Home

Cultura

Artículo

Mickey, ojos azules

Juan Manuel Pombo
8 de mayo de 2000

Con el entusiasmo de una colegiala que acaba de aprender a saltar el lazo o a montar en bicicleta los cineastas y actores del Reino Unido e Irlanda, que durante la década de los 90 sorprendieran y deleitaran al mundo con películas de bajo costo pero mucha chispa y cacumen (The Commitments, Cuatro matrimonios, Trainspotting, etc.), corren el riego de dar un traspié de la madonna en su afán por cruzar el Atlántico y terminar con las rodillas seriamente peladas. El encanto por la sirena de Hollywood ya hizo de las suyas en lo que va de Trainspotting a La playa, ambas dirigidas por Danny Boyle, y me temo que la mera participación de Hugh Grant en Mickey, ojos azules, dirigida por Kelly Makin, pueda resultarle más nocivo para su carrera que sus dicharacheros y no tan recientes escándalos en las avenidas de Los Angeles. Mickey (H. Grant), rematador inglés en una casa de subastas, se enamora de Gina (Jeannette Tripplehorn), respetabilísima maestra e hija mimada de la mafia italiana que quiere y no quiere (imposible establecerlo) saber nada de su familia para no manchar la vida de su amado. El guión, como para Ordoñarse de la risa y escrito a las carreras con la idea de hacer una parodia de El padrino a punta de los más burdos clichés sobre la familia italiana versus el fino caballero inglés en la Gran Manzana, va acompañado de una actuación general en la que abundan el aspaviento y manoteo exagerados, el malentendido tonto y el chiste malo y así, de tumbo en tumbo, hasta la feliz aparición de los créditos finales. La parodia es un arte mayor y por tanto, cuando no se maneja con la inteligencia que es menester, se convierte en un bobo remedo como este cuyo nicho adecuado es un espacio a altas horas de la noche por televisión para beneficio de insomnes inveterados o a 30.000 pies de altura para el duermevela dentro de un avión.