Home

Cultura

Artículo

Maquiavelo tuvo desencuentros con los Médici, gobernantes en Florencia, y en gran parte basó sus observaciones en ellos y su manera de gobernar. | Foto: SUMMERFIELD PRESS/CORBIS/CORBIS VÍA GETTY IMAGES

PERSONAJE

Nicolás Maquiavelo: el pragmático y vigente arte de gobernar

En una Italia dividida por guerras regionales que vivía el contrastante esplendor cultural del Renacimiento, Maquiavelo se convirtió en el padre de la ciencia política moderna. Su legado se prueba intemporal con nuevos libros e interpretaciones.

9 de mayo de 2020

Si bien no la dijo textualmente, a Nicolás Maquiavelo se le atribuye la frase “El fin justifica los medios”. Esto tal vez obedece a que la sentencia sintetiza perfectamente lo que formula en su libro El príncipe, la obra que partió en dos la literatura, la filosofía y la diplomacia. Tomando como referencia la nobleza italiana, el escrito sirve como una especie de manual para gobernantes. Da una mayor importancia al pragmatismo de las acciones antes que a los dilemas éticos o morales que estas puedan acarrear. Aporta recurrentes consideraciones de este tipo: para Maquiavelo es más importante protegerse contra el odio de la gente que construir una reputación de generosidad, pues cree que, si un príncipe es demasiado generoso con sus súbditos, no será apreciado y provocará codicia. 

La familia gobernante en su natal Florencia, los Médici, le sirvió de referencia principal para sus análisis. Por eso, y considerando los distintos conflictos que tuvo con dicho gobierno, aún se discute sobre si el libro está escrito en clave irónica. Sea o no el caso, en este planteó una nueva forma de analizar y hacer política, que se alejaba de la línea hasta entonces dibujada por el pensamiento aristotélico. Y a nadie sorprende que aún hoy se use el término “maquiavélico” para referirse a un gobernante (o persona) capaz de priorizar su visión de Estado, su fin, por encima de cualquier otra consideración. 

A pocos días de su aniversario 551, que cumplió el 3 de mayo, su trabajo se prueba más actual y comentado que nunca. Al menos tres libros que lo tienen en el medio de sus análisis fueron publicados recientemente. En primer lugar, The Beauty and the Terror, de la profesora Catherine Fletcher, que quita el brillo al glamur y ofrece un relato alternativo del Renacimiento que tanto se comenta y que, a su manera de ver, suele relatarse sin tantas atrocidades como sucedieron. A este se suma Machiavelli: His Life and Times, de Alexander Lee, al cual la crítica lo considera el relato más fresco y mejor contextualizado. Por último, Machiavelli: The Art of Teaching People What to Fear, del académico francés Patrick Boucheron, un libro relativamente corto que logra analizar cómo se ha interpretado y malinterpretado a un hombre cuyas ideas siguen resonando poderosamente siglos después de su muerte. 

Los tiempos de Maquiavelo

La Italia de los siglos XV y XVI era un lugar de fuertes contrastes. Económicamente, la desigualdad entre ricos y pobres era notoria en las calles, azotadas por el crimen y la mendicidad. Esto, mientras algunas familias acumulaban un nivel de riqueza que no se veía desde tiempos del Imperio romano. Políticamente, la península itálica se dividía en múltiples ciudades-Estado y pequeños reinos que peleaban por motivos que iban de lo personal a intereses concretos. Culturalmente, la región vivía una era de esplendor producto de los mecenas que invirtieron sus fortunas en apoyar el trabajo de los artistas, como Miguel Ángel, Rafael, Leonardo da Vinci o Dante Alighieri, en el periodo conocido como el Renacimiento. 

Familias como los Sforza en Milán, los Borgia en Roma, los Farnesio en Parma o los Médici en Florencia se enfrentaban en todo para probar su superioridad ante el resto. Desde la construcción más bella hasta la nominación de un papa, todos motivos de peso que reflejaban la cuerda floja que dividía a la guerra de la diplomacia en Italia. Y un hombre supo interpretar esta puja como ninguno: Nicolás Maquiavelo.  

Fue testigo del esplendor de la Florencia del quattrocento al mando de los Médici, así como de la “hoguera de las vanidades” impuesta durante el gobierno teocrático de Girolamo Savonarola (férreo opositor de los Médici en la ciudad). Y gracias a este último, Maquiavelo asumió como canciller de la república instaurada luego de la huida de los Médici de Florencia. Su rol legislativo y diplomático le permitió conocer las intimidades, intereses e intrigas no solo de las familias que gobernaban la península itálica, sino de los reinos vecinos, como España, Francia o el Sacro Imperio Romano Germánico, con quienes compartían variados vínculos de sangre. 

Tras el regreso de los Médici a Florencia, en 1512, Maquiavelo fue despedido por decreto de su puesto como canciller. Se dedicó entonces a una vida rural en su propiedad, a unos pocos kilómetros de Florencia, y allí gestó su legado de estudio de las ciencias políticas.  

En sus textos vislumbró el futuro de su propio país y de gran parte del mundo occidental. Inspirado en las mencionadas familias que reñían por el dominio de la península, redactó ‘El príncipe‘.

Aprovechando su experiencia como canciller, su estudio a conciencia de la democracia griega y su facilidad para la prosa, escribió la mayor parte de su producción literaria durante los siguientes 15 años. En esos textos también vislumbró el futuro de su propio país y de gran parte del mundo occidental. Inspirado en las mencionadas familias que reñían por el dominio de la península, Maquiavelo redactó El príncipe. En este recopila las distintas formas de gobierno predominantes, y así conformó un zeitgeist de política interna y externa que aún hoy es objeto de estudio. Elaborado originalmente para ganar la buena voluntad de los Médici, estos desecharon el manuscrito que les envió el estadista. Por eso solo pudo publicarse de manera póstuma (como la mayor parte de su trabajo) en 1532, pasados cinco años de su fallecimiento, víctima de una peritonitis aguda. 

 

El príncipe se publicó luego de su muerte. Marcó un antes y un después en la ciencia política y en la diplomacia. La comedia La mandrágora, de los pocos libros que publicó cuando vivía, ilustra en su personaje principal el efecto de la artimaña y de la mentira. Historiadores y académicos no dejan de analizar su legado en la actualidad y el contexto en el cual aprendió, actuó y analizó.

Un legado eterno

La influencia más evidente de Maquiavelo (y de El príncipe en particular) se encuentra en el siguiente gran periodo filosófico de la historia: la Ilustración. Al sugerir que el sistema de república de la antigua Grecia era un modelo de gobierno más efectivo que las monarquías vigentes (algo que profundizó en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio), le sirvió de punto de referencia al “contrato social” de Jean-Jacques Rousseau y a la separación de poderes de Montesquieu. Estos pensamientos derivaron en una convulsión social y política en Europa a lo largo del siglo XIX, que marcó el final de las monarquías absolutas y el inicio de la democracia en la mayoría de países. 

Otro elemento importante en la obra de Maquiavelo es su preocupación por entender por qué Italia no lograba constituirse como nación como sí lo habían hecho sus vecinas Francia y España. En El príncipe, un libro distante de la mirada escolástica predominante en la Edad Media, identificaba a los Estados Pontificios (con influencia religiosa y política por igual) como responsables de dicha fragmentación al no lograr imponer su criterio por las armas, mientras que las otras familias no podían imponer su voluntad frente a la de la Iglesia. 

En su comedia La mandrágora, uno de los pocos títulos publicados en vida, el estadista también fue pionero en dar a entender que “lo personal es político”. En este relato cuenta la historia de un hombre que busca enamorar a su amada mediante variadas artimañas y mentiras. Así explica las formas en que la manipulación, la persuasión y, finalmente, la conquista de una meta a cualquier precio se pueden expresar a través de la religión, la riqueza o el poder en una situación tan cotidiana.

 Su capacidad para explicar los patrones básicos de la política de manera tan elemental y profunda le ha valido ser considerado uno de los padres de las ciencias políticas de la actualidad.