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Para todos los gustos

Una conmovedora comedia sobre nuestra imposibilidad para ponernos en el lugar de los otros.

Ricardo Silva
6 de agosto de 2001

Es una mirada. Nada más y nada menos. Una serie de estupendos personajes pasan por la pantalla, exponen la inestabilidad de sus vidas y tratan de ser aceptados por los gustos de los otros. Sobreviven en Rouen, en Francia, trabajan todo el día y hacen lo posible para no quedarse solos en la noche. El primero, Castella, un empresario que a pesar de su dinero prefiere las telenovelas a las obras de teatro, ha comenzado a entender que su esposa, Béatrice, una decoradora de interiores que quiere más a su perro que a cualquier ser humano, ha controlado cada detalle de su vida durante los últimos años.

Ahí, cuando entiende que no tiene gusto, cuando se da cuenta de que el dudoso talento de su esposa lo ha anulado sin querer, empieza la crisis del pobre señor Castella. Durante las siguientes semanas tratará de acercarse a su padre y a su hermana regalándoles un apartamento nuevo, conocerá a un par de pretenciosos artistas homosexuales, entrará a unas divertidísimas clases de inglés, y, sobre todo, intentará conquistar a su profesora, Clara, una respetada actriz cuarentona que, quizá demasiado convencida de su propia importancia, parece incapaz de disfrutar con los pequeños detalles de la vida.

Pero falta: ante la insistencia de Weber, el joven yuppie que trata de enseñarle las bondades de la administración moderna, Castella acepta que Frank Moreno, un guardaespaldas que no logra olvidar a una mujer que lo dejó por otro, lo acompañe a todas partes mientras lleva a cabo un importante negocio con unos iraníes. Y Bruno Deschamps, el chofer de la familia, que le ruega al cielo que su novia no le sea infiel en Estados Unidos y pasa las madrugadas tocando flauta traversa, se encuentra con Manie, la independiente mesera de un bar, que para completar el dinero del mes ha montado una pequeña venta de hachís en su sala.

Hay más, mucho más. Esta descripción es sólo el punto de partida. Agnès Jaoui, la directora, que como si fuera poco escribió el guión e ilumina gran parte de la película en el papel de Manie, logra tejer unas ocho historias como si así, de un lado para otro, de una esquina a la siguiente, de la mesa a la barra, ocurrieran los días. De paso, y a pesar de ese tono de comedia ligera que recuerda los mejores largometrajes de Alan Alda, describe la forma como chocan nuestros gustos y consigue hacernos reflexionar, a la larga, sobre nuestra imposibilidad para ponernos en el lugar de los otros.

Es cierto que todas las películas son, en últimas, una mirada. Pero la de Para todos los gustos se destaca de las del cine francés reciente porque no teme ser cálida, y se aparta de las demás porque no interviene, ni juzga, ni resuelve. No, no se afana, no intenta deslumbrar. Compadece y espera. Sugiere y da espacio. Y, como los buenos relatos, termina en la imaginación de los espectadores.