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¡OH GLORIA INMARCESIBLE!

Se inaugura nueva etapa del Museo de Arte Moderno.

ENRIQUE PULECIO MARINO Director del Depto. de Cine del M.A.M.
6 de enero de 1986

La del Museo de Arte Moderno de Bogotá es una bella historia. Decir que Gloria Zea ha sido el alma de esta historia, es repetir lo que todo el mundo sabe. Pero lo que no sabe es que para que se hiciera realidad, fue necesario recorrer un largo camino, lleno de esperanzas, dificultades y desvelos, a veces de asperezas e incomprensión. La petite histoire de cómo el Museo de Arte Moderno de Bogotá ha llegado a ser lo que es y ha llegado a representar lo que para el arte colombiano y latinoamericano representa, es fascinante.
De una idea soltada al azar, de una conversación ocasional, así se puede uno imaginar la gestación del Museo, cuando Aurelio Caballero Ayerbe, su fundador, propuso el primer proyecto de su fundación a Gabriel Serrano Camargo, que fue su primer presidente, en 1955. Pero el MAM en aquella primera etapa no dejó de ser un proyecto, importante y ambicioso sí, pero que sólo más adelante se traduciría en hechos concretos, cuando Marta Traba retoma la idea del Museo de Arte Moderno y le da un fuerte empuje, que resulta por su vigor, definitivo. La entidad se establece, siempre con carácter transitorio, en la calle 24 unos pasos arriba de la carrera séptima. Y desde allí irradia su actividad artística. Es un punto de anclaje del arte y la cultura colombiana como no se había registrado hasta entonces.
"Es la etapa trascendental de Marta Traba -explica Gloria Zea- que le da el impulso y el concepto y que hace palpable la necesidad en el país de una entidad de este género". El Museo en aquel momento cuenta con 80 obras de arte y un local alquilado; obras que son su patrimonio, pero no su capital, porque precisamente desde su fundación el Museo tiene muy claro que una de sus tareas fundamentales es la de convertirse en un verdadero depositario del arte colombiano.
En 1968 Marta Traba abandona el país. Y ve con enorme preocupación el futuro del Museo, que aún es una entidad frágil conformada por una colección de arte y mil problemas. Busca entonces Marta Traba a una persona idónea que, además de un irremediable amor al arte, tuviera el empuje, la imaginación y la convicción para sacar adelante el más ambicioso proyecto artístico del país. Y decide que será Gloria Zea. A ella en realidad, Marta Traba la había conocido tiempo atrás. Había sido su alumna y había colaborado con ella ocasionalmente en algunos programas para la T.V.: escribieron -recuerda Gloria Zea- un artículo de arte a cuatro manos para la revista Prisma, en la época en que estaba casada con Fernando Botero, pero afirma que no sabe a ciencia cierta por qué Marta Traba la eligió a ella para sucederla... Corría el año de 1969. Y, ¿cómo es que Gloria Zea acepta semejante responsabilidad y se echa encima el peso de una tarea que se anuncia tan ardua y difícil? Y sobre todo en una época en Colombia, en que el campo de actividad de la mujer estaba circunscrito al círculo cerrado de su familia. La razón es simple, indica la directora del MAM: "Lo que me pidiera Marta Traba -dice- era una obligación moral para mí; un compromiso sagrado contraído con ella...". Y agrega: "La sede que inauguramos ahora es como ella la hubiera querido, y hoy la entregamos a su memoria". A Gloria Zea se le acaban las palabras de admiración y gratitud hacia Marta Traba, se le quebranta, al recordarla dulcemente, la voz. Hay en los momentos de evocación una luz nueva en sus ojos, y aparece una faceta suya poco conocida, la emoción y el gesto con que expresa su gratitud es de una enorme nobleza.
Desde el día en que asumió la dirección del Museo de Arte Moderno de Bogotá, Gloria Zea le ha dado un impulso muy propio, que, desde luego, lleva el sello de su carácter. Las vicisitudes no han sido pocas, pero los logros, los hechos cumplidos, han sido puestos a la altura de su ideal. Ahí está el Museo de Arte Moderno con sus cinco mil metros cuadrados de construcción, sus ocho salones de exposición, su sala de cine y sus diversas ramificaciones concebidas como formas para canalizar y difundir la creatividad de los artistas colombianos. Y para este logro han sido muchas las personas y entidades que han puesto su colaboración y su apoyo. Gloria Zea no puede olvidar a esos protagonistas. Está, por ejemplo, Carlos J. Echavarria, antiguo presidente de Bavaria, quien hacia 1970 apoyó su iniciativa y prestó dos amplios locales para la sede del Museo, prestó a su secretaria, Peggy Kielland, y también la asesoría de su jefe de relaciones públicas, Bernardo Hoyos. En ese local se presentó la obra de Calder; "Tres mujeres en la fuente" de Picasso, y "La boda" de Chagall. Luego vino una retrospectiva que redes cubriría en toda su dimensión para el país la obra de un pintor entonces casi olvidado: Andrés de Santamaría. En 1948, parte de su obra habia sido exhibida por Teresa Cuervo Borda pero como las hijas del pintor, poseedoras de la otra gran parte de su obra, vivían en Europa, habia que ir a buscarla allá, y allá fue la directora del MAM, se entrevistó con una de sus hijas, Carmen, casada con el barón Gaiffer D'Hestroy, y entre toda la familia se reunió la colección completa, 126 obras, y se hizo la famosa retrospectiva de Andrés de Santamaría.
También Gloria Zea recuerda con enorme cariño a Carlos Haime, quien la invitó un dia a almorzar y timidamente, casi que con ejemplar modestia, le preguntó: "¿A ti te molestaría que te hiciera un aporte para el Museo?". Fueron los dos primeros millones de pesos con que Gloria Zea empezó a abrirse paso, por entre una selva de dificultades, hacia la sede propia del MAM de Bogotá. En aquella época, el MAM funcionaba en un amplio salón del Planetario Distrital, pero ya concebida la feliz idea de darle al Museo de Arte Moderno de Bogotá su sede propia, Gloria Zea y Rogelio Salmona, un prestigioso arquitecto del país, buscaron hasta encontrar un terreno propio para el Museo. Estaba demostrada la trascendencia de la entidad, ahora hacia falta levantarle su propia arquitectura. Y al verla concluida, uno puede comprobar cómo el Museo de Arte Moderno de Bogotá también está destinado a renovar un espacio urbano que estaba casi perdido.
Lo que sigue es la historia que todo el país conoce, y que el presidente Betancur ha rubricado con un doble gesto de su generosidad. El primero, material, su apoyo para la obtención de un crédito para terminar la obra; y el segundo su reflexiva voz de apoyo y admiración hacia quien ha hecho posible este prodigio. La elocuente carta que recibió Gloria Zea del presidente Betancur es en verdad un honroso y merecido premio para sus admirables esfuerzos y su visión creadora. Dice el Presidente que la inauguración del Museo de Arte Moderno de Bogotá "es ocasión de júbilo para el arte y la cultura". Y más adelante afirma que bajo la tutela de su directora "el Museo ha ido trazando sus políticas, ha ampliado sus objetivos, ha adquirido, en suma, eso que llamamos una personalidad, que se refleja en un estilo de ver y hacer las cosas, en la universalidad de la visión y de la valoración, en el empeño de hacer de él, no tanto vitrina como foro y taller para reinterpretar las expresiones del pasado nacional y la multiforme energía de hombres y mujeres jóvenes de incipiente maestría".