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Música y compromiso

La muerte del gran violinista Isaac Stern revive una vieja discusión: hasta dónde debe el músico comprometerse con la política.

5 de noviembre de 2001

El mas neoyorquino de los músicos, Isaac Stern, murió en el hospital de Manhattan 10 días después del atentado a las Torres Gemelas pero no se le rindieron los honores y reconocimientos que merecía por su carrera deslumbrante y un compromiso excepcional. El más neoyorquino de los músicos no nació en la Gran Manzana: vio la luz el 21 de julio de 1920 en Kremenets, Ucrania, y sus padres emigraron meses más tarde a San Francisco huyendo del comunismo.

No fue un niño prodigio ni mostró un talento excepcional. Empezó como pianista y según sus memorias “me inicié en el violín luego de que escuché a un amigo, que vivía al otro lado de la calle, tocar el instrumento”. Pero fue el primer violinista de talla internacional formado por completo en Estados Unidos.

De 16 años debutó con la Sinfónica de San Francisco, meses más tarde con la Filarmónica de Los Angeles y al año siguiente, 1937, hizo el Town Hall de Nueva York. Hubo reservas, Olin Downes, del New York Times, escribió: “Su arco presiona con brusquedad y con frecuencia es estridente”. El público fue menos reservado con su estilo personal, distante del ‘virtuosismo’, cálido y expresivo, que resultaba refrescante.

El mundo estaba fascinado con Jascha Heifetz, el más perfecto violinista de la historia luego de Paganini y Tartini, para algunos el más frío e imperturbable de todos los tiempos, que “interpretaba sin la intervención de su yo más íntimo y el resultado era una estatua de mármol, perfecta, pero despiadadamente fría”, como lo describió H. Schonberg. Stern no deseaba la perfección, e incluso lo reconocía públicamente: “Me faltan bases y disciplina, pero eso me permite una penetración musical especial”.

Sol Hurok, el más prestigioso empresario de la historia, quien representó sus intereses desde 1939 hasta 1974, lo describió como un ser incansable: “Siempre tiene que estar involucrado en diferentes causas: musicales y políticas”. Porque no era ajeno a la política. Eterna discusión: a Bach, Chopin o Donizetti los tuvo sin cuidado; a Beethoven, Wagner o Paderewski, que llegó a ser presidente de Polonia, les importaba. Stern no se contentaba con lo que es común a casi todos los grandes músicos: la proximidad con el poder. El lo aprovechó.

En 1943, cuando se proyectó demoler el Carnegie Hall de Nueva York, convocó un movimiento ciudadano que involucró a Eleanor Roosevelt, Fritz Kresiler, Dame Myra Hess, Artur Rubinstein y Marian Anderson, y usó dos argumentos, uno sentimental que aludía a la historia del recinto inaugurado por Tchaikovsky en 1891, y otro artístico: “Nuestro país produce cada día más grandes músicos ¿Cómo privarlos de actuar en uno de los primeros auditorios del mundo?”. Ganó la batalla, consiguió que se legislara declarando “monumento” el edificio y una partida de cinco millones de dólares para adquirirlo.

En 1951 se convirtió en el primer violinista norteamericano en realizar una gira por la Unión Soviética, se involucró en un agrio debate con Nikita Krushchev a propósito de intercambios artísticos y luego manifestó que no regresaría allí hasta tanto sus artistas no pudiesen salir libremente al extranjero.

Resolvió, como judío que era, nunca tocar en Alemania en protesta por el holocausto. Aunque creía que “la música era más importante que los músicos”, también pensaba: Estoy seguro de que fueron los descendientes de Brahms, Bach y Beethoven los mismos que al ingresar a la Unión Soviética mataron a la familia Stern”. En 1967 boicoteó el Festival Musical de Atenas como protesta a la junta militar, y cuando en 1974 la Unesco suspendió programas en Israel organizó protestas contra la organización. Después de la Guerra de los Seis Días se presentó en Mont Scopus con la Filarmónica de Israel y tocó el Concierto de Felix Mendelssohn (músico alemán de origen judío), el mismo que interpretó también durante la Guerra de Yom Kippur, intercalando entre movimientos el Hatikva, himno nacional judío. También hizo lo propio en 1991 durante la Guerra del Golfo Pérsico.

Pero como todo tiene un precio, la crítica llamó la atención sobre el hecho de que cada vez que se involucraba en estas empresas ‘extramusicales’ la calidad de su ejecución decaía. Comentarios que tuvieron sin cuidado a quien no titubeaba en apoyar el talento de jóvenes músicos de condiciones excepcionales, como Emmanuel Ax, Itzhak Perlman, Pinchas Zukerman, Shlomo Mintz, Chou-Lian Lin y Yo-Yo Ma, lo que le granjeó la malquerencia de quienes no lograban entrar en su círculo.

Tras la destrucción de las Torres Gemelas el gran símbolo del poder musical norteamericano, el Carnegie Hall, sigue en pie. Gracias a la batalla que en su momento libró Stern, un convencido de que arte y compromiso político deben ir de la mano.