Home

Cultura

Artículo

POESIA ARMADA

En medio de la guerra, los nicaragüenses no han dejado de hacer versos.

21 de marzo de 1988


El crítico peruano Jose Miguel Oviedo, autor de un excelente ensayo sobre la obra de Mario Vargas Llosa, estuvo en septiembre de 1981 en Nicaragua, por primera vez, con el fin, como él mismo lo dice, de observar directamente el clima político del país después de la caída de Somoza y comprobar en qué medida la lucha de resistencia contra el somocismo, y luego la reconstrucción nacional por parte de los sandinistas, habían afectado la poesía, las artes y la cultura en general.

Oviedo, uno de los analistas más lúcidos de la literatura latinoamericana, escarbó en distintos estratos políticos, culturales y sociales de la Nicaragua de entonces, comprobó que el ejercicio de la poesía es uno de los quehaceres más difundidos y uno de los géneros más buscados por autores viejos y nuevos. Para el régimen somocista la cultura era una de sus menores preocupaciones, los lectores eran escasos, los libros muy caros, las antologías de autores nacionales como Ernesto Cardenal, Joaquín Pasos o Pablo Antonio Cuadra tenían que llegar de México, Argentina, Colombia o España mientras algunos intelectuales exiliados como el actual ministro Sergio Ramírez, fomentaban la publicación de autores nicaraguenses con ediciones baratas que atravesaban la frontera como podían. Suplementos y revistas como "El pez y la serpiente" y "La prensa literaria" trataban de aliviar la situación, hasta cuando la guerra civil incrementó la labor de destrucción impuesta por el régimen de Somoza. Surgió entonces una poesía popular y espontánea que tenía sus raíces en el romancero de la época de Sandino, una poesía escrita en las peores condiciones pero con un valor histórico y humano, aunque no literario, de enormes alcances. Con la llegada de la Revolución, la cultura recibió un espaldarazo, se le creó un Ministerio a cargo de Cardenal, se puso en marcha un programa ambicioso de publicaciones, se organizaron concursos y premios internacionales, se realizaron congresos y foros en medio de la mayor estrechez, nacieron los cuadernillos de "Poesía libre", se iniciaron los Talleres (siguiendo en parte la experiencia valiosa de Cardenal con los campesinos de Solentiname), los nicaraguenses pudieron conocer mejor a sus autores.

Esa visión inicial de 1981 está consignada por Oviedo en la primera parte del prólogo a su libro "Musas en guerra", editado por Joaquín Mortiz en México, un volumen de 202 páginas que intenta reflejar lo que ha ocurrido entre 1974 y 1986 a la cultura de Nicaragua. Ya entonces, el autor se muestra preocupado por lo que califica de intolerancia de la revolución hacia las mismas fuerzas creadoras que ella ayudó a salir de su letargo. Se refiere al caso cubano y se pregunta, entonces, si esto ocurriría en Nicaragua. En una postdata a ese prólogo, 4 años después de ese viaje, Oviedo está francamente decepcionado por el giro de los acontecimientos en ese país, mientras reconoce que el cerco norteamericano se incrementa. Y afirma: "Todo parece dispuesto para que la intolerancia siga siendo el recurso político más tentador. Hay muchos interlocutores pero ninguno parece dispuesto a escuchar al otro".

Después de ese prólogo, que ha sorprendido a muchos escritores y críticos latinoamericanos (aunque sus tesis contra el "moralismo absolutista" de los cubanos son bien conocidos a través de sus conferencias en distintas universidades norteamericanas), Oviedo ofrece su antología literaria nicaraguense con muestras de la obra de José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Mejía Sánchez, Carlos Martínez Rivas, Ernesto Cardenal, Luis Rocha, Octavio Robleto, Francisco Valle, Napoleón Fuentes, Carlos Pérezanlonso, Julio Cabrales, Fanor Téllez, Ana Ilce, Francisco de Asís Ramirez, Fernández, Giocondo Belli, Leonel Rugama, Daisy Zaamora, Alvaro Urtecho, Rosario Murillo, Julio Valle-Castillo, Yolanda Blanco, Jorge Eduardo Arfuello, César García, Ernesto Castillo Salaverry, todos poetas; fragmentos de algunos poetas campesinos de Solentiname, de quienes salieron de los talleres de poesía, y documentos, testimonios y reportajes (con trabajos del mismo Sandino, Cardenal, Omar Cabezas, Eduardo Galeano, Mario Vargas Llosa, Mercedes Aróstegui, Sergio Ramírez y otros).

De la lectura de esta antología (si uno se olvida de algunos pasajes del prólogo y como simple justicia lee lo que otros críticos, como el colombiano Germán Vargas, han escrito y publicado sobre sus experiencias personales en Nicaragua, se sentirá mejor informado), se desprende que la literatura en Nicaragua, especialmente la poesía y el cuento se hallan en una permanente ebullición, bajo numerosas presiones, tratando de reflejar todos los conflictos cotidianos que se le presentan al escritor que, al sentarse a la máquina, no sabe si alcanzará a finalizar la página.