión. Y con el paso de los siglos pareció perder su identidad. Dejó confundir su lenguaje propio con el lenguaje de las palabras. Entonces, se hizo menos dramático y cada vez más gramático. Pero a juzgar por la cosecha de directores que han empezado a dejar de lado el discurso literario sobre las tablas, el teatro de vanguardia parece andar en busca de sus raíces.
La semana pasada, Manizales era una fiesta de teatreros, y allí se pudo comprobar que el arte dramático se está saliendo de sus esquemas de marras. El Festival le abrió las puertas al mundo de la imaginación, y los espectadores estuvieron pendientes de juzgar con sus palmas las diversas propuestas. Grupos invitados, actores espontáneos, mimos callejeros, cantores irreverentes y hasta payasos frustrados se tomaron durante ocho días los escenarios y los parques de la capital caldense. En la Plaza de Bolívar, en horas de la tarde, solían coincidir hasta cuatro grupos diferentes. Al lado del cerco humano que seguía cada paso de un montaje brasileño, un hombre semidesnudo que caminaba sobre vidrios pretendía ganarse la atención de los que habían llegado tarde a la presentación extranjera. Y para todos había un público dispuesto a reír, o dispuesto a llorar, según el cristal con el que cada grupo mirara la vida.
En los corrillos que se armaban a la salida de los teatros, los juicios apresurados se decantaban hasta convertirse en juicios meditados. Y era común escuchar espectadores que confesaban no haber entendido la trama de alguna de las obras. No era para menos. Muchos montajes se hicieron con el único propósito de desatar en el público un torrente de imaginación. Y esto, precisamente, porque hay directores que piensan que traducir sobre el escenario una obra literaria, con sus puntos y sus comas, corresponde a un estilo de teatro en vías de extinción. El español Salvador Távora, director de La Cuadra de Sevilla, que abrió el festival con una obra inspirada en