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Las astronómicas cifras que cobran los grandes de la música, ponen en aprietos a los teatros del mundo.

12 de diciembre de 1988

Voces de protesta se alcanzaron a escuchar en París, al darse a conocer los millonarios honorarios que devengará el pianista y director de orquesta argentino Daniel Baremboim, cuando entre a ocupar su plaza de director musical y artístico del nuevo teatro de La Bastilla.
Si los directores de teatros europeos han manifestado estar con el agua al cuello en materia de finanzas por los altísimos honorarios que ciertos divos están imponiendo por sus presentaciones, "a gatas" se verá el nuevo escenario parisino para cumplir compromisos, cuando un solo director se lleve una cuantiosa tajada de su presupuesto.
Sin duda alguna Baremboim será, a partir del próximno 14 de julio, día de inauguración del nuevo teatro, el director de orquesta mejor pagado del mundo, llevándose por delante a figuras de la talla de Herbert von Karajan, director de la Orquesta Filarmónica de Berlín (que no trabaja propiamente gratis), a Zubin Mehta, Carlos Kleiber, Carlo María Giulini, Carlo Abbado o Georges Solti, entre otras muchas vedettes de la batuta.
Según informaciones periodísticas parisinas, el director argentino ganará 200.000 francos (10.400.000 pesos colombianos) como salario mensual, que le será reconocido durante todo el año así no trabaje oficialmente más de cuatro meses, ya que sus compromisos internacionales no se lo permiten. Pero durante ese lapso, por cada presentación cobrará adicionalmente 198 mil francos, botín a todas luces suculento.
Hábilmente el director argentino, nacionalizado israelí, logró que las negociaciones de su sueldo se adelantaran cuando el interés del país estaba centrado cn las elecciones legislativas.
Nadie iba a desviar la atención a lo que ocurría tras bambalinas en el teatro de La Bastilla, de suerte que "a hurtadillas" -como lo registraron las crónicas-, se dio el paso que a más de uno dejó sin aliento, pues quienes deberán sufragar tales costos serán obviamente los asistentes al nuevo escenario.
Según datos revelados, Herbert von Karajar, que se creía el director mejor pagado del planeta, recibe tan sólo 6 millones y medio de pesos colombianos por presentación y Carlo Abbado, director del teatro Alla Scala de Milán, apenas alcanza los 4 y medio millones de pesos. Como anotaban con cierto humor negro los franceses, ¿será que los teatros de la competencia ya no quieren pagar bien?
Pero si Baremboim se coloca a la cabeza de los directores de orquesta mejor remunerados (al menos de los que se sabe cuánto cobran, pues nada se ha dicho de James Levine, director de la Metropolitan Opera House de Nueva York, o de lo que están pagando los japoneses a artistas invitados), en materia de cantantes el italiano Luciano Pavarotti sigue manteniéndose como el divo más costoso. En uno de sus últimos recitales cobró la friolera de 60 mil dólares, pero justo es reconocerlo, en funciones operáticas le rebaja a la cifra algunos ceros y apenas pide el equivalente a 4.8 millones de pesos. Muy de cerca le sigue los pasos el también tenor Plácido Domingo quien según la AIDO (Asociación Internacional de Directores de Opera), cobra tan sólo 3.7 millones de pesos. Sin embargo, estas cifras escalofriantes son apenas monedas si se comparan con lo que cobran Julito Iglesias o el andrógino Michael Jackson, quien no rebajaría un centavo de los 100 mil dólares por aparición. Y la verdad, los vale, pues personajes como éste difícilmente se ven fuera de los circos.
En materia de intérpretes, no directores de orquesta ni cantantes, el pianista soviético-norteamericano Vladimir Horowitz, quizás no mantenga el récord -pues bien es sabido que da en promedio un concierto cada 10 años- pero se recuerda su reaparición en París después de casi 34 años de no tocar allí, cuando exigió 35 mil dólares por el recital, cifra astronómica en aquel momento (1982). No habían acabado los directivos del teatro de hacer sumas y restas, cuando el músico les envió cuatro imponentes abogados para negociar el contrato, que incluía 70 páginas de exigencias. Todo minuciosamente previsto, desde el tiempo de cocción de los huevos al desayuno, el espesor del colchón y la altura de la banca del piano, hasta la temperatura de la suite del hotel que lo hospedaría, que debía ser de 23 grados centígrados. Ni uno más ni uno menos. Cualquier error involuntario, motivaría la cancelación del contrato.
Más no se crea que los altísimos honorarios y los arranques temperamentales son privilegio de los artistas de hoy. Un vistazo a través de la historia, en este caso de la música (porque en todas las artes se cuecen habas), permite comprobar que no hay nada nuevo bajo el sol.
La célebre soprano Adelina Patti (1843-1919) reina de reinas del "bel canto", ganó tanto dinero como palabras se escribieron sobre ella, exaltando su arte magistral. El crítico musical norteamericano Harold Schonberg, en su libro "Los Virtuosos" recopiló datos deliciosos sobre algunos de los grandes artistas de todos los tiempos, y en el capítulo dedicado a la famosa y temperamental soprano, cuenta su avidez por el dinero. El libro reproduce un anuncio publicado en 1903 en un periódico neoyorquino, sobre los honorarios de la diva, discriminados así: "Cinco mil dólares por concierto (cifra que para la época era una absoluta fortuna); 50% de los ingresos por taquilla, que superan los 7.500 dólares; 375 mil dólares por un total de 60 conciertos; 56 dólares por cada minuto que permanezca en escena; 3.47 dólares por cada nota que emita y 2.50 por cada vez que respire".
Y no se andaba la cantante con miramientos ni complacencias si de por medio estaba el dinero. Narra Schonberg que cobraba antes de empezar la función (práctica hoy generalizada) y en la temporada de 1889-1890, sometió al director del viejo Metropolitan a una guerra de nervios. Los honorarios, después de varias pujas, se establecieron en 5 mil dólares, pero el director del teatro sólo entregó a la cantante 4 mil antes de su salida al escenario. Por tal cifra la diva accedió como un acto de "buena voluntad" a trasladarse al teatro y colocarse el vestido, pero no calzaría los zapatos hasta que no le fuera entregada la totalidad de la suma estipulada. Media hora antes de subirse el telón, el director le entregó 800 dólares que habían ingresado por taquilla, lo cual dio lugar a que la Patti se colocara un zapato. Sólo cuando le cancelaron los 200 restantes se acomodó la otra zapatilla y salió airosa a cumplir con el compromiso, totalmente vestida.
Aún hoy día, Adelina Patti sigue manteniéndose como la cantante mejor pagada de la historia, de acuerdo con cálculos realizados por expertos sobre el poder adquisitivo del dinero en aquella época. Pero el caso de esta soprano en el inmenso panorama de los divos, no es asunto extraño. Cantantes como Nelly Melba, aparte de sumas astronómicas, recibían en el escenario diamantes que le enviaban sus admiradores. Kirsten Flagstadt ganaba por una sola presentación, lo que un profesional norteamericano recibía en un año de trabajo.
En lo que a excentricidades atañe, no hay por qué extrañarse que el gran cantante wagneriano Fedor Chaliapin después de uno de sus viajes por Sur América, cargara con dos micos, dos caimanes, una cacatúa y decenas de pajarracos multicolores, con el argumento de que la fauna del continente le había parecido adorable, si hace apenas unos meses el gran tenor Luciano Pavarotti, cuando fue a cantar a Buenos Aires, fascinado con el mobiliario de la suite del hotel que lo hospedó, decidió adquirir todo el menaje como recuerdo, para instalarlo en una de las numerosas residencias que posee.
Lo anterior demuestra, con ejemplos varios, que los divos de hoy en nada se diferencian de los de ayer, pero los teatros si están más expuestos a quiebras porque artistas que antaño cobraban cifras irrisorias, hoy exigen fortunas incalculables por su trabajo, como es el caso de los directores escénicos, escenógrafos, diseñadores de vestuario y otros profesionales más.
Por esta razón, algunos teatros están diversificando sus ingresos para invertirlos en cosas más rentables que el arte, con la única finalidad de financiarlo. Tal es el caso del Covent Garden de Londres, que tiene un proyecto inmobiliario que le dejará rentas mensuales jugosas, u otros que están vendiendo a la televisión las producciones que pasan por sus escenarios.
Todo parece indicar, que a los directivos del nuevo teatro de la Bastilla, en París, les tocará ingeniarse muchas fórmulas extramusicales para poder cancelar los sueldos del señor Baremboim y el resto de gastos millonarios que se le avecinan.
María Teresa del Castillo