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Arturo Pérez-Reverte no descarta que esta novela sea el comienzo de una nueva saga. | Foto: Getty Images

LIBROS

Misión en la retaguardia

Arturo Pérez-Reverte regresa con un nuevo personaje y una novela de acción que se desarrolla al comienzo de la guerra civil española.

Luis Fernando Afanador
14 de enero de 2017

Arturo Pérez-Reverte

Falcó

Alfaguara, 2016

291 páginas

La trama engancha: Lorenzo Falcó, un “hampón elegante” de 37 años, al comienzo de la guerra civil española, es contratado por el servicio de inteligencia franquista para rescatar al líder de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, preso en una cárcel de Alicante por el gobierno republicano. La historia transcurre, entonces, no en el frente de combate, sino en la retaguardia de ambos bandos –Salamanca, Cartagena–, una zona equívoca y propicia para el espionaje, las delaciones, los infiltrados, los bares elegantes, los vividores y las mujeres fatales. El ya turbulento contexto europeo también se hace presente y no es menos atractivo: la Alemania nazi les apuesta a los rebeldes franquistas y ha prometido participar en el operativo de rescate con el acorazado Deutscheland, cubriendo con sus cañones el desembarco del comando que ejecutará el golpe de mano. Aunque todo dependerá –aparentemente– de Falcó y su equipo conformado por los hermanos Montero, jóvenes fervientes de la causa falangista, y Eva Rengel, la ambigua y atractiva heroína que no podía faltar.

La hoja de vida delincuencial de Falcó es impecable: hijo de buena familia –vinateros andaluces– en su juventud fue expulsado de la academia naval por haber seducido a la esposa de un oficial –James Bond fue expulsado de Eton por algo parecido–; se convirtió en traficante de armas en los Balcanes; en colaborador de los republicanos en Estambul; estuvo con el Ejército Blanco en la Rusia posrevolucionaria. Es capaz de torturar y de matar con frialdad. Eso sí, sin dejar de usar objetos de marca y consumir finos tabacos y licores. Su causa es individualista, no tiene dilemas éticos ni ideológicos: “Los bandos estaban perfectamente claros: de una parte él, y de la otra los demás”. Para Falcó, con guerra o sin guerra, las personas se dividen en valientes y cobardes. Por supuesto, él es un valiente, según lo atestiguan las cicatrices de cuchillo y de metralla que exhibe en su cuerpo y que luce como un sexapil. Por cierto, le encantan las mujeres y su presencia para ellas no pasa desapercibida: “La mujer lo miró sin pestañear tres segundos más de lo usual. Todas las mujeres le concedían a Falcó al menos esos tres segundos”.

“La vida incierta y las mujeres hermosas”. Falcó no se enreda con el amor y tampoco con una conquista fallida: “Aún pensó un momento en Chesca Prieto, apenas cinco segundos antes de pulsar el botón del ascensor y olvidarla”. Todo en esta novela parece una cuestión de segundos, de frases hechas y efectistas. No falta ningún cliché del subgénero novela de acción. Pérez-Reverte utiliza el manual completo. Incluso, que el protagonista duro y cínico termine enamorándose (ya habrán adivinado de quién). Lo cual tiene sin cuidado al autor de la saga del capitán Alatriste, de quien Francisco Rico, la mayor autoridad mundial en el Quijote, dijo: “Alatristemente célebre productor de ‘best sellers’”. No, a Pérez-Reverte no le importa hacerlos. Prefiere eso a “ser un sobador del ‘Quijote’”, como le respondió a Rico. Hasta hace guiños y se ríe de sus imitaciones. Después de una escena de tortura, dice: “El cine de gánsteres de Hollywood daba buenas ideas”. Tal vez solo habría que agregar: Falcó es un buen best seller. O, para decirlo con una frase hecha de crítico: “Si se va a leer un solo ‘best seller’ este año, léase este”.

Sin embargo, me parece que más allá de entretenernos, hay algo que debemos reconocerle a Falcó, la novela. Sin pretender tocar a fondo el tema de la Guerra Civil –no es su propósito– termina dándonos una visión distinta. Salvo Soldados de Salamina, de Javier Cercas, la abundante narrativa y cinematografía que habíamos visto y leido durante tantos años nos llevaba a un asunto entre buenos y malos. Los buenos, se daba por hecho, eran siempre los republicanos. Y los malos, los franquistas y los falangistas. Acá, en cambio, además de explotar las grandes rivalidades entre franquistas y falangistas, vemos canallas e idealistas en ambos bandos. Dejar atrás el maniqueísmo siempre será algo bueno.