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Náufrago

Robert Zemeckis y Tom Hanks demuestran su talento gracias a los instintos de supervivencia de un ejecutivo. ***

Ricardo Silva Romero
5 de marzo de 2001

Es facil adivinar cuál es la historia. Se llama Náufrago y Tom Hanks es el protagonista. Como si lo anterior no fuera suficiente, los cortos de promoción y las fotografías para la prensa nos muestran, sin ninguna clase de vergüenza, quién va a sufrir un irreparable accidente, cómo va a enfrentarlo y cuánto le va a costar, algunos años después, recuperar la paz en el espíritu. ¿Para qué, entonces, salir de la casa, gastar el dinero y tomarse el trabajo de ver esta película?

Hace un par de meses Robert Zemeckis, el director, le respondió a David Poland, un periodista norteamericano, que después de estudiar el comportamiento del mercado había llegado a la conclusión de que “la gente quiere saber exactamente todo lo que va a ver antes de ir al teatro: a mí, que soy un estudiante y un fanático del cine, no me gusta. Me recuerda a McDonald’s. La razón por la cual es un éxito de esas proporciones es porque jamás tienes sorpresas. Sabes exactamente a qué te va a saber. Todo el mundo conoce el menú”.

Por eso después de ver los cortos de Revelaciones, la más reciente película de Zemeckis, el espectador sabía que Michelle Pfeiffer no estaba loca, que había un fantasma de por medio y que Harrison Ford había sido infiel y era el enemigo peligroso. La idea es, pues, jugar con las cartas destapadas. Al estupendo director de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y Forrest Gump no le gustan esas cosas. Pero, según dice, no hay nada por hacer: hay que caer en ellas.

Y hay que enfocarse, como en Náufrago, en que los hechos sucedan de una forma inolvidable. Sí, claro: hay un accidente y Chuck Noland, un ejecutivo de FedEx que estaría a punto de casarse si no fuera un adicto al trabajo y no estuviera obsesionado con la puntualidad, sobrevive y, gracias a las olas y al bote salvavidas, termina atrapado, durante cinco años, en las costas de una isla desierta, pero ¿cómo fue el accidente?, ¿cuántas cosas tuvo que hacer para llegar a la playa?, ¿qué sintió cuando se vio desamparado en la noche del océano?, ¿cuáles fueron sus estrategias para soportar el hambre, la nostalgia y la soledad?

El accidente y el naufragio son dos maravillosas secuencias de suspenso. Los cinco años en la isla, conducidos por el asombroso lenguaje corporal y el profesionalismo de Tom Hanks, son apasionantes, divertidos y devastadores. Lo único que falla, y no es cualquier cosa, es el tercer acto de la historia. La aventura entra en un callejón sin salida y la resolución se prolonga como una clase de química: el reencuentro con la prometida y la llegada al mundo, que deberían ser tensos, enérgicos y vibrantes, resultan tan prefabricados y desabridos como una hamburguesa de McDonald’s. Se sabe qué se va a sentir, pero no se siente. El menú es el de siempre, pero las emociones se han quedado atrás. En la isla.