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Nebraska y Ninfomanía: de la simpleza al tabú

Ambas historias, que fluctúan entre una producción modesta y el tabú filosófico, exploran el lado oscuro del ser humano.

Carolina Morales
7 de marzo de 2014

Nebraska

Las vidas en blanco y negro


Qué familia no es disfuncional, cuál vida no tiene algo de oscura. Llega un momento en que no hay nada que perder, en que las apuestas están hechas y simplemente se puede uno dejar llevar. Es en ese momento cuando todo cobra un verdadero sentido y entonces se puede creer en todo, en cualquier cosa, en lo más mínimo.

En la lista de este año de nominadas al Oscar como Mejor Película, Nebraska es quizás la historia más modesta y simple. Sin embargo, es esa simpleza la que la convierte en una gran película. Un filme que nos recuerda una vez más que el cine es, básicamente, contar historias y que para hacerlo no se necesita mucha parafernalia.

Son tres los personajes centrales de esta película. Woody Grant, interpretado magistralmente por Bruce Dern, es un hombre viejo con demencia senil quien un día se encuentra con una carta en la que dice que ha sido ganador de un millón de dólares. Para reclamar el premio tendrá que ir desde Montana hacia Nebraska. Una locura, sí. Todo parece ser una estafa, una simple y vulgar campaña publicitaria, pero Woody se empeña en creer que es un ganador. Así es como David (Will Forte), su hijo, vendedor de equipos de sonido y a quien recién su novia ha abandonado, decide acompañar a su padre, aun cuando Kate (June Squibb), su madre, le dice que se está volviendo tan loco como su papá.

Este viaje en carretera se convierte en la oportunidad del reencuentro entre una familia. Aunque Woody y David sean los que principalmente se reconocen el uno al otro, Kate y el hijo mayor Ross (Bob Odenkirk) hacen parte también de esta road movie en la que nos damos cuenta que nunca es tarde para soñar, para creer y para devolver un poco de amor a esos seres queridos que por más familia que sean siempre tendrán algo oculto que no podremos llegar a conocer nunca del todo.

El guión escrito por Bob Nelson nos lleva lentamente a conocer el interior de cada uno de los integrantes de la familia Grant. Es precisamente la construcción de personajes lo que se destaca en este filme dirigido por Alexander Payne, un hombre que sabe perfectamente como inspirar a través de la melancolía, como lo recordamos en About Schmidt (2002). Aquí, sin duda alguna y aclarando que todo el reparto hace un extraordinario trabajo, se debe destacar a June Squibb, que con su personaje lleno de sarcasmo saca las más grandes carcajadas.

El blanco y negro de la película no es casual, con él nos internamos en esa atmósfera gris y algo depresiva. Montana, Nebraska, podría ser cualquier lugar, donde parece que el tiempo pasa sin que pase nada. Donde las motivaciones no existen y solo queda la rutina diaria. Pero aunque la vida se nos muestre en blanco y negro, siempre tendremos algo que dar y algo que buscar. El blanco y negro no siempre es melancolía, algunas veces solo significa que las cosas son más simples de lo que creemos y cuando reconocemos esa simpleza, es hora de simplemente vivir.

Ninfomanía (Parte I)


A Lars Von Trier le gusta follarse a las mentes

Se estrenó Ninfomanía en Colombia, (Nymphomaniac), la última película del controvertido y brillante Lars Von Trier. Las salas parecen estar a tope, todos quieren verla, aunque no precisamente por razones estrictamente cinematográficas, por ser esta la tercera y última cinta de la que se conoce como la "Trilogía de la Depresión", cuyas antecesoras fueron Anticristo (2009) y Melancolía (2011) o por el simple hecho de estar hablando de un director de la talla del danés.

Parece que lo que mueve a muchos es el morbo, la necesidad de ver eso que han anunciado como una película pornográfica, que no es, un filme sin restricciones, sin tapujos. Un cine franco alrededor de la sexualidad, el relato crudo de Joe, una mujer que cuenta cómo su vida ha sido dirigida y marcada por el sexo.

Pero Lars Von Trier no es tan básico a la hora de contar historias y siempre busca ponernos a jugar con la mente, a que nos hagamos preguntas, a qué descifremos cada detalle. El que vaya a ver Ninfomanía se encontrará con algo más que sexo, lo hará con una conversación, una muy profunda entre esta mujer y Seligman, un judío enigmático que decide escucharla, sin una motivación clara, o al menos sin una que podamos reconocer en esta primera parte.

El comienzo es gris, silencioso y acompañado de la descarga musical de Rammstein. Así sabemos de entrada que estamos por presenciar una historia sombría, decadente, depresiva. Luego comienza el relato de Joe, una mujer que no se perdona ser como es, y tampoco el haber hecho daño. Ella cuenta cómo reconoció su cuerpo y lo que podía hacer con él por primera vez. Mientras tanto, Seligman trata de justificar cada una de sus palabras, y es aquí donde comienzan las referencias que pondrán sobre la mesa el juego intelectual que Lars Von Trier propone sobre la base de un discurso filosófico y complejo.

Existe una curiosidad personal y es saber si la visión sobre la historia cambia entre mujeres y hombres. A mí, particularmente, me parece que sí, y que esta es una película con grandes connotaciones alrededor de la libertad y la sexualidad femenina. La película propone una reflexión sobre el sexo, sobre los deseos, sobre cómo construimos los estereotipos de placer, de felicidad y en últimas, una reflexión sobre el amor.

Lo triste y amargo de Ninfomanía -y esto no es culpa de Lars Von Trier- es que se tenga que ver en salas partida en dos, pues queda un sinsabor, muchas preguntas, signos sin descifrar. Pero al mismo tiempo y como el sexo, que cuando es bueno se quiere más, deja la gana y el deseo porque llegue pronto el 21 de marzo para verla completa. En este caso, la recomendación clara es verse los dos volúmenes de corrido, comérselos completos y sin pudor.